– Le clavó el bolígrafo -respondió la bibliotecaria.
El guardia la miró con una mezcla de admiración y estupor.
– ¿En serio?
– Fui policía diez años -dijo ella-. Sé defenderme.
– Menos mal -repuso él-. Este año ha habido tres violaciones en el campus, todas durante el trimestre de otoño. Creíamos que ese tipo se había ido a otra parte.
Stacy había oído hablar de las violaciones, su consejero académico la había advertido de que tuviera cuidado. Sobre todo de noche. Pero ella no creía que el sujeto que la había atacado fuera el violador. Si su intención era violarla, ¿por qué la había advertido que se mantuviera al margen? ¿Por qué la había soltado? Podría haberla tumbado en el suelo, haber intentando desnudarla.
No. Aquello no encajaba.
Stacy se lo dijo al guardia.
– El modus operandi es el mismo. Asalta a mujeres solas de noche, en el campus. Las tres violaciones ocurrieron entre las diez y las once de la noche. La primera aquí mismo, en la biblioteca.
– No era él. Su intención no era violarme -relató la secuencia de los hechos. Cómo le había susurrado al oído que se mantuviera al margen-. Iba a soltarme. Fue entonces cuando le ataqué.
– ¿Está segura de lo que oyó?
– Sí, absolutamente.
El guardia no parecía convencido.
– Eso también encaja con el modus operandi del violador. A las otras víctimas también les susurraba al oído.
Stacy frunció el ceño.
– Entonces, ¿para qué iba a soltarme tras hacerme una advertencia?
El guardia y la bibliotecaria se miraron.
– Está usted alterada. Es comprensible. Ha sufrido una fuerte impresión…
– ¿Y no pienso con claridad? -concluyó Stacy por él-. He trabajado en Homicidios diez años. Me he comido marrones mucho más jodidos que éste. Sé lo que he oído.
El joven enrojeció y dio un paso atrás, Stacy supuso que acobardado por su lenguaje. Pero, maldita fuera, necesitaba hacerse entender.
– Sí, señora -dijo él con calma-. Tengo que llamar a la policía, para que vengan a recoger pruebas. Cuénteles a ellos su historia.
– Pregunte por el detective Spencer Malone -dijo ella-. De la División de Apoyo a la Investigación. Dígale que es sobre el caso Finch.
Capítulo 15
Sábado, 5 de marzo de 2005
12:30 a.m.
Spencer saludó al policía que montaba guardia a la puerta de la biblioteca universitaria. Era un veterano.
– ¿Cómo va eso?
El otro se encogió de hombros.
– Bien. Ojalá llegue pronto la primavera. Todavía hace demasiado frío para estos pobres huesos.
Sólo un oriundo de Nueva Orleans se habría quejado de una temperatura nocturna que rondaba los veinte grados.
El agente le tendió un portafolios.
Spencer firmó.
– ¿Arriba?
– Sí. En la cuarta.
Spencer encontró el ascensor. Estaba en la cama cuando recibió la llamada. Al principio pensó que había entendido mal a la operadora. No había ningún muerto. Un intento de violación. Pero la víctima aseguraba que tenía algo que ver con el asesinato de Cassie Finch.
Su caso.
Así que se había levantado de mala gana y había puesto rumbo a lo que entonces le había parecido el fin del mundo: el campus de la Universidad de Nueva Orleans.
El ascensor llegó a la cuarta planta; Spencer salió y siguió las voces. El grupo apareció ante su vista. Se detuvo. Killian. Estaba de espaldas a él, pero la reconoció de todos modos. No sólo por su hermoso pelo rubio, sino también por su porte. Erecto. Dotado de una especie de aplomo ganado a pulso.
A su derecha permanecían de pie un par de guardias de seguridad y John Russell, de la Unidad de Investigación Criminal, Distrito 3.
Spencer se acercó a ellos.
– Los problemas te persiguen, ¿eh, Killian?
Los otros tres lo miraron. Ella se giró. Spencer vio que tenía camisa manchada de sangre.
– Eso empieza a parecer -dijo ella.
– ¿Necesitas atención médica?
– No. Pero puede que él sí.
A él no le sorprendió que le hubiera dado su merecido. Señaló la mesa que había más cerca. Se acercaron y tomaron asiento.
Spencer se sacó del bolsillo la libreta de espiral.
– Cuéntame qué ha pasado.
Russell se acercó tranquilamente.
– Intento de violación -comenzó a decir-. El mismo modus operandi que las otras tres violaciones, las que están sin resolver…
Spencer levantó una mano.
– Quisiera oír primero la versión de la señorita Killian.
– Gracias -dijo ella-. No ha sido un intento de violación.
– Continúa.
– Me he quedado estudiando hasta tarde.
Él miró el material que había sobre la mesa y leyó los títulos por encima.
– ¿Estás documentándote?
– Sí.
– ¿Sobre los juegos de rol?
Ella levantó ligeramente el mentón.
– Sí. La biblioteca estaba desierta, o eso parecía. Oí algo detrás de las estanterías. Llamé. No hubo respuesta y fui a echar un vistazo.
Hizo una pausa. Se pasó las manos por los muslos, su único signo externo de nerviosismo.
– Cuando llegué a las estanterías, se fue la luz. La puerta de la escalera se abrió de golpe y entró alguien. Me dirigí hacia él. Entonces fue cuando me agarraron desde atrás.
– Entonces, ¿había otras dos personas, además de ti?
En el semblante de Stacy apareció algo semejante al asombro. Spencer sólo había repetido sus palabras de un modo distinto; saltaba a la vista que ella no había caído en la cuenta hasta ese momento.
Asintió con la cabeza. Él miró a los guardias.
– ¿Alguna otra de las víctimas informó de la presencia de más de un agresor?
– No -contestó el más joven.
Spencer volvió a fijar la mirada en ella.
– ¿Te agarró desde atrás?
– Sí. Y me sujetó de un modo que indicaba que sabía lo que hacía.
– Enséñamelo.
Ella asintió con la cabeza, se levantó y le hizo una seña al guardia.
– ¿Le importa? -él dijo que no, y ella hizo una demostración. Un instante después, soltó al guardia y volvió a su asiento-. Era varios centímetros más alto que yo. Y bastante fuerte.
– Entonces, ¿cómo lograste soltarte?
– Le clavé un bolígrafo en la tripa.
– Tenemos el bolígrafo -dijo Russell-. Embolsado y etiquetado.
– ¿Y qué tiene esto que ver con los asesinatos de Finch y Wagner?
Ella soltó un bufido exasperado.
– Ese tipo me dijo que me mantuviera al margen. O me las vería con él. Entonces me metió la lengua en la oreja. Y me preguntó si le había entendido.
– Parece una amenaza directa de violación -dijo Russell.
– Me estaba advirtiendo que no me metiera en la investigación -ella se levantó de un salto-. ¿Es que no lo ven? Le he tocado las narices a alguien. Me he acercado demasiado.
– ¿Las narices de quién?
– ¡No lo sé!
– Hemos alertado a la enfermería del campus por si aparece algún estudiante con una herida incisa.
Stacy dejó escapar un bufido de incredulidad.
– Habiendo al menos dos docenas de clínicas que atienden por Internet en la zona metropolitana, ¿cree que irá a la enfermería?
– Puede ser -dijo el guardia, poniéndose a la defensiva-. Si es un estudiante.
– Yo diría que eso es mucho suponer, agente -Stacy miró a Spencer-. ¿Puedo irme ya?
– Claro. Te llevo.
– Tengo mi coche, gracias.
Spencer la recorrió con la mirada. Si, por alguna razón, la paraba un coche de la policía, sólo tendrían que echarle un vistazo y acabaría en comisaría.
Las camisas manchadas de sangre surtían ese efecto sobre la policía.
– Creo que, teniendo en cuenta tu estado, lo mejor es que te siga.