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«Experimentaba una especie de duro "vivir al día" proletario, con pocas alegrías y hambre frecuente.»

Cuando tenía que ir a un entierro o estaba invitado a una boda, algún amigo suyo más afortunado le tenía que dejar un abrigo negro. El mismo, cuando más tarde salió un poco de la pobreza, hacía el mismo favor a sus amigos. O sea, que desde siempre estaba en contacto con el destino de los oprimidos. También conoció las perspectivas de la vida de aquellos que tenían el poder y el dinero y oprimían. Este conocimiento le condujo a la búsqueda de una forma apropiada «para expresar los dolores comunes a toda la humanidad». Y éstas son Tristezas desahogadas. La generación joven -es decir, nosotros- no puede olvidar que su problema fue facilitado al haberse unido con los ideales del proletariado, de modo que, con la fuerza y el talento, podría crear un nuevo tipo de poesía social, más espiritual y más vital. Si la creación de los mayores es básicamente sentimental, sigue Sova, tendríamos que decir que la poesía de la generación joven, aparte de pequeñas excepciones, no ha dejado de serlo. ¿O es que aquellas protestas o descripciones llenas de detalles sibaritas de todas las buenas bebidas y comidas, de todos los placeres de los burgueses, aquella carrera detrás del dólar, aquel huir de la miseria en los bares con un conjunto de jazz que grita, aquel odio a la explotación de las fábricas, es que todo esto no son únicamente retos sentimentalmente expresados para no poder cumplir las obligaciones con la amplia sociedad en general? Mientras la humanidad se esté regenerando y hasta que el proceso odioso no acabe en la satisfacción de la clase oprimida, hasta entonces no puede surgir la ansiada poesía que cante lo positivo del trabajo común.

Básicamente era esto lo que Sova comentó ex post al margen de mis versos. ¿Pero cómo podíamos estar de acuerdo con el gran y estimado poeta si nuestras opiniones, tal como en seguida sabréis por una cita de Teige, estaban formuladas con bastante exactitud contra los burgueses, una clase con la que no queríamos unirnos de ninguna manera en un «trabajo común», pero a la que queríamos descuajar? Hasta entonces, no reconocíamos más que una poesía atacante, combativa, una literatura proletaria.

De las voces literarias más importantes que comentaron mi poema y sus torpes versos, dejo para el final la de S. K. Neumann. A este poeta no le alborotaron tanto los versos impertinentes que, de hecho, él mismo había publicado, sino el epílogo de Teige que cerraba el libro.

En él, Teige había hecho un gesto demasiado amplio y sobrevalorado la posición de la joven generación que venía de la colección misma. En el epílogo del libro se escribe:

«Nada más que el amor (así se llamaba el libro) no tiene tradiciones aparte de la suya propia y aquella que de hecho es la atmósfera de la juventud y la revolución de hoy. Temáticamente se mueve en el universo proletario. De él extrae el nuevo espíritu creativo y un nuevo valor. Sí, un nuevo valor. Canta el anhelo que de él surge. Destruye las ilusiones falsas sobre un obrero. Quita el mísero nimbo mártir-político que le habían adjudicado los burgueses y los poetas socialistas falsos. Lo muestra en la verdadera luz. Canta sus más primitivos sueños físicos, la ambrosía y el néctar sagrados en todas las apariencias mundanas.»

Es evidente que Teige, un espíritu más tarde intransigentemente crítico, sobrevaloró mis poemas bajo bandera roja en Nada más que el amor. Y Neumann, que entonces ya observó en Teige su futuro polemizador y obstinado, intentó arreglar las cuentas con él en su largo estudio El arte proletario. En el capítulo dedicado a mis primeros libros expresó claramente su decepción ante mi nueva poesía. Creía que después del primer libro, Ciudad en lágrimas, su autor iría más lejos. Según él, Seifert evolucionaba hacia una poesía primitiva sobre temas de placeres vulgares. Y Neumann sigue: «Si el epílogo del libro considera este poema como un "nuevo valor" que destruye las ideas falsas sobre el obrero, entonces no se puede tratar de nada más que de falta de educación sobre la cual será mejor callar para no perjudicar a otra gente joven.»

Hasta aquí Neumann y su comentario sobre mis versos.

Y con esto podría acabar. Pero se necesitan algunas palabras más para acabar esta historia de mayo, demasiado larga, en su punto justo.

En Literdrní noviny que había salido a mediados de octubre de 1928, Josef Hora publicó una interesante conversación con el poeta Ivan Olbracht. Entre otras cosas, Hora comentaba a Olbracht: «Algunas veces los artistas de origen proletario escriben una literatura burguesa y de lujo.»

Y Olbratch decía: «Es verdad. La gente no vive siempre a través de la vida y los objetivos de la clase de que surge, pero eso también podría ser una reacción psicológica: vives en la miseria, sueñas con el lujo. La literatura erótica más apasionada la escribe gente sexualmente hambrienta y sueñas con los más refinados banquetes si te acuestas sin haber cenado. De la misma manera, para mí todo fue claro en cuanto al conocido poema gastronómico de Seifert, que en su época causó sensación. Hoy en día el chaval ya puede permitirse el lujo de comer todo el queso emmental que le dé la gana, y también el vino. Por lo tanto es difícil que los montones de queso vuelvan a aparecer en sus poemas, y el vino sólo surgirá como metáfora.»

Después de más de medio siglo, sonó la última voz. Fue en la pluma de un joven historiador de Moravia. Escribió unas cuantas líneas no sé dónde, y allí vuelve a este asunto:

«Para la comprensión de la revolución por parte de Seifert es especialmente característico el poema "El día festivo". Hasta hace poco ha sido interpretado como las ansias de un poeta proletario por los placeres burgueses. En realidad se trata de una sincera manifestación de la juventud sana, a la que no le bastan las promesas y las remisiones al pasado, sobre una actitud muy diferente hacia el mundo que la que representaba la antigua poesía social, que no expresaba más que la compasión con el pobre.»

Lo escribió Jifí Rambousek y confío en que ésta sea la última voz que comenta aquellos versos malos y desafortunados.

Pero, en fin. Los franceses dicen: ¡Tanto gritar por una crepel Y yo podría decir: ¡Tanto hablar por una rodaja de salchichón húngaro!

39. El postre Marysa

En la época en que los escritores checos vagaban como huérfanos por los prados de su patria, y en que sólo estaban organizados en el Sindicato de los Escritores Checos, y en que esta organización era poco definida y estaba alejada de cualquier acción combativa, los escritores eslovacos proyectaron un congreso, siguiendo el modelo soviético, Trencianské Teplice, para proclamar su programa artístico-político, su unidad y, finalmente, su pertenencia sindical. Seguramente, en Bohemia nos retrasamos en este aspecto. Al congreso fueron invitados también algunos autores checos. Yo estaba entre ellos y fui con gusto. Conocía al poeta eslovaco Laco Novomesky, éramos amigos y nos queríamos.

La escritora eslovaca Zuzka Zguriska escribió luego sobre este congreso y sobre nuestra visita en sus memorias A través del precipicio de los años:

«En el año 1936, a finales de mayo, se organizó en la ciudad de Trencianské Teplice el primer congreso de los escritores eslovacos. Y allí nos encontramos por primera vez oficialmente con nuestros hermanos checos, con sus escritores. De los amigos eslovacos acudieron todos, desde los mayores -Gregor Tajovsky, Janko Jesensky y Vavro Strobár- hasta el entonces muy joven Janko Kostra…

»Janko vino vestido de uniforme. Estaba cumpliendo el servicio militar. Se sentó al lado de Seifert y escuchó con interés sus palabras sobre la poesía eslovaca.