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¿Qué significa, entonces, el concepto de la modernidad en la poesía? Creo que aquello que hace resonar la forma nueva con la nueva realidad que estamos viviendo en aquel momento, y que intenta contenerla, moverla o cambiarla. Y eso, con los instrumentos propios de la poesía. Una vez fue pronunciado un aforismo: La poesía tendenciosa es buena cuando es buena. Pero esto no significa de ninguna manera que la poesía tenga que ser solamente tendenciosa, aunque estoy convencido de que, en un momento apropiado, tiene una fuerza incomparable. ¡Recordad tan sólo Canciones silesianasl Sobre el mal uso de la poesía para la tendencia dijo una vez Viktor Shklovski: Es posible clavar un clavo con un samovar; pero ¿por qué, precisamente, con un samovar?

Las masas de los lectores, como sabemos, están inclinadas más bien hacia el conservadurismo y la comodidad conocida de las formas antiguas. Así que un poeta muchas veces pasa de largo ante sus lectores, o más bien choca con ellos. Sin hacer concesiones, tiene que volver a intentar convencerlos. ¿Cómo podría apartarse de ellos si su obra sólo puede vivir a través de ellos? Escribir para las nubes que huyen y con tinta negra sobre papel negro no tiene sentido.

Creo que con una pequeña modificación podríamos aceptar la definición de la historia humana también para la poesía. La historia de la poesía es la historia de los grandes creadores que componen su obra en contra de la voluntad de las más amplias masas de lectores. Y siempre para la futura poesía, si es que es posible, a través de un esfuerzo incansable, ganar a los lectores para las ideas nuevas. Ninguna obra ha conquistado a todo el mundo, eso es seguro. Y de la misma manera es seguro que, si el lector se queda para siempre delante de la puerta cerrada, no es por su culpa: la obra es inútil y mala.

Cada poeta quiere ser oído, hasta el más excluyente.

Estoy de acuerdo con la poesía que toma partido, a condición de que el escritor tenga plena libertad. Los asuntos de un pueblo y una nación no pueden dejar indiferente a ningún poeta. Y menos aún a un poeta de una nación tan pequeña y tan frecuentemente amenazada como la nuestra. El hecho de tomar partido naturalmente no significa estar de acuerdo. La poesía es un diálogo sobre la verdad y tendría que ser un diálogo apasionado y arrebatador.

El año 1967 es el año del aniversario de Salda. Seguramente mucha gente apelará a él, se atribuirá el derecho a hablar de él, para que Salda le tome sobre la espalda igual que san Cristóbal tomó sobre su espalda al niño Jesús, y le lleve al futuro. ¿Podría usted decirme qué significó Salda para los poetas, cómo se manifestó su influencia en la viva creación poética?

El apego de Salda hacia la generación de los veinte nunca había significado una amistad idílica en una taberna, según se piensa a veces. La defensa de Salda de esta generación, contra Peroutka y Kodícek y los demás, tampoco era un gesto de amable misericordia. Salda siempre defendía firmemente su derecho y el derecho de cada personalidad a desarrollarse según sus reglas interiores, a crecer e iluminarse. Y de esta forma sucedió que se encontró más cerca de nuestra generación, que le era más lejana en el tiempo que la generación de Capek.

Como es sabido, eso no ocurrió sin que la pluma de Salda dejase rasguños sobre los rostros de los afectados. Nezval los sintió varias veces. Salda chocó incluso con A. M. Pisa, criticó con intransigencia a Hora, a quien quería, y no hablo de los demás. Eso fue natural y muy dentro de su estilo. No se dejó sobornar ni con sonrisas ni con halagos. El amor y el afecto hacia su persona no eran el pago de su postura afable. Su presencia en nuestro tiempo significaba para nosotros la autoridad decisiva más alta. Aunque en la historia no ha habido autoridades que no tuvieran el derecho a equivocarse o a un posible comportamiento injusto. No hay gente tan perfecta. Había algo más. Nosotros admirábamos su personalidad interminablemente rica, que dominaba la literatura checa y la universal; estimábamos su genio, que llegaba hasta el horizonte del presente y el pasado. Era imposible no tomar en serio sus conocimientos y enseñanzas, no reflexionar sobre ellos. Y nos imponía incluso su ejemplo moral. Salda nunca omitió una oportunidad para la lucha apasionada. Llegó a su posición, que no carecía de una cierta nobleza y de aristocracia mental, trabajando y luchando.

Incluso su vida privada era ejemplar. Era una bellísima persona. Aunque civilmente sencillo, todo el mundo se inclinaba de buen grado ante su rostro hermoso, noble y seguro. Era democrático, pero no sin maneras aristocráticas. Le creíamos. Y lo más importante: nos enseñó algo. Con una cierta lástima miramos hoy a los jóvenes autores que vagan por el mundo literario llenos de perplejidad y sin nadie que evalúe justamente sus obras.

Fue una persona que amaba a la bella humanidad y sabía reír de una manera preciosa. Igual que ríe cada persona libre convencida de su verdad.

35. EOS, LA DIOSA DE LA AURORA

Al principio de los años veinte (y si tuviera que decirlo de modo más preciso creo que era en el año 1921), me llamó Artus Cerník a Brno. Dirigía la sección cultural de la revista Rovnost de Brno, tenía mucho trabajo y quería que le ayudase. Tenía veinte años, había terminado los estudios y no me gustaba comer el pan de mi casa, del cual siempre había menos de lo necesario. Me decidí rápidamente. En vísperas de mi salida, fui al monte Vítkov. Pasé por todos los sitios conocidos, contemplé Praga y volví a casa por el otro lado. Me senté en la hierba y allí me despedí de la ciudad, que se estaba inundando con la oscuridad de la noche; una ciudad de la que no había salida nunca, a no ser las pocas semanas de vacaciones. Y para que la despedida fuera aún más festiva, de los matorrales salieron muchas luciérnagas. Cogí unas cuantas en una caja de cerillas y antes de acostarme la abrí. Lucieron durante mucho tiempo antes de que me durmiera. Probablemente hasta la madrugada.

Por la mañana temprano me senté en el tren y, por la tarde, Cerník me estaba esperando en la estación. Brno me gustó en seguida. En aquella época se solía decir que Praga era un pueblo grande y Brno una metrópoli pequeña. En Brno entonces ya había bares nocturnos donde los negros golpeaban los tambores con ritmo de jazz, mientras que en Praga se cantaban canciones sentimentales en las cervecerías.

Cerník y yo estuvimos viviendo al lado del río Svitava. Los pueblos los teníamos al lado mismo y llegar al bosque era una pequeña excursión.

En la revista Rovnost escribí, por poco dinero, grandes tonterías. En la sección cultural ataqué de una manera poco hábil e irritada a cuatro jóvenes autores de Brno: Chaloupka, Chalupa, Blatny y Jefábek. A Blatny le conocí poco después y nos hicimos amigos. Con Chalupa hablé de aquella acción juvenil mía en un aniversario suyo, mucho más tarde. Generosamente, hizo un gesto con la mano como si quisiera decir que no tenía importancia. Chaloupka se pegó un tiro en medio de su vida. Y cuando le hablé de ello, también en alguna celebración u homenaje, a Cestmír Jerábek, éste me contestó malhumoradamente. No me perdonó. Qué le vamos a hacer. El asunto debía de haber entrado muy profundamente en él.

Lástima de Chaloupka. Era una persona de talento.

Artus Cerník era un hombre y un amigo inapreciable. A base del título de redactor de la revista Rovnost y como miembro del grupo pragués de Devétsil intentó, y no sin éxito, ponerse en contacto con toda la Europa moderna cultural. Hablaba y escribía en francés y alemán, era un buen periodista, llevaba la pluma con habilidad. Además, era un buen organizador. En su pequeña habitación se amontonaban revistas y libros de todos los centros europeos. Tenía correspondencia con muchos escritores. Entre ellos, con Duhamel y Vildrac. Nos escribíamos con Goll y su señora, Claire. La correspondencia se convirtió en una relación amistosa, aunque no nos conocimos hasta mucho después. Luego Cerník se encontró con ambos en París, en la Rué Jasmin. Ése es el nombre de la calle que durante tanto tiempo escribíamos en los sobres. Para la revista Cerven, dirigida por Neumann, traduje un largo poema de Goll, «París en llamas», que Teige consideraba excelente. Pero pienso que no justificadamente del todo y también sin éxito. Cerník tenía correspondencia con Tzara, con Réverdy y con los poetas del Zenit yugoslavo. Escribía a España, a Alemania y a todas partes donde había surgido algún nombre nuevo que nos sonaba. En aquella época escribió una bella colección de poemas. Se llamaba El brillo del norte y fue el único libro de poesía cubista en nuestro país. Lástima que no se publicara. Sólo Neumann imprimió unos cuantos poemas de ella. Podría salir incluso hoy y sería digna de leer.