Había algo poderosamente estimulante en tener la parte más masculina de Jace llenándole la boca y en ejercer un control completo de su placer. Y había algo maravillosamente provocativo en los empujones que daba él con la parte más vulnerable de su anatomía.
Se sentía increíblemente sexual y desinhibida, y el pulso se le aceleró en un ritmo frenético de excitación. Su máximo deseo era llevarlo al orgasmo.
Recordando las técnicas que él le había enseñado la noche anterior, combinó los labios y la lengua lamiendo rítmicamente en círculos, y finalmente añadió una succión constante que provocó una violenta sacudida de sus caderas y un gemido ronco de su garganta.
Los dedos de Jace se aferraban a sus cabellos, tirando de ella y luego intentando separarla a medida que se avecinaba el climax.
– Leah… -susurró con voz temblorosa, intentando avisarla.
Ella ignoró su advertencia y siguió poniendo todo su empeño en la tarea, lamiendo y succionando el miembro en toda su longitud. Y entonces, con un rugido que se elevó desde su pecho y con todos los músculos en tensión infinita, Jace cedió al torrente de placer que expulsó su cuerpo. Y ella no se apartó hasta que los últimos temblores cedieron y Jace se desplomó contra el asiento, con los ojos cerrados y jadeante, como si acabara de recorrer al sprint el último kilómetro de una carrera.
Parecía total y deliciosamente consumido, y eso satisfizo a Leah más que un orgasmo propio, ya que había sido ella la responsable de aquella expresión aturdida. Se colocó a su lado y se fijó en que las ventanas estaban empañadas por el calor que habían generado. Sintió el impulso infantil de escribir algo íntimo en el cristal, como «Quiero a Jace». Un mensaje que lo reclamara para ella sola.
El estómago le dio un vuelco y el corazón lo siguió con latidos erráticos cuando la verdad la sacudió hasta las entrañas. Siendo una adolescente se había enamorado de Jace y había ahogado su atracción en la amistad. Y siendo una mujer adulta que estaba aprendiendo el valor de la intimidad y la pasión, y experimentando una conexión emocional con un hombre por primera vez, sabía que amaba a Jace.
Tragó saliva, sabiendo que jamás le revelaría sus sentimientos a Jace. Lo último que quería era que se sintiera obligado a correspondería. El tiempo que compartían era para el sexo, no para el amor, y de ninguna manera iba a perderlo por culpa de un inesperado giro emocional.
– ¿Y bien? -le preguntó, acurrucándose contra él-. ¿He pasado el examen?
Él soltó una carcajada ronca y débil, como si le costara esfuerzo expresar su regocijo.
– Aprendes muy rápido… -abrió los ojos y la miró-. Te has ganado una matrícula de honor.
Leah no pudo impedir que una tonta sonrisa curvara sus labios.
– Eres un gran profesor -dijo, devolviéndole el cumplido-. Pero… ¿te das cuenta de lo que vamos a tener que hacer para mantener esa media en las calificaciones?
– En ese caso, permíteme que te devuelva el favor -respondió él, y llevó la mano a los lazos de cuero que sujetaban los vaqueros de Leah.
Antes de que pudiera desatarlos y hacerla derretirse con sus mágicas caricias, ella se apartó.
– Por muy tentador que parezca, tengo que irme.
Jace frunció el ceño, perplejo.
– ¿Irte adonde?
– De compras.
– ¿De compras? -repitió él, subiéndose los pantalones.
– Sí, de compras -afirmó ella. Encontró su camiseta en el asiento, bajo su trasero, y se la tendió-. Tengo que comprar unas cosas para esta noche, especialmente algo para ponerme.
Él la recorrió lentamente con la mirada de arriba abajo, como si la estuviera imaginando desnuda.
– ¿Y si no quiero que te pongas nada?
La libido de Leah volvió a encenderse, provocándola para que se quedara y le permitiera devolverle el favor.
– ¿Dónde estaría entonces la diversión? -preguntó con bastante esfuerzo-. Quiero comprarme algo sugerente y seductor, y volverte loco de deseo.
Él emitió un jadeo agonizante.
– Así que volvemos a lo mismo, ¿eh?
Ella le plantó un beso fugaz en los labios.
– Sí -respondió. Estaba deseando encontrar un conjunto que lo hiciera arder de lujuria-. Si te sirve de consuelo, te prometo que podrás hacer conmigo lo que quieras esta noche.
Una lenta y arrebatadora sonrisa curvó los labios de Jace al tiempo que sus verdes ojos brillaban de malicia.
– Cuenta con ello, cariño, porque esta noche seré yo quien lleve la iniciativa.
Aquella noche, Jace se recostó en el sofá del apartamento de Leah, viendo cómo ella introducía un CD en el equipo estéreo. A los pocos segundos, la suave voz de Enya llenaba el salón y añadía un toque de magia al romántico ambiente que Leah había creado.
Fiel a su palabra, había encontrado un conjunto que excitó a Jace nada más abrir la puerta y saludarlo. La combinación morada de seda y encaje se amoldaba a sus pechos, y los pantalones a juego acariciaban sus caderas y muslos al moverse y caminar. Había dicho que aquel conjunto de dos piezas era un atuendo cómodo e informal, y él había replicado que era ilegal salir a la calle con lencería sexy.
Gracias a Dios no iban a salir a ninguna parte aquella noche, porque no quería compartir a Leah con nadie.
Ella encendió la media docena de velas repartidas por las mesas y estanterías y apagó las luces, salvo una lámpara situada en un rincón. Entonces se volvió hacia él, envuelta en el resplandor dorado que despedía su piel desnuda. Se había soltado el pelo, y los mechones castaños caían en suaves ondulaciones hasta los hombros. Sus ojos transmitían la seguridad de una mujer que sabía cómo acabaría la noche.
Era emocionante pensar que aquella seguridad en sí misma era en parte el resultado del tiempo que habían pasado juntos. Jace sospechaba que Leah siempre había ocultado su sensualidad, esperando a liberarse cuando se dieran las circunstancias apropiadas. Esperando a estar con el hombre adecuado. Un hombre que no se apresurara y le permitiera abrazar su lado más desinhibido y satisfacer sus fantasías y caprichos eróticos.
Lo había elegido a él para ser el hombre afortunado que la acompañara en aquel viaje de descubrimiento, y aunque él aceptaba que su acuerdo no incluía ningún compromiso ni expectativas más allá de aquel fin de semana, nunca imaginó que pudiera llegar a necesitarla tanto. Se había convertido en un adicto a sus dulces sonrisas y su risa contagiosa. A su olor femenino. Al modo en que lo seducía sin esfuerzo, a pesar de su errónea impresión de que necesitaba recibir lecciones para provocar a un hombre. Y, además de todo, a la actitud comprensiva que mostraba hacia él. Ninguna otra mujer lo había comprendido y aceptado como ella.
Leah se sentó junto a él, mirándolo de frente, y dobló las piernas bajo ella.
– ¿Y bien? ¿Qué tenemos en la agenda de esta noche? -le preguntó con impaciencia.
«A ti. A mí. Juntos. Por fin», pensó él.
– Juegos preliminares -respondió.
Ella sonrió maliciosamente.
– A mí me parece que este fin de semana ha tenido una larga sesión de juegos preliminares. Pero no pienses que me estoy quejando.
– Entonces considera esta noche como una visión en conjunto, la seducción final que culminará en el hecho principal.
Estiró él brazo sobre el respaldo del sofá y frotó sus cabellos entre los dedos, lo que le recordó la tarde que habían compartido y cómo había envuelto la mano con esos mechones sedosos mientras ella lo hacía gozar con su boca.
– Tienes toda mi atención -dijo ella, animándolo a que continuara.
Jace aspiró hondo y se concentró en la inminente lección.
– Los juegos preliminares son la parte más importante del acto sexual. Se trata de aprender lo que excita a tu pareja, lo que le gusta y lo que no, lo que pone su cuerpo a punto. Son las caricias y besos que te humedecen y te preparan para hacer el amor.