Oh días espumantes oh noches espumantes cuando el aire está colmado de menudas
chicas desnudas bailando entre las columnas
de nuestros deseos.
Luego copió los versos con cuidado y Frantisek Bidlo los ilustró con unos dibujos en color que se caracterizaban por una línea poco realista, pero graciosa… El poema se lo dedicaron a Palivec, infatigable y entusiasta coleccionista de libros, manuscritos, dibujos, encuadernaciones de diversos textos y de correspondencia.
Aceptó con agrado el manuscrito como regalo por sus cincuenta años.
Antes de la Segunda Guerra Mundial se estaba muy bien en nuestro país, sólo con nosotros y entre nosotros. Es porque éramos jóvenes. Es agradable recordarlo. Lástima que en estos recuerdos de hoy suene con espanto la sirena de una ambulancia que se lleva al poeta gravemente herido que había vivido tantos momentos junto a nosotros para acabar tan súbita y trágicamente su larga, interesante y rica vida.
14. El libro de memorias
En la calle Kfemencova, en el barrio pragués de Nové Mésto, a unos pasos del instituto en el que se han de buscar los orígenes del grupo Devétsil, junto al edificio histórico de la cervecería U Flekuü en cuya entrada está colgado un gran reloj luminoso, hay una puerta pequeña, apenas perceptible. A esta puerta sólo le falta una campanilla como aquellas de los comercios de antes. Porque detrás de la puerta hubo, en efecto, un mostrador. Sin embargo, a través de la tienda sólo se pasaba a otra sala, parecida a una oficina; ahí, junto a un antiguo escritorio, se hallaba una mesa para los invitados, con sillas a su alrededor.
Cualquiera que lo deseaba, encontraba siempre en aquella sala a Jan Goldhammer, a quien todo el mundo llamaba Goldi.
Ese nombre pertenecía a un joven, hoy casi legendario propietario de unas cavas de vino en aquella casa.
¡Devétsil! Y para poder susurrar otra vez esta palabra agradable y encantada de nuestra juventud de hace tiempo, diré todavía que el edificio en que estaban aquellas salas, lo heredó Vladimír Sulc, uno de los primeros miembros de Devétsil.
A Goldi le visitaba gente todo el día. Conversaban, hacían su negocio, se tomaban una copita de vino y se iban.
Pero casi cada noche se reunía allí una pequeña compañía de personas que se conocían íntimamente y que tenían cosas que decirse las unas a las otras. En su tiempo, iba allí el escritor Eduard Bass con su acompañante Ladislav Khás. Miraba el mundo por debajo de sus gafitas, que parecían ser demasiado pequeñas para su cara llena. No obstante, su mirada inteligente y sonriente expresaba bienestar y amistad. A menudo acudía también allí V. V. Stech.
Si menciono a éstos, no puedo dejar de nombrar a los demás. Antes que a nadie al invitado fiel, el profesor Josef Cibulka y también a Václav Talich. Eran cuatro nombres notables en la vida cultural checa y los demás venían con mucho gusto para estar con ellos. Ladislav Khás conoció ahí a su futura mujer, la competidora en carreras de automóviles Eliska Junkova. Algunas veces aparecían los poetas Nezval y Holán; de los prosistas, Jan Drda solía ser un invitado frecuente. De los pintores solía venir el agradablemente pulido Muzika, el charlatán Bauch y el travieso Frantisek Tichy. Y de los escultores, el narrador inolvidable Karel Dvofák y, a veces, también un amigo ameno: Josef Wagner, el escultor-poeta. De cuando en cuando, también se unía a nosotros la seductora actriz Eliska Poznerova, elegida por entonces reina de la belleza.
Goldi era un hombre de buen corazón y mano generosa. Quería a sus invitados y pensaba siempre en qué sorpresa agradable podía prepararles. Cuando se reunía una compañía especialmente buena, se sentía feliz si a los invitados les gustaba el vino. Y no hacía economías, aunque en aquellos primeros años de después de la guerra no siempre había suficiente vino.
Después del golpe de Estado del año cuarenta y cinco invitaba también a algunos oficiales del Ejército rojo. Había venido E. Registan, el autor del himno soviético. No sé cómo ni de dónde, pero Goldi, como un mago, siempre supo sacar algunas preciosas joyas líquidas del Rhin o del Mosela o viejos vinos alegremente espumosos de la región de Champaña.
Ambos profesores, Stech y Cibulka, eran unos conocidos gourmets. Stech entendía perfectamente todo lo que llegaba a la mesa de las cocinas de Europa entera. Cibulka era especialista, no sólo en comida, sino también en todo aquello que traían de las cavas.
Era un verdadero placer escuchar a Stech cuando hablaba de Italia. Lo conocía todo: cualquier iglesia o capilla, y de los santos romanos estaba tal vez mejor informado que un canónigo del Vaticano. Conocía su aspecto, lo mismo si estaban pintados en color sobre el lienzo que grabados en la piedra o en un mosaico. Y eso, desde Venecia hasta Nápoles, y de ahí a Palermo, y de vuelta por otros caminos muy diferentes. Además, nunca olvidaba dónde preparaban una buena pizza. Y lo mismo que conocía un mosaico colocado sobre el pórtico de una catedral, sabía también el restaurante en que preparaban un delicioso agnello rostito (cordero asado). El mejor helado se consigue en Milán, a unos cuantos pasos de la catedral. Esta información la tengo de Stech y me gustaría mucho visitar un verano ese lugar. La memoria del profesor Stech era vertiginosa. Hasta sus últimos años se acordaba de todo.
El profesor Cibulka era un especialista en todos los vinos que se producen en nuestro continente. En su cava en la calle Valentinská tenía una pequeña colección y, para los invitados especialmente apreciados, sacó de allí botellas durante toda la guerra. Y nunca se olvidaba de la cocina. Cuando viajaba por Francia en coche, paraba en un pequeño pueblo provenzal e iba a una fonda; la especialidad de aquel lugar era la morcilla blanca y el vino de la propia viña, que no era peor que el mejor chablis.
Sobre estas raras cualidades del señor profesor hallaron ocasión de convencerse todos aquellos que tuvieron la suerte de ser invitados a comer en su casa.
Los acontecimientos de mayo sorprendieron, al final de la guerra, a algunos de los invitados de Cibulka en su generoso comedor. Es cierto que la comida estaba bastante afectada por la economía de guerra, pero el vino seguía siendo delicioso. Sin embargo, los invitados no sufrían hambre, aunque estuvieran obligados a quedarse varios días. El escritor Jan Drda encontró en la casa un viejo casco checoslovaco, se lo puso y se puso a la disposición de la guardia militar checoslovaca. Le destinaron como guardia nocturno delante de la Biblioteca Municipal y, para las horas nocturnas, se metió en el bolsillo una botella de pomard, regalo del señor profesor. Pero el comandante no tuvo comprensión para la sed de Drda, le quitó la botella y derramó su exquisito contenido aromático en una cloaca. A Drda se le partió el corazón y lo estuvo recordando durante mucho tiempo.
Todavía hoy siento el olor y el gusto de todas aquellas comidas en que pude participar. ¡Qué lástima! Hace mucho que el fuego está extinguido en la cocina del profesor; la señorita Marie, la cocinera y mujer de su casa, dejó la fría cocina llorando. Estuvo con él durante treinta años, aunque al tercer día de su servicio ya se había dado cuenta de que había cometido un error. El profesor era muy exigente. Pero la señorita sabía cocinar milagrosamente. Preparaba poemas aromáticos.
Hay una afirmación de un invitado de mucho renombre que proclamó la casa del señor profesor territorio francés, porque, en los buenos tiempos, allí se cocinaba y se comía igual que en Francia.