Выбрать главу

– Varias veces por semana. A fin de cuentas, somos una familia.

– Pero no una familia típica.

– El mundo es muy variado, detective.

– ¿Y no volvió a verla después de la cena?

– No. Salí al porche de atrás a eso de medianoche…

– ¿A medianoche?

– Sí, a fumar un puro. Sus luces estaban encendidas.

Lo dijo como si fuera lo más natural del mundo.

– En la cena, ¿comentó algo acerca de un dolor de cabeza?

– ¿Un dolor de cabeza? No, que yo recuerde. ¿Por qué?

Spencer ignoró la pregunta y le lanzó otra.

– ¿La señora Noble suele acostarse tarde?

– No. El noctámbulo soy yo.

– ¿Alguna vez deja la puerta abierta?

– Nunca. Yo solía burlarme de ella, le decía que era una neurótica por hacer esas cosas. Siempre era muy detallista.

Spencer se extrañó al oírle hablar en pasado.

– ¿Era? ¿Sabe usted algo que nosotros ignoramos, señor Noble?

Leo se azoró.

– Claro que no. Me refería a los años que estuvimos casados. Y a su capacidad para los negocios.

– En lo que se refiere a sus negocios, ¿qué papel desempeña Kay?

– Es básicamente mi representante. Colabora con los contables y los abogados, revisa los contratos, supervisa a los empleados… y suele dejarme a mí la parte creativa.

– La parte creativa -repitió Spencer-. Discúlpeme, pero eso suena bastante egoísta.

– Supongo que sí, para usted. La mayoría de la gente no entiende el proceso creativo.

– ¿Por qué no me lo explica?

– El cerebro tiene dos lados, el derecho y el izquierdo. El izquierdo controla la organización y la lógica. Controla también el lenguaje y el habla, el pensamiento crítico y ese tipo de cosas.

– Así que tenía usted a Kay para que se ocupara de todas esas minucias del lado izquierdo del cerebro. ¿No podría haber contratado a otra persona para eso?

Leo pareció perplejo por la pregunta.

– Claro. Pero ¿por qué iba a hacerlo?

Spencer se encogió de hombros.

– Sospecho que habría tenido que pagarle menos. Dado que es su ex mujer, seguramente ella se siente con derecho a la mitad de todo cuanto posee.

Leo se sonrió.

– Tiene ese derecho. Yo nunca se lo he negado. Sin Kay, no habría llegado donde estoy. Ella hacía que me mantuviera concentrado, encauzaba mi entusiasmo y mi creatividad de tal forma que pudiera ganar dinero usando mi imaginación.

– Dice que tiene derecho a la mitad de todo. ¿Es eso lo que le da?

– Sí. La mitad.

– ¿De todo?

La expresión de Leo se alteró, como si de diera miedo.

– ¿Cree que tengo algo que ver con esto?

– Conteste a la pregunta, por favor.

– De todo -flexionó los dedos-. Yo no soy esa clase de hombre, detective.

– ¿Qué clase de hombre?

– De ésos que anteponen el dinero a las personas. El dinero no significa tanto para mí.

– Ya lo veo.

Al sentir su sarcasmo, el rubor inundó la cara de Leo.

– Yo sé quién ha hecho esto, y usted también debería saberlo.

– ¿Y quién es, señor Noble?

– El Conejo Blanco.

Capítulo 47

Viernes, 18 de marzo de 2005

3:30 p.m.

Spencer dejó el auricular del teléfono sobre su soporte y sonrió. Al conocer la desaparición de Kay Noble, el juez había accedido a dictar una orden de registro de la casa, la oficina, los vehículos y los archivos financieros y laborales de Leo.

Se levantó, se estiró y echó a andar hacia la mesa de Tony. Entre los dos habían interrogado a todos los moradores de la casa de los Noble. Las respuestas de todos ellos reflejaban como un espejo las de Leo, con una sola excepción. Sólo la asistenta recordaba que Kay tuviera dolor de cabeza.

– Hola, Gordinflón -Tony estaba sentado a su mesa, mirando una pequeña libreta-. ¿Qué tal?

En lugar de contestar, su compañero profirió un gruñido.

Spencer frunció el ceño y señaló la libreta.

– ¿Qué es eso?

– Es para anotar los puntos.

– ¿Cómo dices?

– Los Vigilantes del Peso. Mi mujer me ha apuntado -suspiró-. Cada comida tiene asignado un valor. Apuntas todo lo que comes y el resultado se lo restas al límite de puntos diarios que tienes asignado.

– ¿Y cuál es el problema?

– Que ya me he comido todos mis puntos.

– ¿Del día y de la noche?

– Sí. Y algunos de mis puntos-comodín de esta semana.

– ¿Puntos-como…? -se interrumpió-. Olvídalo. Vamos a dar una vuelta.

– ¿Adónde?

– A casa de los Noble. Pasando antes por el juzgado.

– Bingo, baby.

Al final, tras recoger la orden de registro, aprovecharon que estaban en el centro para ir a hacerle una visita al abogado de Noble. Winston Coppola era socio de Smith, Grooms, Mack & Coppola, un bufete enclavado en el edificio Place St. Charles.

Aparcaron en un vado (en el distrito financiero de la ciudad, los sitios para aparcar eran escasos y dispersos) y bajaron el parasol para que se viera su identificación policial. Mientras cruzaban la acera hacia la entrada principal del edificio, pasó traqueteando el tranvía de St. Charles Avenue.

Buscaron el bufete en el directorio del edificio, tomaron el ascensor y se encaminaron al décimo piso.

En la recepción había una joven bonita que les sonrió cuando se acercaron a su mesa.

– Spencer Malone, eso sí que es una sorpresa.

El le devolvió la sonrisa a pesar de que no tenía ni idea de quién era. Por suerte, vio su nombre en el letrero de la mesa.

– ¿Trish? ¿Eres tú?

– Sí.

– Vaya, qué coincidencia. ¿Cuánto tiempo hacía?

– Demasiado. He cambiado de peinado.

– Ya lo veo. Me gusta.

– Gracias -la joven hizo un mohín-. Nunca me llamaste. Nos lo pasamos tan bien esa noche en el Shannon que estaba segura de que me llamarías.

En el Shannon. Cómo no.

Debió de ser en unos de sus grandes días de borrachera.

– Creía que no te volvería a ver -dijo con lo que esperaba fuera la nota justa de sinceridad. Se imaginó a Tony a su lado volviendo los ojos al cielo-. Perdí tu número.

– Eso tiene remedio.

Le agarró la mano y le dio la vuelta. Escribió el número sobre su palma y luego le cerró los dedos.

– Llámame.

Tony carraspeó.

– Queríamos ver a Winston Coppola. ¿Está aquí?

– ¿El señor Coppola? ¿Tenéis cita?

– Se trata de un asunto oficial.

– Ah… comprendo -dijo ella, visiblemente azorada-. Enseguida le aviso.

Así lo hizo y, un momento después, colgó el teléfono y les indicó el despacho de Coppola. Mientras se dirigían a él, Tony inclinó hacia Spencer.

– Te has salido bien por la tangente, Niño Bonito.

– Gracias.

– Menudo bombón. ¿Vas a llamarla?

A decir verdad, llamar a la linda Trish era lo más alejado de sus intenciones en ese momento. Bueno, quizá no lo más alejado, pero no era una necesidad urgente.

– Sería una locura no hacerlo, ¿no crees?

Tony no contestó porque habían llegado ante el despacho del abogado.

Coppola los estaba esperando en la puerta. Guapo, bien vestido e impecablemente peinado pero con un bronceado ligeramente exagerado, a lo George Hamilton, el abogado parecía un casanova.

Spencer lo saludó.

– Los detectives Malone y Sciame. Tenemos que hacerle unas preguntas sobre Kay Noble.

Coppola frunció el ceño.

– ¿Sobre Kay? ¿Les importaría enseñarme sus credenciales, detectives?

Tras inspeccionarlas, los hizo pasar al despacho. Ninguno de ellos se sentó.

Spencer se fijó en los diplomas enmarcados. Había fotografías sobre la mesa, en el aparador y las paredes. Vio que en una de ellas aparecía el abogado esquiando y en otra en la playa. Con razón estaba tan bronceado.