Jace se atragantó con el refresco y le costó unos momentos recuperarse. Cuando lo hizo, se inclinó hacia ella, cubriéndole el campo de visión con sus rasgos masculinos.
– Nada me gustaría más que probar tu orgasmo -dijo con voz ronca-. Pero esta noche tengo prohibido el alcohol.
La fuerza de voluntad y resistencia de aquel hombre la maravillaban. Sin desanimarse, volvió a hundir el dedo en la bebida y le frotó el labio inferior con la crema.
– En ese caso, deja que lo pruebe yo en ti -susurró, y sujetándole la mandíbula entre las palmas, tiró de él hacia su boca y le lamió lentamente el sabor dulce que impregnaba su pura esencia masculina.
Sintió cómo se estremecía y cómo perdía ligeramente el control, y siguió provocándolo con la lengua y los dientes, liberando un poder femenino que nunca había creído poseer. Quizá se debiera a que estaba con el hombre adecuado; un hombre que la hacía sentirse libre, segura e incluso agresiva.
En aquel rincón tenuemente iluminado gozaban de cierta intimidad, aunque a nadie le importaba lo que estuvieran haciendo. Otras muchas parejas estaban haciendo lo mismo. Ella había salido con Jace aquella noche para poner a prueba su sensualidad y seducirlo en un sitio donde nadie la conociera. Aquella idea le resultaba más embriagadora que la bebida que acababa de tomar.
Con una última lametada, apartó la boca y se pasó lentamente la lengua por su propio labio inferior.
– Eso sí que ha sido fuerte.
Los ojos de Jace ardían intensamente, abrasándola de la cabeza a los pies. El calor de la bebida alcohólica le recorría las venas, concentrándose en su vientre, y el ritmo trepidante de la música le provocaba unas palpitaciones en la parte inferior de su cuerpo, incrementando la sensación de libertad que traía aquel fin de semana.
Miró a las otras parejas que disfrutaban de la música y de repente quiso estar en medio de todo.
– Vamos a bailar -dijo con entusiasmo, y él no se negó. El tiempo pasaba muy rápidamente, y Leah no recordaba habérselo pasado nunca mejor que en aquella discoteca, provocando a Jace y bailando con él. La vibrante tensión sexual crecía entre ellos con cada roce de sus cuerpos, con cada mirada, con cada insinuación…
Aquélla era la seducción que tanto había anhelado.
Sedienta por el baile, pidió un Garganta Profunda, un chupito de vodka, Kahlua y nata montada. Siguió el consejo del barman y lo apuró de un solo trago. Jace la contemplaba divertido, y Leah pensó por un momento en lo horrorizado que se quedaría Brent si la viera.
Dejó el vaso y besó a Jace en los labios, ajena a todo salvo al tiempo que tenían para estar juntos. Se negaba a permitir que los pensamientos sobre Brent arruinaran aquella noche tan fabulosa.
Una hora más tarde tuvo que ir al servicio. Al regresar no vio a Jace donde lo había dejado, junto a la barra, y lo buscó por todas partes, sin éxito. Sentía curiosidad por la última bebida que le había recomendado la camarera, así que volvió al bar y pidió un Sexo Oral, sin poder reprimir una risita nerviosa al formular una petición tan atrevida en voz alta. La deliciosa mezcla de vodca, licor de café y nata se deslizó por su garganta, estimulando aún más su desinhibición.
Cuando un tipo de aspecto agradable la invitó a bailar, se sintió halagada por el interés que reflejaba su mirada y se preguntó qué daño podría hacer disfrutar de la compañía de otro hombro por unos minutos.
Lo siguió a la pista de baile, donde la gente daba vueltas al ritmo que retumbaba por los altavoces. Las copas que había consumido relajaban su cuerpo y su mente, permitiéndole disfrutar del momento y moverse al ritmo provocativo de la música.
Jace miró una vez más hacia el aseo de señoras, convencido de que no había visto salir a Leah mientras otra mujer intentaba convencerlo para pasar un buen rato. Había olvidado lo implacables que podían ser los ligones en una discoteca, y eso hizo que se preocupara por Leah.
A pesar de lo desenvuelta y desvergonzada que se había mostrado con él en las últimas horas, no tenía experiencia para enfrentarse a esos buitres desalmados que podían ver a la mujer ingenua que se ocultaba bajo el provocativo vestido. Si a eso se le añadían unas cuantas copas, Leah era el blanco perfecto para que cualquiera se aprovechase de ella.
Se le hizo un nudo en el estómago, y supo que nunca se perdonaría si algo le ocurriera. Ni tampoco lo perdonaría su hermano, pensó con una mueca. Si John descubría que había introducido a su hermana en la indecencia y la obscenidad, no sólo se llevaría una gran decepción, sino que se pondría loco de furia.
Jace continuó buscándola por la discoteca, y finalmente se enteró por el barman de que se había tomado un Sexo Oral y que se había ido a bailar con otro hombre. Aunque el barman se lo dijo en tono jocoso, a Jace no le hicieron ninguna gracia las connotaciones sexuales, y desde luego no le gustó nada que Leah se hubiera marchado tan fácilmente con otro hombre.
Minutos más tarde, mientras una canción daba paso a otra, encontró finalmente a Leah en medio de la pista de baile. Tenía el rostro encendido y los ojos brillantes. Una ligera capa de sudor relucía en su cuello y en el pecho, los mechones mojados se le pegaban a las sienes y estaba riendo con un tipo atractivo que parecía completamente colado por ella. Jace no estaba preparado para la punzada de celos que lo traspasó, pero no se molestó en reprimir esa ola abrasadora y posesiva que lo inundó mientras avanzaba hacia Leah y su ligue temporal. Se colocó entre ellos y la sonrisa de Leah se ensanchó nada más verlo.
– ¡Jace! -exclamó-. Me preguntaba dónde te habías metido.
– Eso mismo me preguntaba yo, cariño -repuso él, y miró a su acompañante, que no parecía en absoluto sorprendido por su intromisión-. Lo siento, amigo, pero está conmigo.
Una sonrisa irónica curvó los labios del hombre.
– Sí, me dijo que había venido con otra persona, pero tenía la esperanza de que te olvidaras de ella y me tocara un golpe de suerte.
Jace apretó la mandíbula, aunque no podía culpar a aquel tipo por admitir su interés por Leah.
– Ni lo sueñes. Es mía y no la comparto con nadie.
El hombre se retiró cortésmente y abandonó la pista de baile en busca de otra mujer disponible. Leah siguió contoneándose provocativamente al ritmo de la música y se acercó a Jace para susurrarle algo al oído.
– Me gusta que seas así de macho.
Él respondió con un gruñido. Nunca en toda su vida se había comportado de aquel modo delante de una mujer. Pero entonces soltó un gemido cuando ella se dio la vuelta y le rozó la ingle con el trasero. Tuvo una erección instantánea, y antes de que ella pudiera girarse de nuevo, le rodeó la cintura con un brazo y extendió la palma sobre su vientre, apretándola contra él hasta que su apetecible trasero se alineó con su pecho, estómago y muslos.
Inmerso en la marea humana que ondulaba en la pista de baile, siguió los movimientos de Leah y pegó las caderas a las suyas, haciéndole sentir hasta el último centímetro de su erección. Tener el pene erecto apretado contra su trasero era una tortura deliciosa.
Ella lo miró por encima del hombro. Los ojos le rebosaban de una energía sexual que casi podía tocarse. Con el brazo rodeándole firmemente la cintura Jace podía sentir su respiración acelerada, cómo crecía la necesidad en su interior, tan fuerte e innegable como la música que los rodeaba. Ella le agarró la mano libre y, lentamente, llevó la palma hasta su muslo desnudo, bajo el borde del vestido, hasta que los dedos tocaron la tela empapada de sus bragas. Una llamarada de fuego líquido le abrasó las puntas de los dedos. Leah estaba tan excitada como él, quien instintivamente aumentó la presión, deslizando la seda entre los labios hinchados de su sexo. Ella echó la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados y la boca entreabierta, mientras su cuerpo entero se estremecía pegado al de Jace. Su orgasmo era inminente, y el movimiento giratorio de sus caderas lo impelían a que le concediera la liberación definitiva.