Cosas más raras habían pasado.
El año anterior, en Dallas.
Billie se acercó con una bandeja de degustación. Stacy vio que eran magdalenas de chocolate. Chocolate negro y de sabor intenso. La bandeja de degustación de Billie y la hora de su aparición constituían materia de bromas entre los clientes habituales de la cafetería. Si había líos a la vista o un plato jugoso que probar, la bandeja de degustación hacía acto de aparición. Billie parecía saber de manera innata cuál era el momento idóneo (y el pastelillo adecuado) para compartir con sus clientes.
Billie esbozó la enigmática sonrisa que le había permitido cazar a cuatro maridos, incluyendo a su actual esposo, el multimillonario y nonagenario Rocky St. Martin.
– ¿Una magdalena?
Stacy tomó un trocito, consciente de que la golosina no le saldría gratis. Billie esperaba su recompensa… en forma de datos.
Como cabía esperar, dejó la bandeja en la mesa, retiró una silla y se sentó.
– ¿Quién era ése y qué quería?
– Era Leonardo Noble. Quería contratarme.
Billie enarcó una de sus cejas perfectas y empujó la bandeja llena de trocitos de magdalena hacia Stacy.
Ésta se echó a reír, tomó otro trocito y volvió a deslizar la bandeja hacia Billie.
– Tiene que ver con Cassie. Más o menos.
– Eso me parecía. Explícate.
– ¿Recuerdas que te dije que Cassie iba a encontrarse con un tal Conejo Blanco? -la otra asintió-. Ese hombre, Leonardo Noble, es el inventor del juego.
Stacy vio brillar el interés en los ojos de Billie.
– Continúa.
– Desde la última vez que hablamos, he descubierto algunas cosas sobre el juego. Que es oscuro y violento. Que el Conejo Blanco y el último jugador vivo se enfrentan a muerte.
– Qué encantador.
Stacy le habló de las postales que había recibido Noble y le explicó su teoría acerca de que alguien había empezado a jugar en la vida real.
– Sé que parece una locura, pero…
– Pero podría ocurrir -concluyó Billie en su lugar. Se inclinó hacia Stacy-. Hay estudios que demuestran que en personas que no distinguen claramente entre realidad y fantasía los juegos de rol pueden ser una herramienta peligrosa. Si a eso se le añade un juego como Dragones y Mazmorras o Conejo Blanco, juegos con una implicación emocional y psicológica intensa… el resultado puede ser explosivo.
– ¿Cómo sabes tú todo eso? -preguntó Stacy.
– En una vida anterior fui psicóloga clínica.
Stacy supuso que debía sorprenderse. O sospechar que Billie Bellini era una mentirosa patológica o una artista del timo. A fin de cuentas, en el tiempo relativamente corto que hacía que la conocía, Billie le había hablado de cuatro matrimonios y de sus experiencias como azafata de vuelo y modelo de pasarela. Y ahora, esto. Tan vieja no era.
Pero Billie siempre tenía datos o anécdotas auténticas para respaldar sus afirmaciones.
Stacy sacudió la cabeza y volvió a pensar en que sonaban a Leonardo Noble y en los acontecimientos de los días anteriores.
– Le he tocado las narices a alguien.
Lo dijo casi para sí misma, pero Billie arrugó la frente inquisitivamente. Stacy le contó en pocas palabras lo ocurrido la noche anterior. El asunto de la agresión, las palabras que aquel hombre le había murmurado al oído, el hecho de que el servicio de seguridad del campus creyera que era el mismo que había violado a tres alumnas unos meses antes, ese mismo curso.
– Sé lo que oí -concluyó.
Su amiga permaneció callada un momento y luego asintió.
– Lo sé. Fuiste policía, es uno de esos errores que no cometerías nunca -se levantó y recogió la bandeja. Miró a Stacy-. Te aconsejo que tengas mucho cuidado, amiga mía. No me apetece ir a tu entierro.
Stacy la miró alejarse mientras consideraba lo que le había dicho. La línea borrosa entre la fantasía y la realidad. ¿Habría trabado Cassie sin darse cuenta relación con un demente que había iniciado una partida en la vida real? ¿Le habría molestado ella de algún modo, habría atraído su atención?
Maldición. Sabía lo que tenía que hacer. Abrió su teléfono móvil y marcó el número de Leonardo Noble.
– Acepto el trabajo -dijo cuando él contestó-. ¿Cuándo quiere que empiece?
Capítulo 17
Domingo, 6 de marzo de 2005
8:00 a.m.
Leonardo propuso la hora de su encuentro y Stacy escogió el lugar: el Café Noir.
Los domingos por la mañana, antes de las diez, solía haber poco jaleo en la cafetería. Por lo visto la clientela habitual o bien iba temprano a los servicios religiosos o se quedaba durmiendo hasta tarde.
– Qué pronto has venido -le dijo Stacy a Billie al llegar a la barra.
– Tú también -Billie la recorrió con la mirada-. Vas a aceptar el trabajo, ¿verdad? ¿El que te ofreció el inventor del juego?
– Leonardo Noble. Sí.
Su amiga marcó en la caja el importe de su pedido sin preguntar lo que quería. No hacía falta; Billie sabía que, si quería algo aparte del capuchino de siempre, largo de café, se lo diría.
Stacy le dio un billete de veinte; Billie le devolvió el cambio y se acercó a la cafetera. Puso el café y batió la leche sin decir nada.
Stacy frunció el ceño.
– ¿Qué pasa? -preguntó.
– No sé si esto me gusta.
– Pues peor para ti.
– ¿Estás segura de que hablaba en serio?
– ¿Qué quieres decir?
– Tengo la impresión de que alguien que inventa juegos de rol tiene que disfrutar jugando a ellos.
Stacy ya había considerado aquella idea. Que Billie lo hiciera le causó cierta sorpresa.
– Eres muy lista, ¿lo sabes?
– Y yo que creía que sólo era otra cara bonita.
Stacy se echó a reír. Cuando una mujer tenía el físico de Billie, rara vez se la valoraba por su inteligencia. Incluso ella había caído en la trampa. Al conocer a Billie, la había clasificado como una rubia sin cerebro. Ahora sabía que no lo era.
– Se me da bastante bien averiguar cosas -dijo-. Si necesitas un topo, avísame.
Billie Bellini, la súper espía.
– Estarías muy guapa con gabardina.
– Puedes apostar a que sí -sonrió-. Y no lo olvides.
No lo olvidaría, pensó Stacy mientras se alejaba de la barra. Sin duda Billie podía conseguir información que otros no conseguirían arrancar ni con una palanca.
Siempre y cuando sus fuentes fueran hombres.
Stacy eligió una mesa al fondo y se sentó. Mientras daba el primer sorbo al café caliente apareció Leonardo Noble. Solo. Stacy había creído que llevaría a Kay.
Él recorrió el local con la mirada, buscándola, y al verla sonrió. Le indicó por señas que iba a pedir un café y le preguntó si quería uno. Ella levantó su taza para decirle que ya estaba servida.
Café solo. El elixir de la vida.
Stacy lo observó mientras pedía. Él le dijo algo a Billie, que se echó a reír. ¿Iría en serio?, se preguntaba. ¿Serían auténticas las extrañas postales que había recibido? ¿O las habría fabricado él mismo?
Hasta que hubiera pasado más tiempo con él se reservaba la respuesta a todos sus interrogantes, incluida la cuestión de su honestidad.
Leonardo se acercó a la mesa. Su enérgico paso de siempre parecía haberse transformado en un soñoliento arrastrar de pies. Tenía los ojos hinchados. Su pelo estaba más revuelto que de costumbre.
– Veo que no es muy madrugador -dijo ella.
– Soy un noctámbulo -contestó él-. Sólo necesito dormir un par de horas al día.
Stacy enarcó una ceja.
– Pues no es ésa la impresión que me da.
Él sonrió y el primer indicio de vivacidad apareció en sus ojos.
– Confíe en mí.
– Le dijo la araña a la mosca.