– Siempre te he querido.
– Y yo a ti -respondió él con una radiante sonrisa, y le tiró del cinturón del abrigo, aflojándoselo-. Creo que hemos perdido demasiado tiempo siendo amigos, ¿no te parece?
Un deseo ardiente recorrió las venas de Leah.
– No puedo estar más de acuerdo contigo -dijo, y sintió cómo el aire fresco le acariciaba la piel desnuda cuando Jace le abrió el abrigo.
Él se quedó boquiabierto al ver su atuendo.
– Por Dios, Leah, ¿adonde ibas vestida así?
– A verte. A bailar y desnudarme para ti. A ser tu fantasía. A provocarte y seducirte con todo lo que me has enseñado este fin de semana -lo agarró de la mano y lo llevó al salón, donde lo hizo sentarse en la butaca. Luego, atenuó las luces y encendió el equipo de música, que aún contenía el CD de Enya-. Pero ya que has venido tú a mí, tendré que improvisar.
La música suave y armoniosa llenó la habitación y Leah dejó que el ritmo la imbuyera de sensualidad y estimulara la seguridad que Jace le había infundido. Y entonces empezó a moverse lentamente, girando con exquisita elegancia, asimilando la evocadora cadencia de las notas.
Mientras se perdía en la música y en los ojos ardientes de Jace, se quitó uno de los pañuelos de seda que se había prendido al sujetador de encaje y lo ondeó vaporosamente sobre sus curvas, sobre el vientre y los muslos antes de dejarlo caer al suelo. Entonces volvió a iniciar el proceso, sin dejar de moverse en círculos provocadores, creando un aura de sexualidad con cada pañuelo que se quitaba.
Se quitó también la ropa interior, y sonrió cuando él se despojó de la camisa y los vaqueros para quedarse tan desnudo como ella. Su deseo masculino era perfectamente visible, y Leah fue hacia él sin dudarlo. Se sentó a horcadas sobre sus caderas y hundió el sexo erguido en su interior. Los dos gimieron a la vez, dejando que el placer los barriera poco a poco. Unos maravillosos minutos más tarde, Leah se desplomó sobre su pecho y apoyó la mejilla contra su hombro, exhausta y feliz, deleitándose con los latidos acompasados de sus corazones.
– Ha sido estupendo -murmuró Jace mientras le acariciaba la espalda-.Veo que te he enseñado muy bien.
Ella se echó a reír.
– Desde luego que sí.
Él deslizó los dedos entre los cabellos de su nuca y le hizo apartar la cabeza para mirarla a los ojos.
– ¿Qué pasa? -preguntó ella al ver su expresión seria y escrutadora.
Jace exhaló un profundo suspiro.
– Creo que como amigos ya sabemos todo lo que podríamos saber el uno del otro, ¿no crees?
– Seguro que nos encontramos con muchas sorpresas por el camino -dijo ella con una sonrisa-. Y me encantan las sorpresas.
– A mí también -afirmó él, y entonces le dio la mayor sorpresa de todas-. Cásate conmigo, Leah. Te quiero, y te juro que haré todo lo que esté en mi mano para hacerte feliz. Quiero tener hijos contigo, quiero formar mi propia familia, quiero…
Ella le cubrió la boca con la mano para poder responderle.
– Sí, Jace -dijo, maravillada del cambio que había dado su futuro gracias a la fantasía erótica de un libro-. Sí, me casaré contigo.
Y cuando él volvió a besarla con pasión, Leah supo que las lecciones no habían acabado. Tan sólo habían empezado. Estaba segura de que les llevaría una vida entera enseñarse mutuamente todo el placer que tenían para dar… en la cama, en la vida y en el amor. Y ella estaba más que dispuesta a vivir esa aventura.
Janelle Denison