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Le habían disparado una sola vez a bocajarro en la cara. En torno a la cabeza, como un sangriento halo en la pared, se veían restos de sangre seca, tejido cerebral y hueso. Los dos cadáveres habían empezado a descomponerse rápidamente en el sótano, que parecía tener la longitud y la anchura de la casa.

Catherine Demeter tenía ampollas en la piel y de la nariz y los ojos se escapaban fluidos. Arañas y ciempiés correteaban por su rostro y se metían entre el pelo para dar caza a los insectos y ácaros que se cebaban ya en el cuerpo. Se oía el zumbido de las moscas. Calculé que llevaba muerta dos o tres días. Eché un rápido vistazo al sótano, pero sólo contenía fajos de periódicos podridos, unas cuantas cajas de cartón llenas de ropa vieja y un montón de tablas combadas, vestigios de vidas vividas hacía tiempo.

Al oír un ruido en el suelo sobre mi cabeza, el crujido de la madera provocado por unas cuidadosas pisadas, me di media vuelta y corrí hacia la escalera. Quienquiera que estuviese arriba me oyó, ya que apretó el paso sin preocuparse ya por el ruido que pudiera hacer. Cuando empecé a subir, me recibió el sonido de los goznes de la trampilla y vi reducirse por momentos el trozo de cielo estrellado. Dispararon dos veces a bulto por la abertura y oí el impacto de las balas contra la pared detrás de mí.

La trampilla estaba casi cerrada cuando encajé la linterna en el resquicio. Arriba se oyó un gruñido y al instante noté que alguien asestaba repetidos puntapiés a la linterna, obligándome a agarrarla con fuerza para que no se me soltara de la mano. Pese a que el extremo acampanado resistió, el hombro herido empezó a dolerme por el esfuerzo de empujar la trampilla y sujetar a la vez la linterna.

Arriba, el agresor había apoyado todo su peso en la trampilla y seguía pateando la linterna. Abajo me pareció oír el correteo de las ratas asustadas, pero ante la perspectiva de quedarme atrapado en aquel sótano, imaginé otras posibilidades. Temí que Catherine Demeter viniese hacia mí arrastrando la pierna rota por el suelo y ascendiese por los peldaños de madera, y que sus blancos dedos me agarrasen de la pierna y tirasen de mí.

Le había fallado. No había sido capaz de protegerla de un violento final en aquel sótano donde cuatro niños antes que ella habían muerto aterrorizados sin que nadie oyera sus gritos. Catherine Demeter había regresado al lugar donde pereció su hermana y, cerrando un extraño círculo, había reinterpretado una muerte que con toda seguridad había reconstruido muchas veces en su mente hasta aquel día. Momentos antes de morir consiguió una clara percepción de cómo había sido el horrendo final de su hermana. Y por tanto me haría compañía, me consolaría por mi debilidad y mi incapacidad para evitar su muerte, y yacería a mi lado mientras yo moría.

Respirando a través de los dientes apretados, el hedor de la descomposición se me antojaba una mano muerta sobre la boca y la nariz. Sentí náuseas de nuevo y reprimí el deseo de vomitar, ya que si dejaba de empujar hacia arriba por un instante, sin duda moriría en aquel sótano. Arriba, la presión cedió momentáneamente y empujé con todas las fuerzas que me quedaban. Fue un error que mi rival aprovechó al máximo. Golpeó una vez más la linterna, con mayor energía, y consiguió empujarla hacia dentro por la brecha que yo había logrado ensanchar. La trampilla se cerró como la puerta de mi tumba, y un eco burlón reverberó en las paredes del sótano. Lancé un gemido de desesperación y, en vano, volví a empujar la trampilla. De pronto arriba se oyó una explosión y la presión cedió por completo. La trampilla se levantó de golpe y, abierta de par en par, fue a caer contra el suelo.

Me lancé al exterior, me llevé la mano a la pistola bajo la chaqueta. El haz de la linterna proyectó absurdas sombras en el techo y las paredes mientras, dolorido, rodaba torpemente por el suelo.

El haz de luz enfocó al abogado Connell Hyams, apoyado contra la pared al borde de la trampilla, con la mano izquierda en el hombro herido mientras intentaba alzar su arma con la derecha. Llevaba el traje empapado y la limpia camisa blanca se le adhería al cuerpo como una segunda piel. Alumbrándolo con la linterna, extendí el otro brazo y le apunté con mi pistola.

– No -dije, pero siguió levantando el arma para disparar con una mueca de miedo y dolor en los labios.

Sonaron dos disparos. Ninguno de ellos salió del arma de Hyams. Se sacudió por el impacto de ambas balas, y apartó de mí la mirada para fijarla en algún punto por encima de mi hombro. Cuando se desplomó, yo ya estaba dándome la vuelta, siguiendo el haz de la linterna con el cañón de la pistola. A través de la ventana sin cristal, vislumbré una figura delgada y trajeada que desaparecía en la oscuridad, distinguí sus miembros como hojas de cuchillo envainadas y una cicatriz a través de sus facciones alargadas y cadavéricas.

Quizá debería haber llamado a Martin en ese momento y dejado que la policía y el FBI se ocuparan del resto. Me sentía enfermo y cansado, y me invadió una abrumadora sensación de pérdida que me desgarraba y amenazaba con acobardarme. La muerte de Catherine Demeter era como un dolor físico, así que me quedé por un momento en el suelo, frente al cuerpo sin vida de Connell Hyams, y atormentado me llevé las manos al estómago. Oí el ruido del coche cuando Bobby Sciorra se alejaba.

Eso fue lo que me impulsó a ponerme en pie. Había sido Sciorra quien mató a la asesina en el centro médico, probablemente por orden del viejo para que no revelara que Sonny la había contratado. Sin embargo no entendía por qué había matado a Hyams ni por qué me había dejado a mí con vida. Con el hombro dolorido, volví tambaleándome al coche y me dirigí hacia la casa de Hyams.

26

Al volante, intenté reconstruir lo que había ocurrido. Catherine Demeter había regresado a Haven en un intento de ponerse en contacto con Granger y Hyams había intervenido. Quizás había descubierto la presencia de Catherine en el pueblo por casualidad; la otra posibilidad era que alguien le hubiera informado e insistido en que no le permitiera hablar con nadie cuando llegara.

Hyams había matado a Catherine y a Granger, eso parecía claro. Por pura deducción, supuse que había estado pendiente del regreso del sheriff y lo había seguido hasta su casa. Si Hyams tenía una llave de la casa del sheriff -cosa muy probable, puesto que era vecino suyo y un ciudadano digno de confianza-, era posible que Hyams hubiera escuchado los mensajes del contestador del sheriff y, gracias a ellos, hubiera averiguado el paradero de Catherine Demeter. Ésta había sido asesinada antes de que regresara el sheriff. La prueba era que el cadáver de Granger no se hallaba en un estado de descomposición tan avanzado como el de Demeter.

Incluso era posible que Hyams hubiera borrado los mensajes, pero no podía tener la certeza de que Granger no los hubiera escuchado a distancia llamando con un teléfono por tonos. Fuera como fuese, Hyams no podía correr riesgos y actuó, quizá dejando al sheriff sin conocimiento de un golpe antes de esposarlo y trasladarlo a la casa Dane, donde ya había matado a Catherine Demeter. Probablemente se había deshecho del Dodge del sheriff o lo había llevado a otro pueblo y, de momento, lo había dejado en algún sitio donde no llamara la atención.

La elección de la casa Dane revelaba otra pieza del rompecabezas: casi con toda seguridad Connell Hyams fue el cómplice de Adelaide Modine en los asesinatos, y William Modine había sido ahorcado en lugar de él. Eso planteaba la duda de por qué se había visto obligado a actuar ahora, y pensé que también me hallaba cerca de la respuesta, aunque se trataba de una posibilidad que me revolvía el estómago.