La emoción de lo prohibido era irresistible, y lo miró por encima del hombro para hacerle saber que confiaba en él, que le entregaba su cuerpo, su corazón y su alma.
Con un rugido casi animal, Jace la agarró por la cintura y la penetró de una sola embestida, haciendo que Leah echara la cabeza hacia atrás con un fuerte gemido. Y entonces comenzó una delirante escalada de placer, fricción y calor, en la que él empujaba cada vez más fuerte y rápido y ella giraba sinuosamente las caderas, apretándose contra él por instinto y siguiendo el ritmo frenético de sus acometidas.
Él se inclinó sobre ella, cubriéndola por detrás, y le hincó los dientes en el cuello para añadir un dolor exquisito a la espiral de sensaciones eróticas que se arremolinaba en su interior. Los movimientos se hicieron más rápidos y apremiantes. Jace llevó las manos hasta sus pechos, amasándolos y deslizando los pezones entre los dedos, y luego bajó hasta su vientre y más abajo, donde sus cuerpos se unían.
Una embestida más, una caricia más, y el orgasmo golpeó de lleno a Leah, haciéndola contraerse alrededor del miembro de Jace. Las convulsiones y el prolongado gemido que le cortó la respiración barrieron los restos de resistencia de Jace, cuyo cuerpo se puso rígido por unos segundos y luego se estremeció violentamente al sucumbir a su propio orgasmo.
Se derrumbó sobre ella, exhausto y tembloroso. Sin sacar su sexo, le acarició el cuello con los labios y la besó en la mejilla.
– No puedo creer que te haya tomado como un animal.
Ella lo miró por encima del hombro y vio su expresión de arrepentimiento. Intuyó que estaba a punto de suplicarle su perdón, por lo que se apresuró a negarle la oportunidad.
– No te atrevas a disculparte por el mejor sexo que he tenido en mi vida -le dijo con toda la firmeza que pudo.
Jace se echó a reír, agradecido de que Leah se abriera a la improvisación sexual.
– De acuerdo. No pediré disculpas, porque para mí también ha sido la mejor experiencia que puedo recordar.
Eso quería decir mucho de la mujer que estaba con él. Había tenido buenas experiencias con anterioridad, pero nunca había perdido el control como le había pasado con Leah. Y aunque acababa de tener un orgasmo, no estaba ni mucho menos saciado. Temí a que le haría falta toda una vida para saciarse de ella.
Por desgracia, sólo le quedaba aquella noche para satisfacer todo el deseo que sentía por Leah. Y no quería desaprovechar ni un minuto.
A pesar de que Leah le asegurara que no le importaba ver su lado más agresivo en lo referente al sexo, él no quería dejarla con una impresión tan basta de sí mismo.
– Al menos permíteme que te haga el amor en una cama, en vez de estar arrodillado en el suelo de tu salón.
Ella suspiró y le dedicó una sonrisa tan íntima como un beso.
– Ésa es una oferta que no puedo rechazar. Las rodillas están empezando a escocerme.
Minutos más tarde, después de que Leah hubiera apagado todas las velas y él hubiera hecho una rápida visita al cuarto de baño, se encontraron en el dormitorio. Ella lo esperaba en la cama, desnuda y con el pelo alborotado. Con un brillo sensual en los ojos, se acarició el vientre con la punta de los dedos y subió hasta los pechos, excitándose a sí misma con suaves caricias.
Fascinado, Jace se acercó a los pies de la cama. La lámpara de la mesilla le permitía contemplar cada curva, cada línea, cada ondulación de su cuerpo. Y sólo de mirarla los músculos se le tensaron dolorosamente, desde el pecho hacia abajo.
– Pareces muy contento de verme -dijo ella, bajando la mirada hasta su erección, que casi transcurría paralela a su estómago.
– Eres preciosa -murmuró él, grabando aquel momento en su mente para las largas y solitarias noches venideras.
– Y tú también -respondió ella con el mismo tono reverencial.
Jace había llevado consigo el resto de preservativos que guardaba en el bolsillo de sus vaqueros, y los arrojó todos menos uno sobre la almohada, junto a Leah, sabiendo que los habría usado todos antes de que acabara la noche.
Se enfundó el miembro y se subió a la cama. Empezando por los tobillos de Leah, fue subiendo centímetro a centímetro, usando la boca y las manos para aumentar lentamente la excitación. Le separó las piernas y le acarició el interior del muslo con los labios y el aliento, y la lamió suavemente antes de seguir avanzando. Deslizó las palmas sobre las caderas mientras la besaba en el vientre, antes de rendir pleitesía a los pechos y sorber de sus abultados pezones. Y al ver cómo se retorcía supo que estaba preparada para recibirlo.
Se colocó sobre ella, posicionándose entre sus muslos, y gimió cuando ella le rodeó la cintura con las piernas y tiró de él. Una sola embestida lo separaba de introducirse en la fuente de su pasión. La deseaba desesperadamente, mucho más que la necesidad física, y la intensidad de aquel deseo hizo que por primera vez en su vida su alma se viera desnuda ante la realidad.
La amaba.
Colocó los brazos a ambos lados de su cabeza y la miró fijamente a los ojos. El corazón le latía desbocado mientras asimilaba aquella certeza. De todo lo que le había enseñado a Leah, aquella unión sería la más profunda, y quería que ella también lo supiera.
– Así es como tiene que ser entre un hombre y una mujer -murmuró. Mágico. Sublime. Emotivo.
Muy lentamente, se introdujo en su calor femenino y ella se aferró a él, entregándose por completo.
– Oh, Jace -susurró, y él creyó ver cómo las lágrimas afluían a sus ojos, antes de que ella fundiera su boca con la suya en un beso febril.
En esa ocasión, Jace le hizo el amor con calma y ternura, incrementando poco a poco el placer. Ella llegó antes al orgasmo, y sólo entonces él se permitió perderse en el éxtasis más absoluto, arrobado por la incomparable emoción de ser una parte intrínseca de Leah.
Capítulo 5
Leah supo nada más despertar a la mañana siguiente que de ninguna manera podría aceptar la proposición de Brent. No cuando había pasado la noche más gloriosa de su vida con otro hombre. Jace le había enseñado lo que era la verdadera pasión entre un hombre y una mujer, y la había hecho sentirse como una mujer deseable e irresistible. Sólo de pensar en cómo le había hecho el amor la noche anterior, y otra vez aquella mañana, un intenso hormigueo le recorría el cuerpo con renovado calor.
Se giró en la cama y descubrió que estaba sola, pero los ruidos que procedían de la cocina y el olor a café recién hecho le confirmaron que Jace seguía allí. La consoló saber que no se había marchado, aunque temía enfrentarse a él aquella mañana sabiendo que la aventura había terminado.
Igual que había terminado su relación con Brent. En cuanto su novio formal volviera de su viaje de negocios por la tarde, no sólo le diría que no podía casarse con él, sino que también le explicaría que su relación carecía de lo más importante para mantener un matrimonio. Y no sólo se refería al sexo, sino al vínculo emocional que faltaba entre ellos… esa conexión íntima que había experimentado con Jace la noche anterior, cuando él se hundió profundamente en su interior y cuando la abrazó mientras ella dormía.
Quería a Brent, y ahora podía ver que le había hecho un gran favor al no mantener relaciones sexuales con ella. Si se hubieran acostado juntos, nunca habría acudido a Jace y nunca habría vivido aquella inolvidable experiencia. Y, seguramente, habría aceptado casarse con Brent por las razones equivocadas, ya que él le ofrecía todo lo que ella quería de la vida.