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No quería que Liz se alejara de él.

– Quítate el bañador, canija. Este es un juego para adultos. La oyó contener la respiración antes de decir:

– Creo que estás chiflado.

A Clay le habían llamado cosas peores. La expresión de los ojos de Liz le desgarraba el corazón. La dama necesitaba risas y él necesitaba oír su risa.

– Contaré hasta diez antes de ir por ti -anunció.

Liz aguantó hasta tres antes de dejar caer la toalla para meterse en el agua. Por su cabeza cruzó una retahila de epítetos denigrantes para Clay Stewart, la mayoría de los cuales implicaban su defunción. La oscuridad la envolvió como una cueva profunda y negra. La situación empezó a divertirla. Jugar al «corre, corre que te pillo» con Clay le parecía el juego más divertido de todos. Llevaba media vida intentando jugarlo con él.

El agua parecía seda caliente mientras se deslizaba silenciosamente por el lado menos profundo. Oyó el chapoteo cuando Clay saltó a la piscina. Instantáneamente se sumergió. Cuando salió, estaba bajo el trampolín. Esperó sin aliento. Sus ojos sondeaban la oscuridad en busca de alguna sombra, los oídos alertas en espera de algún ruido. Nada salvo el suave zumbido del filtro, el olor a cloro, el tranquilizante beso del agua y una gruta de oscuridad negra como el carbón. Entonces, salido de la nada, sintió un íntimo pellizco en el trasero. Abrió la boca sorprendida y tragó agua. Salió a flote tosiendo, con la cara roja.

– Estupendo.

La voz era tan ronca como maliciosa y llegaba del otro lado de la piscina.

– Pero todavía llevas puesto el bañador. No es divertido. Cuento hasta diez y te lo quitas… o te lo quitaré yo.

– ¡Y un cu…!

La risa y la alarma la hicieron callar al oír el chapoteo. Él se guiaba por el sonido de su voz. En un momento se disolvieron días de nervios. Liz se movió rápidamente. Tenía que vengar aquel pellizco en su trasero.

– Bien, encanto, si te quedas en un sitio fijo, lo facilitarás mucho.

Ella se sumergió y contuvo la respiración. Escuchó bajo la superficie, en donde todos los sonidos resultaban ampliados. Él estaba pedaleando en el lateral. Ella se acercó nadando silenciosamente. Un fuerte tirón del tobillo y Clay se hundió. Ella se alejó a buena velocidad.

– ¡Oh, Liz! Eso ha sido un terrible error táctico. Ahora tendrás que pagar.

Ella sonrió. Durante tres segundos y medio se sintió a salvo. Desde el centro de la piscina podía huir en las cuatro direcciones.

– Vamos, preciosa. Acepta tu castigo como una mujer. Él extendió los brazos y bajó los tirantes del bañador de Liz mientras ella contenía la respiración y la adrenalina corría por sus venas. Durante un segundo sus brazos quedaron inmovilizados. Sintió el roce de un desnudo muslo masculino. Todo su cuerpo se estremeció. Él tenía razón. Aquel era un juego para adultos, y muy peligroso. Pataleó con fuerza para eludir las manos de él… pero las manos no intentaron retenerla. Ella pensó equivocadamente que él iba a soltarla. Pero él se limitó a tirar de las hombreras del bañador hacia abajo. El bañador se enredó un momento en los tobillos de Liz, pero luego él consiguió sacarlo. Desde el extremo menos profundo, Liz oyó un malicioso:

– ¿Sabes, Liz? Desde el punto de vista masculino, sólo existe una cosa más interesante que una mujer en bañador, y es una mujer sin bañador.

Liz no era propensa a hacer gestos obscenos, pero era el momento y el lugar adecuados. Él no pudo ver el gesto de sus dedos. Pero inmediatamente ella sintió el excitante roce de un pulgar en sus pezones desnudos. Inmediatamente después un mano se deslizó por su espalda hasta la cadera y el muslo.

Liz se apresuró a nadar hasta el extremo de la piscina más lejano. El corazón le brincaba de entusiasmo. Clay nunca había iniciado un contacto físico que fuera más allá de un abrazo amistoso.

– Muy bien. ¿Es suficiente? Debes tener frío.

– No tengo frío.

– Entonces estarás cansada.

Ella comprendió por el tono de Clay que él estaba intentando dar marcha atrás.

– No puede acabar el juego sin un ganador.

– ¿Un ganador?

– ¿Qué te parecen cinco minutos más y un beso rápido, Clay? Suponiendo que puedas encontrarme.

Un momento de silencio y luego:

– Como quieras.

Clay no quería seguir jugando y sabía que no había manera de medir el tiempo en la oscuridad. Al iniciar el juego, le había añadido el picante de la desnudez. Le había parecido una manera de comunicarle a Liz que su rechazo no significaba que no le pareciera una mujer hermosa y atractiva. Un poco de coqueteo podía favorecer un aumento de autoconfianza. No había ningún peligro porque sabía que no iba a ir más allá. Todavía sabía que no iba a ir más allá, pero quería poner fin al juego, encender las luces y que ella se vistiera. El agua era oscura como tinta, el aire sofocante y sus buenas intenciones estaban empezando a transformarse en imágenes de un cuerpo desnudo y suave mezcladas con el agua y la noche. El cuerpo de Liz, la risa de Liz.

Clay se dio impulso para alejarse del borde de la piscina. Sabía perfectamente lo rápido que iba a ser aquel «beso rápido» cuando la encontrara. Emergió en el extremo menos profundo y quedó inmóvil al oír el susurro casi imperceptible de la respiración de ella. Estaba de pie, inmóvil como una estatua a un metro de él. Clay evitó cuidadosamente el contacto corporal. Sus labios rozaron los de ella, pero cada uno de los músculos de su cuerpo estaba tenso. La boca de Liz se movió bajo la suya, húmeda y cálida. «No hagas eso, Liz», suplicó él silenciosamente. La garganta de Liz se arqueó hacia atrás con un impulso virginal. «¡Maldita sea! Tampoco hagas eso».

Él podía haberse apartado inmediatamente. No pudo. Por un instante dejó que la conciencia de este hecho fluyera por su cuerpo como un tormento. Tan cerca. Diez centímetros más cerca y sus pequeños pechos rozarían su tórax desnudo, húmedo, cálido. En sus fantasías él la había protegido de cien dragones cuando la encontraba en la oscuridad y en peligro. Ahora estaban en la oscuridad y ella no sabía el peligro que estaba corriendo. Siempre había deseado ser un héroe para ella. Sabía muy bien que era incapaz de ser algo más que un hombre. El deseo de tocarla le desgarraba y el suave roce de la boca de ella no le ayudaba. Ella le pasó los dedos por el pelo.

Oscuridad, humedad, lenguas. Liz sintió los dedos de Clay crisparse en sus hombros. Desde el instante en que la boca de Clay había tocado la suya, había sentido la explosión emocional de él. A ciegas en la oscuridad, los labios de Clay habían buscado sus mejillas, su nariz, sus ojos, beso tras beso, con un ansia feroz, con una soledad desesperada. ¿La besaba sin saber lo que le estaba transmitiendo? El agua lamía sus cinturas antes de ser desplazada por el contacto entre las pieles desnudas. Ante el primer contacto entre vientres y pechos, Clay dejó escapar una especie de gruñido bajo, breve e irritado. Ella atrapó aquel sonido con su boca y sintió el temblor que le recorría. Le rodeó con los brazos y deslizó las manos por los músculos de la espalda. Sus labios rozaron la garganta de Clay Saboreó el agua. Saboreó a Clay. Le oyó jadear. Las manos de Clay enmarcaron su cara. Su boca se apoderó de la suya con urgente presión. Su excitación se presionaba contra el abdomen de Liz, intensa y firme. El deseo le atenazaba el vientre. ¿Qué era exactamente lo que había desencadenado? Agua y oscuridad, calor resbaladizo y un hombre conteniendo su deseo. El temor se disolvió rápidamente. De repente, él la alzó y la abrazó. Ella absorbió el tremendo escalofrío que recorrió el cuerpo masculino y el último beso antes de que él apartara la boca lentamente. Si hubiera podido ver su cara con claridad, Liz habría visto el brillo de sus húmedos ojos.