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Quería hacer lo correcto, comportarse con la nobleza que esperaría de él la familia de Leah, pero no podía arrojarla en brazos de otro hombre cuando él mismo se moría por darle lo que buscaba. Aquella emoción posesoria que se retorcía en su garganta lo pilló por sorpresa.

Siempre había sido protector con Leah debido a su amistad y a la situación que existía con su hermano y su familia, pero aquella sensación era diferente… Era una necesidad íntimamente física de asumir la responsabilidad y enseñarle a Leah todo lo que quería aprender.

Sí, sería su amante de fin de semana. De aquel modo podría controlar la situación, mientras que no había manera de saber cómo se aprovecharía de ella cualquier desconocido. Si alguien iba a satisfacer su curiosidad sexual, sería él. Nadie más.

Podría tener a Leah por un solo fin de semana. Todas sus fantasías se harían realidad, y también las de ella. Un acuerdo íntimo y discreto, sin complicaciones ni expectativas. Tan sólo una aventura secreta de la que nadie más sabría nada.

Realmente era un acuerdo ideal.

La emoción recorrió sus venas. Se pasó los dedos por el pelo alborotado y le dio la respuesta que Leah había ido a buscar allí.

– Muy bien. Lo haré.

Ella soltó un suspiro de puro alivio.

– Gracias, Jace.

Parecía extremadamente complacida consigo misma, y los ojos le brillaban con pasión desatada. Jace se preguntó si sabría dónde se estaba metiendo, y decidió darle una última oportunidad para cambiar de idea antes de hacer algo de lo que pudiera arrepentirse. Se lo debía a ella y a él mismo.

Sí, ella confiaba en él, y Jace nunca haría algo que pudiera herirla. Pero si le demostraba exactamente lo exigente y agresivo que podía ser a la hora de conseguir lo que quería, tal vez ella se diera cuenta de lo peligroso que su plan podía ser para ambos.

– Ya que hemos llegado a un acuerdo, ¿estás lista para la primera lección? -le preguntó.

Leah se quedó atónita y echó un vistazo fugaz a la ventana que había detrás de Jace, con vistas al aparcamiento del edificio.

– ¿Aquí? ¿Ahora?

Por lo visto, la aterraba la posibilidad de que la descubrieran. Estupendo. Jace estaba decidido a asustarla todavía más.

La acorraló contra la pared más cercana y colocó las manos a ambos lados de su cabeza, dejándola sin salida… a menos que ella le pidiera que la soltara.

Bajó la mirada a sus brillantes labios rosados y volvió a subirla lentamente hasta sus ojos.

– Claro. ¿Por qué no? -preguntó, arrastrando desvergonzadamente las palabras.

La emoción de lo prohibido destelló en los ojos de Leah.

– Sea cual sea la primera lección, estoy dispuesta -susurró, provocándolo con sus palabras y su impaciencia por explorarlo todo con él-. Vamos a ello.

– Sí, vamos -murmuró él. Inclinó la cabeza en busca de su boca y finalmente la besó… como había querido besarla durante lo que parecía una eternidad.

Capítulo 2

Leah había soñado con aquel momento durante años, pero ninguna de sus fantasías se acercaba ni remotamente a la realidad de aquel beso, de la boca de Jace contra la suya, de la presión de sus labios conminándola a separar los suyos para deslizar la lengua y saborearla. El beso fue ardiente, ávido y apasionadamente agresivo; todo lo contrario a los delicados preliminares caballerescos a los que Brent la tenía acostumbrada.

Jace no era un caballero a la hora de besar, y su respuesta la excitó más de lo que nada la hubiera excitado en su vida. Aquello era exactamente lo que anhelaba. Ser poseída por un hombre y experimentar la pasión en su forma más salvaje e indómita.

Un solo beso había bastado para que se sintiera viva, una mujer con deseos y necesidades. Y era maravilloso experimentar un arrebato instantáneo de lujuria por un hombre.

Pero por muy excitante que fuera aquel beso, no era suficiente. Ansiaba un contacto más íntimo, y no sólo en los labios. Las manos de Jace seguían firmemente apoyadas contra la pared, y al menos había seis centímetros de separación entre sus cuerpos. Adoptando el papel de mujer agresiva que pretendía ser aquel fin de semana, buscó remedio al problema para borrar cualquier resto de cohibición que pudiera quedar en él y hacerle saber que no quería el menor comedimiento entre ellos.

Bajó las manos hasta la cintura de sus vaqueros y, enganchando los dedos en el cinturón, tiró lenta e inexorablemente de él hasta que sus curvas femeninas se amoldaron a los recios contornos masculinos. Sus caderas se encontraron, y la impresionante erección se apretó contra su vientre, sorprendiéndola muy agradablemente.

Saber que era ella la responsable de su excitación acrecentó su confianza y avivó aún más su deseo. Deslizó las manos hasta su trasero y aferró sus glúteos. Instintivamente se arqueó hacia él y frotó la pelvis contra la dura protuberancia de sus vaqueros, deleitándose con el gemido que retumbó en el pecho de Jace.

Él entrelazó los dedos en sus cabellos y le hizo ladear la cabeza para acoplar mejor sus bocas en aquel beso húmedo, ardiente y gloriosamente erótico. Con su mano libre le acarició la mandíbula y fue descendiendo, hasta que su pulgar encontró el pulso errático en la base del cuello. Pero no se detuvo allí, sino que le desabrochó el botón superior de la blusa y extendió la palma sobre la piel descubierta. Poco a poco fue bajando, a medida que la respiración de Leah se hacía más y más jadeante, y finalmente tuvo uno de sus pequeños pechos en la mano. La tela del sujetador era fina y ligera, y cuando él le acarició el pezón con el pulgar a través del encaje, ella se estremeció violentamente.

Jace parecía perdido en el embriagador placer del beso, y al mismo tiempo irradiaba una sexualidad incontenible. Sus largos dedos se tensaron entre los cabellos de Leah y la presionó con más fuerza contra la pared con su cuerpo grande y poderoso. Apretó las caderas contra las suyas y profundizó aún más con la lengua en el interior de su boca. Su cuerpo desprendía un intenso calor masculino, mientras que Leah sentía su propio cuerpo cada vez más húmedo y blando, pidiendo a gritos que la tocara en aquellos lugares olvidados durante tanto tiempo.

Entonces empezó a sonar el teléfono del escritorio y Jace se apartó con un respingo. A punto estuvo de perder el equilibrio y dar con su trasero en el suelo por las prisas en poner distancia entre ellos. Respiraba agitadamente, y Leah casi se echó a reír al ver la expresión de incredulidad en su rostro. Parecía incapaz de creerse que ella le hubiera permitido llegar tan lejos.

Y entonces cayó en la cuenta: la intención de Jace había sido hacerla cambiar de opinión con aquel beso explosivo y dominante, pero le había salido el tiro por la culata. Ella lo deseaba ahora más que nunca. Jace era todo lo que había deseado en su vida, y aquel beso demostraba que él también la deseaba a ella, y mucho.

Jace rodeó bruscamente el escritorio y pulsó el botón del interfono en el teléfono, sin apartar la mirada del acalorado rostro de Leah.

– ¿Qué pasa, Lynn?

– El señor Dawson ha venido a dejar su Porsche para la revisión -la voz de su secretaria llenó el pequeño despacho-. Y quiere hablar con usted sobre las reparaciones.

– Ofrécele algo de beber y dile que voy en un minuto -respondió Jace. Cortó la comunicación, pero permaneció tras su mesa.

Leah se rozó ligeramente los labios con los dedos y vio cómo se dilataban las pupilas de Jace con renovado deseo. Sentía los labios húmedos y deliciosamente hinchados. Después de haber experimentado los besos rápidos y desapasionados de Brent, aquella nueva sensación era incomparablemente deliciosa, así como contemplar la reacción de Jace al modo tan seductor con que se tocaba la boca.

Bajó la mano y fue la primera en romper el silencio.