– Sigo indagando -contestó Wolfe-. Ciertos asesinos se llevan recuerdos de sus víctimas. En este caso podría haber un componente pseudorreligioso o expiatorio. Lo siento, pero en realidad aún no estoy segura.
– ¿Crees que podría haber hecho algo parecido antes? -preguntó Walter.
Wolfe asintió con la cabeza.
– Es posible. Si ha matado antes, quizás haya escondido los cadáveres, y estos asesinatos podrían representar una variación con respecto a una pauta de comportamiento anterior. Tal vez, después de matar callada y discretamente, quería saltar a un plano más público. Quizá deseaba atraer la atención sobre su obra. El hecho de que estos asesinatos hayan sido, desde su punto de vista, poco satisfactorios, podría inducirlo a volver a su antigua pauta; o bien podría pasar a un periodo latente, ésa sería otra posibilidad.
»Pero si he de arriesgar una respuesta, diría que ha estado preparando con mucho cuidado su siguiente paso. Esta vez cometió errores y dudo que alcanzara el resultado que pretendía. La próxima vez no habrá errores. La próxima vez, a menos que lo atrapéis antes, causará verdadero impacto.
La puerta de la sala de interrogatorios se abrió y entró Walter acompañado de otros dos hombres.
– Éste es el agente especial Ross, del FBI, y éste el inspector Barth, de Robos -dijo Walter-. Barth ha estado trabajando en el caso Watts y el agente Ross se ocupa del crimen organizado.
De cerca, el traje de hilo de Ross parecía caro y hecho a medida. Comparado con él, Barth, con su cazadora de JCPenney, parecía un desarrapado. Los dos permanecieron de pie, uno frente al otro, y saludaron inclinando la cabeza. Cuando Walter se sentó, Barth se sentó también. Ross se quedó de pie contra la pared. -¿Hay algo que no nos hayas contado? -preguntó Walter. -No -respondí-. Sabes lo mismo que yo.
– Según el agente Ross, Sonny Ferrera está detrás del asesinato de Watts y su novia, y tú sabes más de lo que dices.
Ross se quitó algo de la manga de la camisa y lo tiró al suelo con cara de aversión. Creo que con ese gesto daba a entender que para él yo era poco más que esa mota.
– Sonny no tenía ninguna razón para matar a Ollie Watts -contesté-. Hablamos de coches robados y matrículas falsas. Ollie no estaba en situación de estafarle a Sonny nada valioso, conocía tan poco las actividades de Sonny que un jurado no le dedicaría a eso ni diez minutos.
Ross, impacientándose, se acercó para sentarse en el borde de la mesa.
– Es curioso que aparezca usted después de tanto tiempo. ¿Cuánto ha pasado?, ¿seis meses?, ¿siete?…, y que de pronto nos encontremos metidos entre cadáveres hasta el cuello -dijo, como si no hubiera oído una sola de mis palabras. Tenía unos cuarenta años, quizá cuarenta y cinco, pero parecía estar en buena forma. Surcaban su rostro profundas arrugas que obviamente no se debían a una vida llena de risas. Algo me había hablado de él Woolrich, después de que éste se marchara a Nueva York para ser agente especial adjunto a cargo de la delegación de Nueva Orleans.
Se produjo un silencio. Ross me miró fijamente en espera de que yo desviase la vista, pero al final fue él quien, por aburrimiento, la apartó.
– El agente Ross opina que nos ocultas algo -explicó Walter-. Le gustaría hacerte sudar tinta un rato, por si acaso. -Mantenía una expresión neutra, sin aparente interés.
Ross había vuelto a fijar la mirada en mí.
– El agente Ross da miedo. Si me hace sudar tinta, quién sabe lo que puedo llegar a confesar.
– Así no vamos a ninguna parte -dijo Ross-. Es evidente que el señor Parker no está en absoluto dispuesto a cooperar y yo…
Walter alzó una mano para interrumpirlo.
– Quizá deberían dejarnos solos un rato. Váyanse a tomar un café o algo -propuso.
Barth se encogió de hombros y se fue. Ross se quedó sentado en la mesa y dio la impresión de que iba a seguir hablando. De pronto se puso en pie, salió apresuradamente y cerró la puerta con firmeza. Walter respiró hondo, se aflojó la corbata y se desabotonó el cuello de la camisa.
– No te burles de Ross. Es capaz de echar una tonelada de mierda sobre tu cabeza. Y sobre la mía.
– Ya te he contado todo lo que sé -insistí-. Quizá Benny Low sepa algo más, pero lo dudo.
– Ya hemos hablado con Benny Low. Según él, no sabía ni quién era el presidente hasta que se lo dijimos. -Hizo girar un bolígrafo entre los dedos-. «¡Eh, que zon zólo negocioz!», eso ha dicho.
Era una imitación aceptable de una de las rarezas verbales de Benny Low. Esbocé una lánguida sonrisa y el ambiente se distendió un poco.
– ¿Cuánto hace que has vuelto?
– Un par de semanas.
– ¿Qué has estado haciendo?
¿Qué podía decirle? ¿Que vagaba por las calles, que visitaba lugares a los que antes íbamos juntos Jennifer, Susan y yo, que me quedaba mirando por la ventana del apartamento y pensando en el hombre que las había matado y dónde estaría, que había accedido a trabajar para Benny Low porque temía acabar comiéndome el cañón de mi propia pistola si no encontraba una válvula de escape?
– Poca cosa. Tengo pensado ir a ver a algún que otro viejo soplón por si se sabe algo nuevo.
– No se sabe nada, al menos aquí. ¿A ti te ha llegado algo?
– No.
– No puedo pedirte que lo dejes correr, pero…
– No, no puedes. Ve al grano, Walter.
– En estos momentos éste no es un buen sitio para ti, y ya sabes por qué.
– ¿En serio?
Walter tiró con fuerza el bolígrafo sobre la mesa. Rebotó hasta el borde y allí quedó brevemente en equilibrio hasta caer al suelo. Por un instante pensé que iba a asestarme un golpe, pero la ira desapareció de su mirada.
– Ya volveremos a hablar del tema.
– De acuerdo. ¿Vas a facilitarme algún dato? -pregunté.
Entre los papeles de la mesa veía informes de Balística y Armas de Fuego. Cinco horas era poco tiempo para conseguir un informe. Obviamente, el agente Ross era un hombre que lograba lo que se proponía.
Señalé el informe con el mentón.
– ¿Qué dice Balística de la bala que quitó la vida al asesino?
– Eso no es asunto tuyo.
– Walter, lo vi morir. Quien disparó intentó hacer blanco conmigo y la bala traspasó limpiamente la pared. Aquí alguien tiene unos gustos muy personales en cuestión de armas. -Walter guardó silencio-. Es imposible hacerse con material como ése sin que nadie se entere -afirmé-. Si me proporcionas alguna pista, quizá pueda averiguar más cosas que vosotros.
Walter reflexionó por un momento y luego revolvió los papeles en busca del informe de Balística.
– Encontramos balas de metralleta, cinco coma siete milímetros, con un peso de menos de cincuenta grains.
Lancé un silbido.
– ¿Es eso munición de fusil a escala reducida, pero disparada con una pistola?
– La bala es básicamente de plástico, pero tiene una funda de metal, así que no se deforma con el impacto. Cuando da en un blanco, como el asesino de Watts, le transmite la mayor parte de su fuerza. Cuando sale, apenas le queda energía.
– ¿Y la que dio en la pared?
– Según los cálculos de Balística, la velocidad en la boca del cañón era de más de seiscientos metros por segundo.
Se trataba de una bala extraordinariamente rápida. Una Browning de nueve milímetros dispara balas de ciento diez grains a sólo trescientos treinta metros por segundo.
– Calculan asimismo que un proyectil de este tipo podría traspasar un chaleco antibalas Kevlar como si fuera papel de arroz. A doscientos metros podría atravesar casi cincuenta capas.
Incluso una Mágnum 44 atraviesa un chaleco antibalas sólo a muy corta distancia.
– Pero en cuanto da en un cuerpo blando…
– Se detiene.
– ¿Es de fabricación nacional?
– No. Balística dice que es europea. Belga. La llaman Five-seveN, con la F y la N mayúsculas, que es el nombre del fabricante. Es un prototipo creado por FN Herstal para operaciones en la lucha contra el terrorismo y el rescate de rehenes, pero ésta es la primera vez que aparece una fuera de las fuerzas nacionales de seguridad.