Él le acarició el pezón endurecido con el pulgar mientras con la otra mano le masajeaba el trasero, excitado por el descaro de Leah. Por suerte no le quedaba grasa en las manos, pero una parte de él deseó estar manchado y así poder marcarla del modo más elemental y posesivo. Pero como las manchas permanentes no eran posibles, tendría que reclamarla del único modo disponible.
Apretándole el trasero, inclinó la cabeza y se dispuso a besarla con la avidez y pasión que había estado conteniendo desde que ella entrara en su garaje privado. Pero antes de que sus labios entraran en contacto, empezó a zumbar el interfono de la pared, haciendo que Leah diera un respingo y se apartara con expresión asustada.
– Jace, es más de la una -anunció Gavin-. ¿Necesitas algo antes de que nos marchemos?
Jace presionó el botón del aparato mientras Leah se desplazaba hacia el Camaro.
– No, sólo asegúrate de cerrar todas las puertas.
– Descuida -dijo Gavin-. Que pases un buen fin de semana. Te veré el lunes por la mañana.
Jace desconectó el interfono y devolvió la atención a Leah, bastante decepcionado de que se hubiera roto la sensualidad del momento. Se quedó contemplando cómo ella pasaba la mano sobre el reluciente capó del vehículo, pintado de rojo brillante con dos rayas blancas de carreras en el centro.
– ¿Desde cuando trabajas con deportivos clásicos? -le preguntó con curiosidad.
– No lo hacemos. Éste es mío -respondió él, acercándose a ella. Deseaba que aquellas manos le acariciaran su cuerpo en vez del coche-. Quería tener un Chevy Camaro del 67 desde que era un crío, y ésta era una oportunidad demasiado buena para dejarla pasar. ¿Qué te parece?
– Me encanta, y creo que es un imán para las chicas -dijo ella en tono jocoso-. ¿Te importa si lo pruebo?
– En absoluto -respondió él, y le abrió la puerta del conductor. Pero en vez de sentarse tras el volante, Leah empujó el asiento delantero hacia delante y se deslizó en el de atrás-. No hay mucho que ver ni hacer ahí detrás -dijo, agachándose para verla.
Ella se reclinó contra el asiento tapizado y negó con la cabeza para mostrar su desacuerdo.
– ¿No crees que de joven habrías tenido muchas cosas que hacer aquí detrás con una chica que estuviera loca por ti?
Una llamarada de excitación lo recorrió por dentro, haciéndolo sonreír como un tonto.
– ¿Me estás ofreciendo cumplir una fantasía de adolescente?
– Eso mismo -respondió ella, y le hizo un gesto con el dedo para que se acercara-. ¿Te importa acompañarme?
Incapaz de resistirse a una propuesta tan tentadora, Jace se deslizó en el asiento trasero y cerró la puerta tras él, envolviéndose con el calor del vehículo, la embriagadora fragancia de Leah y la promesa de seducción que ardía en sus brillantes ojos azules.
Capítulo 4
Leah tenía a Jace justo donde quería. De acuerdo, tal vez el asiento trasero de un Camaro no fuera tan cómodo como una cama, pero de momento era perfecto para lo que tenía pensado.
Le puso una mano en el pecho y lo empujó hacia atrás, de modo que estuviera reclinado contra el lateral del vehículo. Entonces se sentó a horcajadas sobre su cintura y apoyó el trasero en sus poderosos muslos.
– Nunca había hecho esto en el asiento trasero de un coche -dijo con voz sensual, y se movió hasta que el bulto endurecido de los vaqueros estuvo firmemente presionado contra la unión de sus muslos-. ¿Te importaría guiarme un poco?
Él llevó las manos a su cintura y le sacó lentamente el borde del top de la cintura de los vaqueros.
– Sinceramente, también es la primera vez para mí, pero creo que podré darte algunos consejos.
Leah se estremeció cuando los dedos de Jace le recorrieron las costillas, y decidió que si aquélla iba a ser la primera vez que Jace hiciera algo en el asiento trasero de un coche, y en su Camaro nada menos, quería que la experiencia fuera memorable para él. Un recuerdo que lo hiciera sonreír siempre que mirara por el espejo retrovisor.
– En realidad, me preguntaba si… ¿te importaría que esta vez llevara yo la iniciativa y tú te limitas a seguirme? -le preguntó.
Él sonrió con indulgencia, haciendo aparecer su encantador hoyuelo.
– Por Dios, Leah, ésa es una petición que pocos hombres podrían rechazar.
Ella tiró hacia arriba de su camiseta y él la ayudó a que se la quitara por encima de la cabeza.
– ¿Tú incluido? -le preguntó con cierta inseguridad en la voz. Muy pocos hombres, por no decir ninguno, la habían encontrado sexualmente irresistible.
Jace se puso repentinamente tan serio como la pregunta que ella acababa de formularle, y Leah se maravilló de que conectara tan bien con sus sentimientos.
– Sobre todo yo, cariño -murmuró, y le pasó un dedo por el escote en «V» del top, dejando una sensación de hormigueo tras su tacto-. Resistirse a ti es casi imposible.
– Estupendo -dijo ella. Aquello era todo lo que importaba para el último día y la última noche que pasaría con él.
Extendió las palmas sobre su pecho desnudo y se inclinó hacia delante para besarlo. Sus labios se encontraron y se acoplaron a la perfección, y ella introdujo la lengua en su boca para explorar sus húmedos recovecos.
Las manos de Jace volvieron a deslizarse bajo su top, esta vez para moverse con celeridad por su espalda y luego hacia sus pechos. Encontró los extremos puntiagudos y los pellizcó suavemente a través del sujetador, dándole placer y al mismo tiempo permitiendo que fuera ella quien dictara el ritmo de la seducción.
La rígida longitud de su erección se presionó duramente contra su sexo y ella movió las caderas, creando una deleitosa fricción que lo hizo gemir desde lo más profundo de su pecho y que avivó el beso aún más.
Sabiendo lo que él deseaba, lo que más ansiaba, desplazó la boca hasta su mandíbula y le rozó el cuello con la nariz mientras descendía con los labios y la lengua. Le lamió ávidamente los pezones, y él entrelazó los dedos en sus cabellos cuando sus dientes llegaron al vientre y empezó a lamerle el ombligo. Jace se movió hacia atrás y ella encontró una postura relativamente cómoda entre sus piernas, desde la que consiguió desabrocharle el botón de los vaqueros y bajarle lentamente la cremallera, intentando no ceder a la impaciencia por tocarlo de aquel modo tan íntimo, de aprender la forma, la textura y el sabor de su cuerpo masculino sin ninguna barrera material entre ella y su carne.
Él la agarró de la muñeca antes de que pudiera seguir avanzando, y cuando ella lo miró a los ojos vio que tenía el rostro en tensión por el deseo y la necesidad más acuciante.
– ¿Estás completamente segura de esto?
– Sí, completamente -respondió ella, pellizcándolo a través de los calzoncillos de algodón y contemplando fascinada como se estiraba su impresionante erección-. Quiero poner en práctica lo que me enseñaste anoche sobre el sexo oral. Y no me refiero a la bebida.
La respuesta de Jace fue un estremecimiento que le recorrió todo el cuerpo. Le soltó la mano y le permitió empezar. Ella le agarró la cintura de los vaqueros y calzoncillos y él levantó las caderas para que pudiera bajárselos hasta los muslos, liberando su sexo erguido. Leah se humedeció los labios con la lengua y le tocó la punta del pene, maravillándose de la suavidad aterciopelada del glande, que contrastaba fuertemente con la dureza abrasadora del tejido eréctil.
La imagen de su virilidad y excitación masculina hizo que un torrente de calor y humedad la anegara, pero aquella tarde el primero era Jace. Ella ya tendría lo suyo más tarde, por la noche. Le rodeó el grosor con los dedos y con la otra mano le acarició los testículos. La respiración de Jace se aceleró, y sus muslos se tensaron cuando ella abrió los labios y se metió su sexo en la boca.