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– Era médico, según tengo entendido.

– Médico, terapeuta, asesor jurídico e incluso dentista en ausencia del dentista oficial. Hacía de todo. Los asesinatos le afectaron de manera especial. Participó en las autopsias de los cadáveres. Creo que nunca lo olvidó, ni siquiera en sueños.

– ¿Y usted? ¿Estaba por aquí cuando ocurrieron?

– Por aquel entonces trabajaba en Richmond, así que iba y venía de un sitio a otro. Yo estaba al tanto de todo, sí, pero preferiría no hablar de ello. Murieron cuatro niños, y sus muertes fueron horrendas. Mejor dejarlos descansar en paz.

– ¿Se acuerda de Catherine Demeter?

– Conocía a la familia, sí, pero Catherine era más joven que yo. Se marchó después de graduarse en el instituto, si no recuerdo mal, y creo que ya no volvió salvo para asistir a los funerales de sus padres. Hace como mínimo diez años que estuvo aquí por última vez, y después la casa de su familia se vendió. Yo supervisé la venta. ¿Por qué cree que habría de volver ahora? Aquí no le queda nada, al menos nada bueno.

– No sabría decirle. Recientemente hizo unas llamadas al pueblo y desde entonces no ha vuelto a dar señales de vida.

– Eso no significa gran cosa.

– No -admití.

Hizo girar la copa entre los dedos, observando cómo se agitaba el líquido ambarino. Tenía los labios apretados en un gesto ponderativo, pero en realidad miraba a través del cristal y me observaba a mí.

– ¿Qué puede decirme de Adelaide Modine y de su hermano?

– Puedo decirle que, desde mi punto de vista, no había ningún motivo para sospechar que eran asesinos de niños. Su padre era raro, una especie de filántropo, supongo. Cuando murió dejó casi todo su dinero inmovilizado en un fondo fiduciario.

– ¿Murió antes de los asesinatos?

– Unos cinco o seis años antes, sí. Dejó instrucciones para que los intereses del fondo se repartieran entre determinadas organizaciones benéficas a perpetuidad. Desde entonces el número de organizaciones benéficas receptoras de donativos ha aumentado considerablemente. Es mi obligación saberlo, ya que administro el fondo, con la ayuda de una pequeña comisión.

– ¿Y los hijos? ¿Quedaron bien cubiertos?

– Sí, de sobra, según tengo entendido. -¿Qué pasó con el dinero y las propiedades cuando murieron?

– El estado emprendió acciones para quedarse con las propiedades y los bienes. Las impugnamos en nombre del municipio y, al final, se llegó a un acuerdo. Las tierras se vendieron y los bienes se incorporaron al fondo, destinándose una parte a financiar nuevos proyectos urbanísticos en el pueblo. Por eso contamos con una buena biblioteca, una moderna oficina del sheriff, una escuela excelente, un centro médico de primera. Este pueblo no tiene gran cosa, pero lo poco que tiene es gracias al fondo.

– Lo poco que tiene, sea bueno o no, es gracias a la muerte de cuatro niños -repuse-. ¿Puede decirme algo más acerca de Adelaide y William Modine?

Hyams contrajo ligeramente los labios.

– Como he dicho, ha pasado mucho tiempo y preferiría no entrar en detalles. Yo apenas los conocí. Era una familia rica, y los hijos iban a un colegio privado. Pero siento decirle que no nos relacionamos mucho.

– ¿Conocía su padre a la familia?

– Mi padre trajo al mundo a William y a Adelaide. Recuerdo un detalle curioso, pero no creo que le sea de gran ayuda: Adelaide tenía un hermano gemelo que no llegó a nacer y su madre murió a causa de las complicaciones del parto poco después. La muerte de la madre sorprendió a todos. Era una mujer fuerte y autoritaria. Mi padre pensaba que nos enterraría a todos. -Tomó un largo sorbo de su copa y entornó los ojos al recordar algo-. ¿Sabe usted algo de las hienas, señor Parker?

– Muy poco -reconocí.

– Las hienas moteadas suelen tener gemelos. Las crías nacen muy desarrolladas: ya tienen pelaje e incisivos afilados. Casi invariablemente un cachorro ataca al otro, a veces estando aún en la bolsa amniótica. El resultado suele ser la muerte. Por regla general el vencedor es la hembra, y si es la hija de una hembra dominante, se convertirá en su momento en la hembra dominante de la manada. Es una cultura matriarcal. En los fetos machos de la hiena moteada el nivel de testosterona es mayor que en los adultos, y las hembras presentan características masculinas incluso en el útero. Aun en la vida adulta, resulta difícil diferenciar los sexos. -Dejó la copa-. Mi padre sentía gran afición por las ciencias naturales. El reino animal siempre lo fascinó, y le gustaba encontrar paralelismos entre el reino animal y la sociedad humana.

– ¿Y encontró uno en Adelaide Modine?

– Quizás, en cierto sentido. No le inspiraba simpatía.

– ¿Estaba usted aquí cuando murieron los Modine?

– Volví a Haven la noche antes de que se descubriese el cadáver de Adelaide Modine y estuve presente en la autopsia. Llámelo curiosidad morbosa. Y ahora discúlpeme, señor Parker, pero estoy muy ocupado y no tengo nada más que añadir.

Me acompañó a la puerta y abrió la mosquitera para dejarme salir.

– No lo veo especialmente interesado en ayudarme a encontrar a Catherine Demeter, señor Hyams.

Resopló.

– ¿Quién le ha sugerido que hable conmigo, señor Parker?

– Alvin Martin mencionó su nombre.

– El señor Martin es un agente del orden competente y escrupuloso y de gran valía para este pueblo, pero está aquí desde hace relativamente poco -explicó Hyams-. Mi reticencia a hablar se debe a una cuestión de secreto profesional. Señor Parker, soy el único abogado del pueblo. En uno u otro momento, casi todos los que viven aquí, con independencia del color de su piel, su renta o sus creencias políticas y religiosas, han pasado por mi bufete. Eso incluye a los padres de los niños que murieron. Sé bien lo que ocurrió aquí, señor Parker, más de lo que desearía y desde luego mucho más de lo que me propongo compartir con usted. Disculpe, pero aquí se acaba la conversación.

– Entiendo. Otra cosa, señor Hyams.

– ¿Sí? -preguntó con visible hastío.

– El sheriff Granger también vive en esta calle, ¿no?

– El sheriff Granger vive en la casa de al lado, a la derecha. Aquí nunca han entrado a robar, señor Parker, lo que sin duda guarda relación con eso. Buenas noches.

Se quedó ante la mosquitera cuando me alejé. Eché un vistazo a la casa del sheriff al pasar pero no se veían luces encendidas ni un solo coche en el jardín. Mientras volvía a Haven empezaron a caer gotas en el parabrisas y, cuando llegué a las afueras del pueblo, éstas se habían convertido en un aguacero torrencial. Distinguí las luces del motel entre la lluvia. Vi a Rudy Fry de pie en la puerta, mirando el bosque y la creciente oscuridad.

Cuando aparqué, Fry había vuelto a ocupar su puesto en recepción.

– ¿Qué hace aquí la gente para divertirse, aparte de intentar echar a los forasteros del pueblo? -pregunté.

Fry hizo una mueca mientras trataba de separar el sarcasmo de la esencia de la pregunta.

– Aquí no hay gran cosa que hacer salvo beber en el bar -contestó al cabo de un rato.

– Eso ya lo intenté. No me entusiasmó.

Se lo pensó un poco más. Esperé el olor a humo pero no llegó.

– Hay un restaurante en Dorien, a unos treinta kilómetros al este de aquí. Se llama Milano's. Es italiano. -Lo dijo con tono despectivo, dando a entender que no le atraía demasiado ninguna clase de comida italiana que no se presentara en una caja goteando grasa por los agujeros-. Yo nunca he comido allí.

Arrugó la nariz, como para confirmar su recelo a todo lo europeo.

Le di las gracias, fui a mi habitación, me duché y me cambié. Empezaba a cansarme de la implacable hostilidad de Haven. Si a Rudy Fry no le gustaba un sitio, ése debía de ser el sitio adonde yo quería ir. Antes de salir eché una atenta mirada al aparcamiento y poco después dejaba atrás Haven de camino a Dorien.