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– ¡Eso es mentira! ¿Quién iba a hacerle daño a Cassie?

– Eso es lo que intento averiguar.

Se quedaron las tres en silencio un momento. La miraban anonadadas. De pronto Ella pareció comprender.

– Por eso nos has hecho todas esas preguntas sobre Conejo Blanco. ¿Crees…?

– ¿El juego? -preguntó Amy entre lágrimas.

– Vi a Cassie el viernes -explicó Stacy-. Me dijo que había conocido a alguien que jugaba. Iba a presentarle al Conejo Blanco Supremo. ¿A ti te dijo algo, Amy?

– No. Hablé con ella el domingo por la noche. Me dijo que esta mañana tenía una sorpresa para nosotras. Parecía muy contenta.

– A nosotras nos mandó un e-mail diciendo lo mismo -añadió Magda.

– ¿Algo más?

– Tuvo que colgar. Me dijo que había alguien en la puerta.

A Stacy se le aceleró el corazón. Alguien. ¿Su asesino?

– ¿Mencionó algún nombre?

– No.

– ¿Te dijo si esa persona era un hombre o una mujer?

Amy negó con la cabeza con expresión abatida.

– ¿Qué hora era?

– Ya se lo dije a la policía, no me acuerdo exactamente, pero creo que eran sobre las nueve y media.

A las nueve y media, Stacy estaba enfrascada en su trabajo de literatura. Su hermana Jane la había llamado; habían estado charlando unos veinte minutos acerca del bebé, la asombrosa Apple Annie. Stacy no había oído ni visto nada.

– ¿Estás segura de que no dijo nada más? ¿Nada en absoluto?

– No. Ojalá… si lo hubiera… -a Amy se le quebró la voz en un sollozo.

Ella se volvió hacia Stacy con la cara sofocada.

– ¿Cómo es que sabes tantas cosas?

Stacy les explicó que se había despertado creyendo oír disparos y que había ido a investigar.

– La encontré. A ella y a Beth.

– Antes eras policía, ¿no?

– Sí, antes.

– ¿Y ahora juegas a serlo? ¿Para revivir tus días de gloria?

El tono de reproche de la otra sorprendió a Stacy.

– Nada de eso. Para la policía, Cassie no es más que otra víctima. Para mí era mucho más que eso. Quiero asegurarme de que quien la mató no se salga con la suya.

– ¡Su muerte no tiene nada que ver con los juegos de rol!

– ¿Cómo lo sabes?

– Siempre nos están señalando con el dedo -a Ella le tembló la voz-. Como si los juegos de rol convirtieran a la gente en zombis o en máquinas de matar. Es absurdo. Harías mejor hablando con ese tarado de Bobby Gautreaux.

Stacy frunció el ceño.

– ¿Lo conozco?

– Seguramente no -Magda se abrazaba y se mecía adelante y atrás-. Estuvo saliendo con Cassie el año pasado. Fue ella quien lo dejó. Y él no se lo tomó muy bien.

Ella miró a Magda.

– ¿Que no se lo tomó muy bien? Al principio amenazó con matarse. ¡Y luego amenazó con matarla a ella!

– Pero eso fue el año pasado -musitó Amy-. Seguro que eso lo dijo en el calor del momento.

– ¿No te acuerdas de lo que nos dijo Cassie hace un par de semanas? -preguntó Ella-. Creía que la había estado siguiendo.

A Amy se le dilataron los ojos.

– Dios mío, lo había olvidado.

– Yo también -reconoció Magda-. ¿Y ahora qué hacemos?

Se volvieron hacia ella, tres jóvenes cuyas vidas acababan de dar un giro irrevocable. Un giro precipitado por una espantosa dosis de realismo.

– ¿Tú qué crees? -preguntó Magda con voz temblorosa.

“Que esto lo cambia todo”.

– Tenéis que llamar a la policía y contarles exactamente lo que me habéis dicho. Enseguida.

– Pero Bobby la quería de verdad -dijo Amy-. Él no le haría daño. Lloró cuando Cassie lo dejó. Él…

Stacy la cortó con la mayor delicadeza posible.

– Lo creas o no, hay tantos asesinatos motivados por el amor como por el odio. Quizá más. Según las estadísticas, los hombres matan más que las mujeres, y en casos de violencia doméstica, las mujeres son casi siempre las víctimas. Además, hay más hombres que acosan a sus antiguas parejas y muchas más órdenes de alejamiento contra ellos.

– ¿Crees que Bobby estaba acosándola? Pero ¿por qué iba a esperar un año antes de…? -se quedó callada. Saltaba a la vista que no se sentía con fuerzas de acabar la frase.

Pero de todos modos las palabras quedaron suspendidas pesadamente en el aire.

Antes de matarla.

– Algunos de esos tíos son bestias sin cerebro que atacan inmediatamente. Otros se lo piensan más y acechan esperando el momento oportuno. Se resisten a deshacerse de su ira. Si estaba siguiéndola, Bobby Gautreaux encajaría en esa última categoría.

– Me encuentro mal -gimió Magda, apoyando la cabeza entre las manos.

Amy se inclinó hacia ella y le frotó suavemente la espalda.

– No te preocupes, todo va a salir bien.

Pero, naturalmente, no era cierto. Y todas lo sabían.

– ¿Dónde puedo encontrar a ese tal Bobby Gautreaux? -preguntó Stacy.

– Estudia ingeniería -respondió Ella.

– Creo que vive en una residencia -dijo Amy-. Al menos, vivía allí el año pasado.

– ¿Estáis seguras de que todavía estudia aquí? -preguntó Stacy.

– Yo lo he visto por el campus este año -respondió Amy-. Lo vi el otro día, de hecho. Aquí, en el Centro Universitario.

Stacy se levantó y empezó a recoger sus cosas.

– Llamad al detective Malone. Decidle lo que me habéis contado.

– ¿Qué vas a hacer? -preguntó Magda.

– Voy a ver si encuentro a Bobby Gautreaux. Quiero hacerle unas preguntas antes de que se las haga la policía.

– ¿Sobre Conejo Blanco? -preguntó Ella con cierta aspereza.

– Entre otras cosas -Stacy se echó la mochila al hombro.

Ella se levantó.

– Olvídate de lo del juego. Es un callejón sin salida.

A Stacy le pareció extraño que una de las supuestas amigas de Cassie pareciera más preocupada por la reputación de un juego de rol que por atrapar al asesino. La miró fijamente a los ojos.

– Puede ser. Pero Cassie está muerta. Y no voy a descartar ninguna hipótesis hasta que sepamos quién la mató.

La expresión desafiante de Ella pareció esfumarse. Se dejó caer en la silla, apesadumbrada.

Stacy la miró un momento y luego dio media vuelta. Magda la detuvo. Stacy miró hacia atrás.

– No lo dejes en manos de la policía, ¿vale? Te ayudaremos en todo lo que podamos. Nosotras la queríamos.

Capítulo 8

Martes, 1 de marzo de 2005

10:30 a.m.

La Universidad de Nueva Orleans, la mayoría de cuyos alumnos se desplazaba diariamente desde las zonas cercanas, sólo disponía de tres residencias de estudiantes, y una de ellas albergaba únicamente a estudiantes con familia. Bobby Gautreaux era de Monroe, de modo que Stacy supuso que vivía en una de las residencias para estudiantes solteros, bien en Bienville Hall, bien en Privateer Placer.

Supuso también que no llegaría a ninguna parte si intentaba conseguir su dirección en la oficina de matriculación, pero quizá sacara algo en claro si se pasaba por el departamento de Ingeniería.

Ideó rápidamente un plan y ensambló las piezas que necesitaba para llevarlo a cabo. Después se dirigió a la facultad de Ingeniería, situada, con respecto al Centro Universitario, en el otro extremo del campus.

Cada departamento tenía su propia secretaría. La persona que ocupaba el puesto de secretario o secretaria conocía su departamento por dentro y por fuera, estaba familiarizada con los estudiantes y conocía a todos los miembros del claustro y sus peculiaridades. Los secretarios también solían arrogarse el papel de dioses en sus respectivos dominios.

Stacy sabía también por experiencia que, si les caías bien, eran capaces de remover cielo y tierra para ayudarte a resolver un problema. Pero, si no, lo tenías crudo.

Stacy reparó en que la señora al frente del feudo del departamento de Ingeniería tenía la cara tan redonda como la luna y una amplia sonrisa.