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Cuando Horky cumplió setenta y cinco años, fui a felicitarle. Y le escribí una felicitación en verso. Bueno, no era exactamente una felicitación.

En uno de sus viajes por el mundo, de joven, Horky estuvo en Lourdes, donde hay un manantial milagroso. Estuvo allí siete días, lo observó todo a fondo y publicó a la vuelta un librito basado en su visita: Siete días en Lourdes. Lo escribió con rabia, con una brutalidad juvenil. Profanó la visión de la pequeña Bernardette Soubirous y también la de la que se le apareció. El librito alborotó a los católicos checos:

Por aquí pasó un poeta pecaminoso, así lo dice el librito.

Luego me dirigía con un ruego a la Virgen de Lourdes, cuya cueva sagrada atacó Horky con tanta intransigencia:

A ti seguro te importó poco y la vida siguió. Y como una burla, tu bella figura de San Havel como si mirara dentro de su casa.

De niño llevé tu imagen a esa iglesia, mirando las velas. Fue entonces cuando me enamoré en las trenzas negras de una chica.

Por eso vuelvo siempre a tu templo en el umbral de la vejez. Tu mirada sigue siendo tan bonita como lo era hace años.

Después, con una dosis de ironía, le pedía a la Virgen que perdonase al viejo poeta y que le concediese al menos otros veinte años de vida. Tenía muchos proyectos y muchas ideas; pero, en vez de la pluma, tenía que coger una bolsa de compras y buscar, como fue el destino de todos nosotros en aquellos días, algo de comer para su numerosa familia:

Para la leche y la carne hace cola, buscar víveres es su tarea. Adiós, Virgen, y te agradezco tu afán de cumplir mi ruego.

Unos días más tarde, Horky me visitó en mi casa. Solía venir a mi barrio para pasear por el jardín del convento de Santa Margarita.

Horky se lamentaba de que la gente se olvidase de aquel bello jardín donde había paseado ya el poeta Zeyer. El gran invernáculo barroco se estaba derrumbando, el antiguo octógono estaba todo empapado del agua inferior y tuvieron que cerrar el pozo Vojtéska porque las lavanderas del barrio venían a lavar allí la ropa. Los verdes túneles de los árboles se estaban secando y, finalmente, el precioso reloj de sol del césped estaba lleno de malas hierbas.

– Si fuera más joven -decía Horky-, tal vez encontrara una cierta belleza en este proceso de la muerte de un jardín. Pero cuando se es mayor, eso te oprime y te pone melancólico.

Había recibido de mis amigos una caja de puros de mucho valor y se la ofrecí a Horky, Le gustaba fumar puros.

Cuando encendió uno de ellos y el humo perfumado nos envolvió en su olor único y especial, se dirigió a mí sonriendo.

– Le estoy hablando de un viejo jardín, ¡pero de hecho le quiero decir otra cosa! Usted me hizo recordar mi viejo pecado. ¿Sabe lo que hice? Fui a ver la imagen. No es que rezara, no, pero mentalmente le pedí disculpas a la Virgen por mi poca cortesía. Ya sabe, la vida le enseña a cualquiera. No hacen falta palabras fuertes ni cuando se tiene razón. Y finalmente soy un feminista obstinado. Al final de mi vida me arrepentí un poco.

Y expulsó por la boca un elegante círculo de humo plateado.

42. Cuatro paradas en la tumba de un poeta

I

A principios de marzo acostumbro visitar el cementerio de Vysehrad. Tengo allí a unos cuantos amigos y a veces me parece que estoy allí también, completamente solo. Este año era un día frío de principios de primavera y el cementerio estaba casi vacío. Ante todo me dirigí al poeta Hrubín. Su tumba es la más reciente. Murió exactamente el 1 de marzo.

Desde lejos pude ver ante su bajo sepulcro a una chica desconocida. Tenía en la mano un ramillete de campanillas de nieve y un librito de oraciones. Me detuve al lado de la cercana tumba del poeta Macha esperando que la muchacha se marchase. La tumba es estrecha y delante de ella sólo puede estar un visitante. Y además, quería estar solo.

Desde mi juventud tengo una cierta predilección por estos jardines de los muertos. Me gusta visitar los cementerios. He pasado mi infancia y adolescencia en una proximidad casi íntima con el cementerio Olsansky No estaba lejos de casa y teníamos allí un sepulcro infantil. Además, debajo de las ventanas nos tocaban a diario marchas fúnebres y se oía el rechinar de los carros que llevaban los féretros. Pero en mi predilección no había nada morboso. Iba allí a plantar flores y a regarlas. En el cementerio de Olsansky pasaba unas primaveras llenas de júbilo y unos otoños nostálgicos, pero no pensaba nunca en la muerte.

¡Hoy sí!

Todavía más frecuentemente vagaba por la parte antigua del cementerio, allí donde éste se une a las calles de Zizkov. Y una y otra vez volvía a buscar inscripciones en las tumbas. Cuando le conté a Nezval que me interesaban las inscripciones, me confesó que escribiría un libro titulado Inscripciones para las tumbas.

La chica que estaba delante del sepulcro de Hrubín, al cabo de un largo rato, puso el ramillete sobre su nombre, grabado en la piedra, junto a la cual habían crecido unos capullos de azafrán de color amarillo yema. Hacían pensar en unas llamitas cuyas velas estuvieran cubiertas de tierra.

Tuve que apartarme un poco para dejar pasar a la chica que volvía. Los caminos entre las tumbas son estrechos. Pero más vale que lo confiese: quería verla. Era muy joven y todo lo bonita que suelen ser las muchachas muy jóvenes. En la mano no tenía oraciones, sino una edición miniatura del Romance para corneta. Cuando se me acercó más y pude ver su rostro, el corazón me empezó a latir. ¡Por suerte estaba muy cerca del sepulcro de Macha!

Algo amoroso y como antiguamente hermoso me sopló alrededor del rostro. ¡Qué lástima!

Pero envidié un poco aquella lectura al compañero difunto.

II

Después de la muerte del poeta Josef Hora, iba a ver a este amigo fallecido a las gradas de Slavín. En verano estos escalones de piedra estaban encendidos por el sol y, con un perfume melancólico, se marchitaban las coronas de rosas colocadas sobre ellos. Ahora me detengo también delante del sepulcro de Hrubín. Son muchas las cosas sobre las cuales se puede meditar al lado de estas dos tumbas. Por ejemplo, sobre el hecho de cómo la gente no creía que Hrubín estuviese enfermo de verdad.