Las sirenas de la vida me cantaban bellas canciones.
¿Qué clase de canciones habrá oído el valiente y pobre Chlumecky en su soledad? ¡Horror!
Durante la guerra, los alemanes cerraron Kosinka en 1942 y echaron a los profesores y a las alumnas. Algunas chicas empezaron a añorar la vida alegre del colegio. Kosinka se convirtió en una leyenda y las muchachas decidieron reunirse allí regularmente. Chlumecky, claro está, también acudió allí. Y desde entonces siguen reuniéndose.
Los años corrían de prisa. Ya tenían hijas mayores y éstas acompañaban a sus madres a las reuniones. Y de hecho, las hijas mismas tienen ya hijas y ocurre lo de la Canción del marinero de Paul Fort: «Eh, hija, prepárame a tu hija.»
Hasta hace poco Chlumecky les escribía invitaciones en verso. He leído un puñado de ellas. Son graciosas y agradables.
Delante del escaparate de la editorial Melantrich, en la plaza Václavské, encontré una vez al profesor V. V. Stech. Miraba con interés, detenidamente, la cabeza de una virgen gótica.
– Es una copia en yeso de la virgen de madera que está en el pueblo de Tismice. Se llama de los Claveles. Tiene claveles pintados sobre el vestido.
Le di las gracias por la información, entré en la tienda y compré la cabeza. Me gustó y no era cara. El día siguiente era el cumpleaños de mi mujer y así tenía un regalo. La puso sobre la biblioteca y allí está desde entonces.
Primero busqué en el mapa: Tismice, en Bohemia del sur, hogar de las vírgenes góticas más bellas, pero, para mi sorpresa, me enteré de que Tismice está muy cerca de Praga, a unos pasos de Cesky Brod. Me lo dijo Chlumecky, que conocía la virgen. Un día de otoño me fui a Tismice. La pequeña basílica románica está situada sobre una suave colina, en medio de unas cabañas rústicas. La estatua es verdaderamente preciosa. Esbelta, a la manera gótica, con un atractivo rostro de muchacha y unos menudos labios cerrados. Está sobre el altar mayor. El anciano párroco, para mezclar sus encantos y su santidad, había extendido encima de ella un baldaquino de tela celeste que además hizo bordar con rositas de papel. A decir verdad, no era de muy buen gusto, sino todo lo contrario. Pero ahora recuerdo un conocido cuento de Anatole France en que el malabarista homenajea a la Virgen en el altar enseñándole unos cuantos juegos de manos y trucos malabares. Pues, ¡por qué no!
Poco después de mi visita a Tismice me vino a ver un joven redactor del periódico Kulturní tvorba, para hacerme una entrevista. Cuando nos quitamos de encima la conversación, el joven miró la casa y decidió añadir a la entrevista la descripción del ambiente.
¿Cómo miró por la ventana? Se ve que se orientó mal y lo confundió todo. Luego, insultó a nuestra escalera. Dijo que rechinaba. Que yo sepa, una escalera de hormigón no puede rechinar. Luego miró la máscara del difunto F. X. Salda que tengo encima de la mesa y se la atribuyó a Josef Hora. Eso se lo perdonaría, porque no podía conocer ni a uno de ellos. Hubo algún otro error en el artículo, pero ya no me acuerdo bien. Lo peor fue cuando miró la cabeza de la virgen de Tismice y me preguntó qué hacía allí. Sin sospechar nada malo le describí sin ninguna mala intención mi viaje a Tismice. Hablaba con él como un viejo periodista lo hace con otro y me imaginaba que luego arreglaría todas las informaciones para presentarlas a la prensa. Le describí Tismice como un pequeño pueblo lleno de barro. ¡Si estaban en plena recolección de la remolacha! Incluso delante mismo de la basílica había un charco negro tan grande que costaba mucho atravesar. También le describí, con plasticidad, el gusto del señor párroco que decoró a la virgen con azul celeste, así que aquello parecía una casa de citas. Sí, desgraciadamente hice esta observación. ¡Y ahora ha empezado todo! Porque aquel hombre lo escribió todo, tal como yo se lo había dicho.
Primero recibí una carta enfadada de la cooperativa agrícola de Tismice. Decían que son una cooperativa ejemplar, cuya administración funciona muy bien y que se cuida incluso del buen aspecto del pueblo. Estaban ofendidos.
El señor párroco mandó una carta de queja. Me reprochaba que en la iglesia me había enseñado y explicado todo y que yo ahora se lo pagaba con desagradecimiento y mala educación. Y demostraba lo bien que cuidaba la iglesia.
También me escribió una carta de protesta un historiador del arte de la cercana ciudad de Cesky Brod. La virgen no se llama de los Claveles y consideraba mi afirmación un error grave. Yo dejé este error en los hombros de V. V. Stech. Lo habrá llevado con toda tranquilidad.
Recibí unas cuantas cartas llenas de sentido común de los habitantes de las cercanías. Opinaban, y creo que justificadamente, que no hace falta hacer notar una joya única de nuestro arte en una época en que ocurren tantos robos de objetos de arte en las iglesias y en otras partes. La virgen de Tismice no está bien vigilada y el párroco es ya anciano. No pude dejar de estar de acuerdo con ellos.
Primero me disculpé con la cooperativa agrícola enfadada. Luego escribí al historiador de arte de Cesky Brod y finalmente di la razón a los que habían expresado su preocupación por el peligro que corría la virgen. Sólo faltaba el párroco. Estuve vacilando. Y entonces apareció el sabio Chlumecky y me reveló que conocía un poco al párroco de Tismice y que lo arreglaría con él. Él mismo se ofreció. Junto con un amigo, tomaron dos bicicletas y el domingo siguiente se fueron a Tismice.
En el dispensario de Bfevnov teníamos un médico excelente. Desde sus comienzos en Bfevnov cuidaba de la salud de Chlumecky y curaba su enfermedad con mucho cuidado. Cuando le vio una vez en bicicleta cómo subía por la avenida Bélohorská, le llamó y le prometió entre amigos que si le veía otra vez en bicicleta, le daría un par de bofetadas en plena calle. Tenía razón.
Por el camino a Tismice, ya cerca de Cesky Brod, Chlumecky frenó en seco delante de las barreras y su amigo chocó con él por detrás. Chlumecky cayó de la bicicleta y se rompió una pierna. Desde entonces hasta su muerte se fue arrastrando por Brévnov con dos muletas.
Sin embargo, esta desgracia no le dejó compungido. Durante algún tiempo fue cojeando a su oficina, siguió escribiendo sus invitaciones en verso a las Kosináfky y se reunió con ellas regularmente.
Hasta llegaba, cojeando, a nuestra casa en la calle U Ladronky. Cuando venía, no se sentaba. Sentarse le producía dolor. Se quedaba de pie al lado de mi escritorio y hablaba a mi mujer sobre la poesía, sobre las chicas de Kosinka y no sé qué más.
Conocía bien su pobre casa y sé lo que quedó en ella cuando él murió en el hospital de Strahov: ¡Nada! Sólo dos armarios antiguos, llenos de libros muy valiosos. Y una veintena de chicas de Kosinka estuvo llorando encima de su tumba abierta.
Al cabo de poco tiempo empezaron a aparecer por casa algunos conocidos de Chlumecky diciendo que habían visto sus libros en tiendas de libros de viejo. Pero los vendedores de las tiendas no querían revelar quién les había vendido los libros. No importa. ¡Ya lo sabemos!
… El Dios, mi Señor, que me condujo fuera de Egipto y de la casa de la esclavitud, me encargó un rico rebaño. Pastoreaba en los prados verdes, pero yo no le corté la lana. Entonces vinieron los lobos, mataron a los corderos e hicieron correr a las ovejas por toda la región.
No busquéis esta cita en la Biblia. La he inventado yo cuando me enteré del lastimoso fin de la biblioteca de Chlumecky.
Los antiguos estantes de libros se llenaron de ropa.
20. Declaración testimonial
En aquellos años -me refiero al tiempo de la guerra- empezó en este país una mala época. Nos parecía que los manantiales se habían vuelto amargos y que los pozos perdían su maravilloso sabor a agua. Hasta el canto de los pájaros se nos volvió algo vacilante. Quizás ni lo oíamos, y detrás de la oscura ventana estaba acurrucada la vida. Los enamorados se besaban con encogimiento respetuoso, como si el tierno acercamiento de unos labios a otros, este dulce símbolo del deseo de un ser humano por otro, no perteneciera ya a la vida y al amor; en muchos casos, resultó ser la despedida para siempre. La vida se convirtió en desalentada, agria y pesada, cada vez más pesada.