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En Vrané silbó el tren. Me quedaba aún un breve instante.

Poco tiempo después a los Vancura les nació una niña. Al principio les causó muchas preocupaciones. De pequeña había estado gravemente enferma; pero luego se convirtió en una niña preciosa que sembraba alegría a su alrededor. En medio de la sala de estar, los Vancura tenían una gran mesa en estilo imperio, cuya tabla era sostenida por patas con cariátides doradas. Esta palabra la pronunciaba la niña con un singular encanto infantil y, en general, su lenguaje parecía el balbuceo de esos pequeños angelitos que vuelan alrededor de las faldas de las vírgenes renacentistas. Así que ya por este diminuto miembro de la familia valía la pena emprender el viaje desde Praga a Zbraslav. Rek también la adoraba a su manera de perro, a pesar de que ella a veces intentaba tocarle los ojos salvajes con su dedito.

En una palabra, se estaba allí según cantan las ratitas en el estribillo de una canción escrita por el señor Kenneth Gráname:

«En alegrías se les pasaba el día.»

Vancura, liberado por completo de las preocupaciones médicas, se dedicó a escribir y lo hizo con extremada diligencia. Todas las obligaciones de médico en la región hospitalaria las llevaba a cabo la señora Lída. Nosotros testimoniábamos que lo manejaba, no sólo con coraje, sino incluso con sentido del humor.

A Vancura le daba lástima ver la sala de espera llena de gente; tenía remordimientos, pero creo que eran absolutamente infundados. La señora Lída no tenía otro deseo que verlo trabajar con tranquilidad.

Sí Vancura hablaba algunas veces de su mujer, no dejaba de expresar su admiración de lo bien que sabía tratar a la gente. Y, sonriendo, contaba sus milagros médicos.

Al consultorio vino un abuelito sordo. Una rápida inspección demostró que tenía el canal auditivo completamente lleno de cera. Cuando la médico acabó la intervención, se dio cuenta de la chispa que de repente le brilló en los ojos. El abuelito soltó con entusiasmo:

– ¡Señora doctora, oigo violines!

Luego caminaba por Zbraslav proclamando que la señora doctora tenía las manos de oro.

A estas alturas, el grupo Devétsil empezó a desintegrarse. Sus miembros, de las más diversas ramas artísticas, no necesitaban, en el frente cultural una defensa de la asociación. Y la disciplina, aunque con el tiempo más relajada, les empezó a molestar. De esta manera se iban silenciosamente arquitectos, artistas teatrales y cinematográficos, músicos y, al final, hasta los fundadores. Karel Teige dedicó todo su tiempo y la mayoría de sus intereses a la arquitectura y la teoría del arte.

El fin de esta asociación era lógico. Devétsil había cumplido su misión completamente. Por su atmósfera amistosa y artísticamente fructífera habían pasado la mayoría de los miembros de la generación de entre guerras y éstos llenaron el mundo cultural con significativas obras. Incluso los artistas mayores (como, por ejemplo, Josef Hora), estuvieron marcados, aunque por poco tiempo, por el poetismo. La asociación se desintegró, pero su influencia fue evidente hasta más tarde y, de hecho, es visible incluso hoy.

Poco antes de la Segunda Guerra Mundial nos vimos con Vancura otra vez en Praga.

La nueva guerra se acercaba a golpes rápidos. Hacía falta que los escritores se reunieran cada vez con más frecuencia y que demostraran su apasionado y firme rechazo del fascismo y la fidelidad a la democracia que, después de la invasión de Austria por los nazis, estaba peligrosamente amenazada. Vancura participaba en todas estas acciones y, en cuanto a su iniciativa, estaba entre los primeros.

Los hermosos días del bienestar de Zbraslav se acabaron y pronto llegó aquel día mojado, nevado, en que los ejércitos nazis llenaron Praga y toda la república.

Para Vancura y muchos otros, aquel día no sólo significaba una dolorosa humillación, sino también un reto a la esperanza y sobre todo una llamada a la lucha. La lucha fue difícil, cruel y larga, y Vancura no llegó a ver su final.

Nos encontrábamos bajo el amistoso techo de Druzstevní práce y en su consejo de redacción. Esta empresa pertenecía en su tiempo a las mayores casas editoriales y el resultado de sus intenciones modernas fueron sus publicaciones en los campos más diversos de aquellos años. La cooperativa contaba entonces con cincuenta mil miembros. Estas también solían ser las tiradas de los libros. Pero en las reuniones no se trataba sólo de los libros. También resolvíamos problemas económicos. En el consejo de redacción hubo también miembros que se ocupaban de la prosperidad de Krásná jizba en la planta baja de la avenida Národní. El escritor Jaromír John se expresaba acerca de ellos con desdén, pero no tenía razón del todo. En los momentos en que se discutían estos problemas, nos aburríamos un poco, como es lógico. Yo me sentaba al lado de Vancura y miraba cómo, en un instante, con la punta del lápiz, llenaba los agujeros de la mesa con trozos de papel arrugado. Le pregunté seriamente qué estaba haciendo. Me miró igualmente serio y contestó que empastaba los dientes.

Me gusta recordar aquellas reuniones. No era tiempo perdido. Y no eran nada aburridas. Más bien al contrario. Y no carecían de momentos alegres, como cuando el director Cerman ponía sobre la mesa algún libro nuevo de Druztevní práce, que todavía olía a imprenta.

Dos obras importantes se crearon en la redacción en aquella época. El Año checo de Plicka, con ilustraciones de Karel Svolinsky e Imágenes de la historia de la nación checa, esas magníficas «narraciones fieles sobre la vida, los acontecimientos y el espíritu de la intelectualidad».

Durante los debates de la redacción sobre el libro de Plicka, cuyos cuatro tomos tuvieron un éxito clamoroso no sólo entre los miembros de la cooperativa sino también entre los demás lectores, Vancura expresó que no estaba de acuerdo con el arreglo del texto de Plicka. Echaba en falta en un libro un acercamiento más científico al material de canciones populares que, como sabemos, es casi infinito. Al final se reconcilió con el libro, porque el texto dio la oportunidad a Svolinsky de desarrollar su talento único y excepcional de dibujante. El libro está lleno de dibujos tan graciosamente checos que es imposible no enamorarse de ellos, al igual que en los dibujos de Manes o de Ales.

La ocupación alemana puso a Druztevní práce, como a las demás editoriales, muchas trabas insolubles. A la hora de intentar solucionar una de ellas, nos dimos cuenta de la posición moral y de las cualidades de Vancura.

A través de un proceso ilegal, una editorial praguesa nos quitó la autorización de una interesante novela americana, que prometía tener un éxito financiero y de lector. Fue uno de los últimos libros americanos que se permitieron en nuestro país en aquella época. La autorización de las opciones, la teníamos casi asegurada ya. La cosa clamaba por un pleito que nosotros seguramente hubiéramos ganado. Pero Vancura se negó. Consideraba indigno de un editor checo tener que tratar con autoridades del Protectorado alemán. A pesar de una cierta vacilación de los demás llegó a imponerse. Al final el libro se publicó en ambas editoriales.

¿Para qué guardar el secreto? Se trataba de Las uvas de la ira de Steinbeck.

En la editorial teníamos la costumbre de consultar con los lectores su opinión, sus deseos y sus predilecciones. A los miembros les gustaba expresarse y en la mesa del director se amontonaban las cartas. Durante la ocupación nazi los lectores pedían libros de carácter patriótico que estimulasen el amor al país y a la nación, reforzasen el rechazo a la violencia nazi e iluminasen la oscuridad que había caído sobre nosotros. Algunos pedían una nueva edición de la His toria, otros aclamaban a los clásicos Jirásek y Tfebízsky, este último entonces ya fuera del interés del lector.