Выбрать главу

Sí, quería casarse y formar una familia. Sus sueños no habían cambiado. Pero como persona había evolucionado gracias a la confianza que Jace demostraba tener en ella, y le gustaba la mujer sensual y segura de sí misma en que se había transformado. Una mujer que no estaba dispuesta a conformarse con lo que no fuera un amor incondicional y una pasión mutua, que era precisamente lo que sentía por Jace.

Aquella certeza hizo que el corazón se le encogiera de dolor, porque Jace era el único hombre con el que desearía pasar el resto de su vida y al que nunca podría tener. Le había dado lo que ella le había pedido… lecciones para excitar a un hombre y dos noches de pasión increíble. No le había prometido nada que trascendiera de aquel fin de semana, y ella había sabido desde el principio que Jace no tenía el menor interés en una relación duradera, por lo que no sería ella quien rompiera las reglas establecidas y lo presionara para aceptar algo más de lo que habían acordado. Su amistad era demasiado importante para arriesgarse, y tendría que conseguir que el paso de ser amantes a volver a ser amigos fuera lo más fácil posible para ambos.

Con un suspiro melancólico, se apretó la almohada contra el pecho y hundió la cara en la suave textura para inhalar el olor masculino de Jace. Cerró los ojos e intentó sofocar la tristeza que amenazaba con salir a la superficie. Tenía que reunir las fuerzas necesarias para enfrentarse a Jace y no delatar sus sentimientos hacia él.

Oh, Señor, nunca había imaginado que su plan original pudiera dejarla tan afligida, desolada y sintiéndose más sola que en toda su vida.

Pero no podría posponer el encuentro para siempre, así que se levantó de la cama, se puso su bata favorita, se cepilló los dientes e intentó arreglarse un poco el pelo. Al entrar en la cocina se encontró a Jace sentado junto a la mesa, tomando una taza de café mientras examinaba con el ceño fruncido un trozo de papel que tenía en la mano.

Leah se llevó una decepción al comprobar que se había puesto los vaqueros, la camiseta y los zapatos, como si lo de la noche anterior no hubiera sucedido y no tuviera intención de permanecer allí mucho tiempo. Era obvio que no existía la menor intimidad entre ellos por la mañana, y se reprendió a sí misma por desear unos momentos más con él, cuando no tenía derecho a esperar más de lo que ya le había dado.

– Buenos días -lo saludó con voz suave. Él levantó la mirada y sonrió.

– Hola.

Lean creyó ver un destello de anhelo en sus ojos, pero fue rápidamente enmascarado con una expresión de fría cautela que le hizo un nudo en el estómago. Odiaba que una parte de Jace se distanciara de ella, pero no podía culparlo por ser prudente y querer acabar con aquella aventura de la forma más seca y cortante posible.

Ella debería hacer lo mismo, aunque sólo fuera por preservar la amistad, y eso significaba reprimir sus emociones hasta que Jace se hubiera marchado.

– ¿Qué es esto? -le preguntó él, y le mostró el papel que tenía en la mano.

Era la fantasía que había arrancado del libro de las «sexcapadas» dos días antes. La danza de los siete velos. Había dejado la hoja en la mesa, sobre un montón de revistas y cartas, sin pensar que él pudiera encontrarla.

Se mordió el labio, recordando su incapacidad para llevar a cabo la fantasía con Brent. Ahora podía agradecer no haberlo hecho, pues se había dado cuenta de que no era el hombre adecuado para ella. En cambio, habría estado más que dispuesta a interpretar la danza para Jace si hubiera tenido ocasión. Él le había dado la seguridad necesaria y la había animado a abrazar su lado más desinhibido y a disfrutar de los placeres que su cuerpo podía ofrecer.

– Es una fantasía erótica que tomé de un libro que encontré el viernes pasado en una tienda organizadora de bodas -explicó, acercándose a la encimera para servirse una taza de café.

– ¿Qué estabas haciendo en una tienda organizadora de bodas? -preguntó él con voz tensa mientras ella se llenaba la taza.

De espaldas a él, vertió la crema y el azúcar en el café y respiró hondo. Jace merecía saber la verdad. Toda la verdad. Sobre ella y Brent, sobre la fantasía del libro y sobre el papel que él había jugado en todo ello. Se lo debía.

Tomó la taza con las dos manos y se dio la vuelta.

– Estaba allí porque Brent me pidió que me casara con él.

Jace la miró, absolutamente perplejo.

– ¿En serio?

Ella asintió y tomó un sorbo de café, incapaz de mirarlo a los ojos. Temía ver en ellos una expresión hostil.

– Le pedí que me diera algo de tiempo para pensarlo, y él accedió. Se marchó en viaje de negocios, y yo pensé que una visita a una empresa organizadora de bodas podría ayudarme a tomar una decisión -omitió la parte sobre la angustia que había experimentado nada más entrar en Divine Events-. Pero en vez de eso me encontré con un libro erótico titulado Sexcapadas, y arranqué una de sus páginas.

Finalmente se atrevió a mirarlo, y quiso llorar de alivio cuando no vio el menor atisbo de censura o crítica en su expresión. Jace esperaba pacientemente a que continuara.

– Cuando leí la fantasía, lo primero que pensé fue que jamás podría interpretar un baile tan íntimo para Brent -dijo, dejando que Jace sacara sus propias conclusiones-. Así que te pedí ayuda para que me enseñaras cómo excitar y complacer a un hombre, lo que les gusta y…

– … lo que los vuelve locos de deseo -concluyó él con una sonrisa irónica.

– Sí, eso también -murmuró ella.

Jace se levantó y cruzó la cocina para dejar la taza en el fregadero.

– Leah, nunca pongas en duda que eres una mujer muy atractiva y sensual.

«Quizá si estuviéramos juntos y tú sacaras lo mejor de mí», pensó ella, pero se guardó el comentario para sí misma.

Jace se puso delante de ella y le acarició la mejilla con los nudillos, incapaz de resistir la tentación de tocarla. Se sentía desgarrado por dentro. Quería llevarse a Leah a la cama y mantenerla allí para siempre, pero sabía que no tenía derecho a hacerlo.

– Dime una cosa -murmuró, bajando con la mano por la solapa de la bata hasta donde ésta se cruzaba sobre los pechos. Tuvo que reprimirse para no desnudarla allí mismo y hacerle el amor sobre la encimera de la cocina-. Después de este fin de semana, ¿tienes la seguridad en ti misma para interpretar la danza de los siete velos?

– Sí -susurró ella-. Sí, la tengo. Tú me has dado esa seguridad, y te agradezco todo lo que me has enseñado este fin de semana, especialmente a creer en mí misma y aceptar mi sensualidad innata.

Y ahora iba a mandarla de vuelta a Brent, armada con todas las tácticas de seducción que él le había enseñado. Jace quería gritar de frustración por lo injusto que era todo. Pero él había tenido lo que había acordado, y ella había obtenido lo que había pedido. Santo Dios, ¿cuándo se había torcido todo?

– Tengo que irme -dijo bruscamente. Sentía un nudo en el pecho y la imperiosa necesidad de respirar aire puro. Tenía que salir de allí.

Se giró para marcharse, pero sólo llegó hasta el salón antes de que Leah corriera tras él. Lo agarró del brazo y lo obligó a detenerse. Él vio la expresión esperanzada de sus ojos y el corazón le dio un vuelco.

– Jace… -la voz se le quebró, pero la inseguridad de su tono era inconfundible, como si temiera expresar lo que pensaba.

– ¿Sí? -la apremió él, con una voz tan grave y áspera como nunca le había salido.

– Yo…

Jace esperó con la respiración contenida, y con una parte de él rezando por lo imposible.

– Gracias -dijo ella finalmente, con lo que pareció una sonrisa forzada-. Por todo.

– De nada… por todo -respondió él, y la besó por última vez en la sien antes de dirigirse hacia la puerta.

Jace le dio otra vuelta forzada a la llave inglesa, haciendo que ésta se soltara del tornillo y que los nudillos se le desollaran al rozarse contra el borde del colector.