La casa de Hyams estaba a oscuras cuando llegué. No vi ningún otro coche aparcado en las inmediaciones, pero me acerqué a la puerta pistola en mano. La idea de encontrarme con Bobby Sciorra me ponía la carne de gallina, y me temblaron las manos cuando abrí la puerta con las llaves que había encontrado en el bolsillo de Hyams.
Dentro reinaba el silencio. Con el corazón acelerado y el dedo en el gatillo de la pistola, fui de habitación en habitación. La casa estaba vacía. No había el menor rastro de Bobby Sciorra.
Atravesé el despacho de Hyams, corrí las cortinas y encendí la luz del escritorio. El acceso al ordenador estaba protegido con una contraseña, pero un hombre como Hyams sin duda guardaba copia de todos sus documentos. Aunque ni siquiera estaba seguro de qué buscaba, se trataba de algo que relacionase a Hyams con la familia Ferrera. La conexión parecía casi absurda, y estuve tentado de abandonar la búsqueda y regresar a Haven para explicárselo todo a Martin y al agente Ross. Los Ferrera podían ser muchas cosas, pero no eran cómplices de asesinos de niños.
La llave de los archivadores de Hyams estaba también en el juego. Actué deprisa, pasando por alto las carpetas de asuntos locales y otras que parecían intrascendentes o sin relación. No había carpetas con documentación de la cuenta fiduciaria, lo cual me extrañó hasta que recordé que tenía un bufete en el pueblo y se me cayó el alma a los pies. Si la documentación de la cuenta no estaba en la casa, cabía la posibilidad de que otras carpetas tampoco se encontraran allí. Si era así, la búsqueda quizá no sirviera para nada.
Al final, la conexión casi me pasó inadvertida, y sólo gracias a unas cuantas expresiones en italiano que medio recordaba me detuve y me fijé. Era un contrato de alquiler de un almacén del barrio de Flushing, en Queens, firmado por Hyams en representación de una empresa llamada Circe. El contrato tenía unos cinco años de antigüedad, y la otra parte era una compañía llamada Mancino Inc. Mancino, recordé, significaba «zurdo» en italiano. Derivaba de otra palabra que quería decir «engañoso». Era una de las bromas típicas de Sonny Ferrera: Sonny era zurdo y Mancino Inc era una de las sociedades fantasma fundadas por Sonny a principios de la década cuando aún no lo habían relegado al papel de bufón enfermizo y peligroso en el entorno de los Ferrera.
Salí de la casa y puse el coche en marcha. Cuando llegué al término municipal del pueblo, vi una furgoneta en el arcén de la carretera. En la parte trasera, dos hombres sentados bebían latas de cerveza envueltas en bolsas de papel marrón, mientras fuera un tercero permanecía apoyado contra la cabina con las manos en los bolsillos. La luz de los faros me reveló la identidad del hombre que estaba de pie, Clete, y de uno de los dos sentados, Gabe. El tercero era un hombre delgado con barba cuyo rostro no reconocí. Crucé una mirada con Clete al pasar por delante y vi que Gabe se inclinaba hacia él y le decía algo, pero Clete se limitó a levantar la mano mientras me alejaba. Bajo el haz de los faros de la furgoneta advertí que me seguía con la mirada, una sombra oscura recortada contra la luz. Casi sentí lástima por éclass="underline" las probabilidades de Haven de convertirse en un Pequeño Tokio acababan de recibir el tiro de gracia.
No telefoneé a Martin hasta que llegué a Charlottesville.
– Soy Parker -dije-. ¿Está solo o hay alguien cerca?
– Estoy en mi despacho y usted está con la mierda hasta el cuello. ¿Por qué se ha fugado? Ha llegado Ross y quiere nuestras cabezas, sobre todo la suya. Oiga, cuando vuelva Earl Lee, va a organizarse una buena.
– Escúcheme. Granger ha muerto. Catherine Demeter también. Creo que los mató Hyams.
– ¿Hyams? -repitió Martin casi a voz en grito-. ¿El abogado? Usted ha perdido el juicio.
– Hyams también está muerto. -Aquello empezaba a parecer una broma de mal gusto, salvo que yo no me reía-. Ha intentado matarme en la casa Dane. Los cadáveres de Granger y Catherine Demeter están allí, en el sótano. Los he encontrado y Hyams ha intentado encerrarme dentro. Se ha producido un tiroteo y Hyams ha muerto. Hay otra persona en juego, el individuo que liquidó a la mujer en el centro médico. -No quería dar el nombre de Sciorra, al menos de momento.
Martin permaneció callado por un instante.
– Debe venir aquí. ¿Dónde está?
– Aún no he acabado. Tiene que quitármelos de encima.
– No voy a quitarle a nadie de encima. Este pueblo se está convirtiendo en un depósito de cadáveres por su culpa, y ahora es sospechoso de no sé cuántos asesinatos. Venga aquí. Ya tiene bastantes problemas.
– Lo siento, no puedo. Escúcheme. Hyams mató a Demeter para impedir que se pusiera en contacto con Granger. Creo que Hyams fue el cómplice de Adelaide Modine en los asesinatos de los niños. Si es así, si él escapó impune, también ella podría haber escapado. Hyams podría haber simulado la muerte de Adelaide. Él tenía acceso a sus muestras dentales en la consulta de su padre. Podría haber cambiado su historial por el de otra mujer, quizás una trabajadora inmigrante, quizás una mujer secuestrada en otro pueblo, no lo sé, pero algo movilizó a Catherine Demeter. Algo la impulsó a volver aquí. Sospecho que la vio. Sospecho que vio a Adelaide Modine, porque no tenía ninguna otra razón para volver, para desear ponerse en contacto con Granger después de tantos años.
Al otro lado de la línea se produjo un silencio.
– Ross parece un volcán con traje de hilo. Va tras usted. Ha conseguido la matrícula de su coche a través de la ficha del motel.
– Necesito su ayuda.
– ¿Dice que Hyams estuvo implicado?
– Sí. ¿Por qué?
– He pedido a Burns que examinara nuestros expedientes. No ha llevado tanto tiempo como me temía. Earl Lee tiene…, tenía el expediente relacionado con los asesinatos. Lo consultaba de vez en cuanto. Hyams vino a buscarlo anteayer.
– Presiento que, si lo encuentra, las fotos habrán desaparecido. Es posible que Hyams registrara la casa del sheriff para dar con él. Tenía que eliminar cualquier rastro de Adelaide Modine, cualquier cosa que pudiera vincularla con su nueva identidad.
Desaparecer no es fácil. Desde que nacemos dejamos una estela de papel, de documentos públicos y privados. En la mayoría de los casos definen qué somos ante el Estado, el gobierno, la ley. Pero hay maneras de desaparecer. Uno consigue una partida de nacimiento nueva, quizás a partir de un índice necrológico o utilizando el nombre y la fecha de nacimiento de otra persona, y le da un aspecto antiguo llevándola en el zapato durante una semana. Luego solicita el carnet de socio en una biblioteca y, a partir de ahí, obtiene una tarjeta del censo electoral. Después se dirige a la delegación de tráfico más cercana, enseña la partida de nacimiento y la tarjeta del censo, y con eso basta para tener un carnet de conducir. Es el efecto dominó, donde cada paso se basa en la validez de los documentos obtenidos en el paso previo.
La manera más fácil es adoptar la identidad de otra persona, alguien a quien nadie vaya a echar de menos, alguien con una vida marginal. Mi sospecha era que Adelaide Modine, con ayuda de Hyams, tomó la identidad de la chica que murió quemada en una casa abandonada de Virginia.
– Hay más -dijo Martin-. Existía un expediente aparte sobre los Modine. Ahí las fotos también han desaparecido.
– ¿Podría haber tenido Hyams acceso a esos expedientes?
Oí suspirar a Martin al otro lado de la línea.
– Sin duda -contestó por fin-. Era el abogado del pueblo. Todo el mundo confiaba en él.
– Vuelva a preguntar en los moteles. Estoy seguro de que encontrará los efectos personales de Catherine Demeter en alguno de ellos. Quizá contengan algo de interés.
– Oiga, tiene que volver, tiene que aclarar las cosas. Hay aquí muchos cadáveres, y su nombre está relacionado con todos. Yo ya no puedo hacer más de lo que he hecho.