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– Bonito abrigo -comenté en tono elogioso mientras nos encaminábamos hacia el coche-. ¿A cuántas chicas te has metido en el bolsillo?

A Walter se le iluminaron los ojos por un instante.

– Este abrigo me lo regaló Lee para mi cumpleaños. ¿Por qué iba a llevarlo, si no, con este calor? ¿Alguno de los disparos era tuyo?

– Un par.

– Sabes que hay una ley que prohíbe el uso de armas de fuego en lugares públicos, ¿no?

– Yo sí lo sé, pero dudo que lo supiera ese tipo que había muerto en el suelo, o el que disparó contra él. Quizá deberíais organizar una campaña con carteles informativos.

– Muy gracioso. Entra en el coche.

Obedecí y nos apartamos del bordillo ante las expresiones de curiosidad de la gente allí congregada, que nos siguió con la mirada mientras nos alejábamos por las concurridas calles.

2

Habían transcurrido cinco horas desde la muerte de Ollie Watts el Gordo, su novia Monica Mulrane y el asesino de ambos, aún sin identificar. Me habían interrogado dos inspectores de Homicidios a quienes no conocía. Walter Cole no intervino. Me trajeron café en un par de ocasiones pero, por lo demás, me dejaron tranquilo después de los interrogatorios. En cierto momento, cuando uno de los inspectores abandonó la sala para consultar con alguien, alcancé a ver a un hombre alto y delgado con un traje oscuro de hilo, las puntas del cuello de la camisa afiladas como hojas de afeitar y la corbata roja de seda sin una sola arruga. Parecía un federal, un federal vanidoso.

La mesa de madera de la sala de interrogatorios estaba gastada y picada y cientos o quizá miles de tazas de café habían dejado marcas de cafeína encima. En el lado izquierdo, cerca del ángulo, alguien había grabado un corazón roto en la madera, probablemente con una uña. Y recordé la otra ocasión en que vi ese corazón, cuando me senté en esa sala por última vez.

– Joder, Walter…

– Walt, no es buena idea que él esté aquí.

Walter observó a los inspectores que se habían alineado junto a las paredes, arrellanados en sillas alrededor de la mesa.

– No está aquí -dijo-. Por lo que se refiere a quienes nos encontramos en esta sala, nadie lo ha visto.

La sala de interrogatorios estaba llena de sillas y se había añadido otra mesa. Yo seguía de baja por motivos personales y, como se vería, faltaban dos semanas para que abandonara definitivamente el cuerpo. Mi familia había muerto hacía dos semanas y la investigación todavía no había dado resultados. Con el consentimiento del teniente Cafferty, a punto de jubilarse, Walter había convocado una reunión con los inspectores participantes en el caso, más un par de aquellos a quienes se consideraba los mejores inspectores de Homicidios de la ciudad. Sería una mezcla de confrontación de ideas y conferencia. La conferencia correría a cargo de Rachel Wolfe.

Aunque Wolfe tenía fama de buena psicóloga criminalista, el Departamento se negaba a consultarle porque contaba con su propio pensador de altos vuelos, el doctor Russell Windgate. Sin embargo, como dijo Walter una vez: «Windgate no sería capaz de elaborar siquiera el perfil de un pedo». Era un cabrón hipócrita y paternalista, pero era a su vez hermano del comisario, y eso lo convertía en un cabrón hipócrita y paternalista con influencias.

Windgate asistía en esos momentos a un congreso de freudianos comprometidos en Tulsa, y Walter había aprovechado la ocasión para consultar a Wolfe, que ocupaba la cabecera de la mesa. Era una pelirroja adusta pero con cierto atractivo, de poco más de treinta años, y la melena le caía sobre los hombros de su traje chaqueta azul oscuro. Tenía las piernas cruzadas y un zapato salón de color azul pendía de la punta de su pie derecho.

– Todos sabéis por qué Bird quiere estar presente -prosiguió Walter-. Vosotros en su lugar también querríais.

Con amenazas y camelos lo había persuadido para que me permitiera asistir a aquella reunión informativa. Había exigido la retribución de favores a los que ni siquiera tenía derecho, y Walter había cedido. No me arrepentía de lo que había hecho.

Los otros policías presentes en la sala no se dejaron convencer. Lo percibía en sus rostros, en la manera en que desviaban la mirada, en sus gestos de indiferencia y sus muecas de disgusto. No me importaba. Deseaba oír qué tenía que decir Wolfe. Walter y yo ocupamos nuestros asientos y aguardamos a que empezara.

Wolfe alcanzó unas gafas de la mesa y se las puso. Junto a su mano izquierda, el corazón roto grabado en la superficie de la mesa resplandecía debido al brillo de la madera. Hojeó unos apuntes, separó un par de hojas del montón y comenzó.

– Veamos, no sé hasta qué punto conocéis este asunto, así que iremos por pasos. -Guardó silencio por un momento-. Inspector Parker, es posible que algo de esto le resulte violento. -No utilizó un tono de disculpa; era sencillamente una afirmación. Asentí con la cabeza y ella continuó-: Por lo visto nos encontramos ante un homicidio de carácter sexual, un homicidio sexual y sádico.

Recorrí con la yema del dedo el contorno del corazón grabado en la mesa y la textura de la madera me devolvió por un momento al presente. La puerta de la sala de interrogatorios se abrió, y fuera vi pasearse al federal. Entró una recepcionista con una taza blanca donde se leía: i love new york. El café olía como si llevara haciéndose desde la mañana. Cuando añadí la leche en polvo, se produjo un mínimo cambio de color en el líquido. Tomé un sorbo e hice una mueca de asco.

– Por lo general, en un homicidio de carácter sexual se da algún tipo de actividad sexual en la secuencia de hechos previos a la muerte -prosiguió Wolfe, y paró para tomar un poco de café-. La desnudez de las víctimas y la mutilación de los pechos y los genitales indican el componente sexual del delito, y sin embargo no hay pruebas de penetración del pene, de dedos o de cuerpos extraños en ninguna de las víctimas. El himen de la niña estaba intacto, y la víctima adulta no presentaba indicios de trauma vaginal.

»Pero sí hay pruebas del componente sádico de los homicidios. La víctima adulta fue torturada antes de la muerte. Se produjo desuello, concretamente en la parte delantera del torso y el rostro. Unido esto al componente sexual, os halláis ante un sádico sexual que obtiene placer en la tortura física y, diría, también mental.

»Creo que ese hombre (y por razones que expondré después, doy por supuesto que es un blanco de sexo masculino) quería que la madre presenciara la tortura y el asesinato de su hija antes de ser torturada y asesinada ella misma. Un sádico sexual se excita con la respuesta de la víctima a la tortura; en este caso, contaba con dos víctimas, una madre y una hija, para utilizar a la una contra la otra. Expresa sus fantasías sexuales en forma de actos violentos, tortura y, finalmente, la muerte.

Al otro lado de la puerta de la sala de interrogatorios oí de pronto un alboroto de voces. Una era la de Walter Cole. No reconocía la otra. Las voces bajaron de volumen, pero supe que hablaban de mí. No tardaría en averiguar qué querían.

– Veamos. Los sádicos sexuales se centran principalmente en el grupo compuesto por mujeres blancas y adultas ajenas al círculo de gente que los rodea, aunque también pueden dirigir sus intereses hacia hombres o, como en este caso, niños. A veces existe también una correspondencia entre la víctima y alguna persona de la vida del delincuente.

»Las víctimas se eligen mediante un proceso sistemático de acecho y vigilancia. Probablemente el asesino espiaba a la familia desde hacía un tiempo. Conocía los hábitos del marido; sabía que si iba al bar, estaría ausente el tiempo necesario para permitirle cumplir sus propósitos. En esta ocasión, no creo que se cumplieran del todo.

»En este caso, el lugar del delito se sale de lo común. Para empezar, la naturaleza del crimen exige un sitio solitario a fin de que el delincuente disponga de tiempo a solas con su víctima. A veces, el delincuente habilita su propia vivienda para alojar a la víctima o usa una furgoneta o un coche adaptado para cometer el asesinato. Aquí, la elección del asesino fue otra. Creo que quizá le gustaba el grado de riesgo implícito. También creo que quería "impresionar", digámoslo así a falta de una palabra mejor.