Выбрать главу

Tony miró a su alrededor con evidente admiración.

– Bonito despacho.

– Gracias.

– Tiene usted un nombre interesante, señor Coppola.

– Madre inglesa, padre italiano. Soy un poco mestizo, en realidad.

– ¿Alguna relación con Francis Ford?

– Por desgracia, no. Ahora, en cuanto a la señora Noble…

– Ha desaparecido. Tenemos motivos para creer que pueda estar en peligro.

– Dios mío, ¿cuándo…?

– Anoche.

– ¿Cómo puedo serles de ayuda?

– ¿Cuándo la vio por última vez?

– A principios de esta semana.

– ¿Puedo preguntarle cuál fue el motivo de la reunión?

– Un contrato de licencia.

– ¿Cómo van los negocios? ¿Los de los Noble?

– Muy bien -deslizó las manos en los bolsillos de sus pantalones-. Estoy seguro de que entenderán que no puedo proporcionarles información confidencial.

– La verdad es que puede. Tenemos una orden -Spencer sacó el documento; el abogado le echó un vistazo y se lo devolvió.

– En primer lugar, este documento no me desvincula de mis deberes hacia mi cliente. Les permite acceder a la casa y el vehículo de Leo Noble y a los archivos financieros y laborales que encuentren allí. En segundo lugar, como abogado, entiendo el significado de la orden y de los motivos por los que ha sido dictada -se inclinó hacia ellos-. Pero están errando el tiro. Si le ha pasado algo a Kay, Leo no tiene nada que ver.

– ¿Está seguro?

– Absolutamente.

– ¿Y eso por qué?

– Se adoran mutuamente.

– Están divorciados, señor Coppola.

– Olvídense de sus prejuicios acerca de lo que eso significa. Leo y Kay los han solventado. Son amigos. Comparten la educación de su hija y sus negocios.

– ¿Y cómo les van los negocios? -insistió Leo.

– Muy bien, a decir verdad. Acaban de firmar varios contratos de licencia francamente ventajosos.

– ¿Hay mucho dinero de por medio? -preguntó Tony.

Coppola vaciló y luego asintió con la cabeza.

– Sí.

– ¿Cuánto? -insistió Spencer-. ¿Hablamos de millones?

– Sí, de millones.

– ¿Quién paga su minuta, señor Coppola?

– ¿Cómo dice?

– Su minuta, ¿quién la paga? ¿Leo o Kay?

El abogado enrojeció.

– Esa pregunta me ofende, detective.

– Pero estoy seguro de que el dinero no.

– Noble no es sólo un cliente, es también un amigo. Mi minuta no tiene nada que ver con eso. Ni con cómo conteste a sus preguntas. Lo siento, pero tengo prisa.

Spencer le tendió la mano.

– Gracias por recibirnos. Estaremos en contacto.

Tony le dio una tarjeta.

– Si se le ocurre algo, avísenos.

El abogado les mostró la salida. Trish seguía sentada a su mesa, pero estaba tan ocupada que apenas levantó la mirada y sonrió cuando pasaron a su lado.

En cuando la puerta del ascensor se cerró con un susurro, Tony miró a Spencer.

– Es curioso que los ricos siempre digan que el dinero no tiene importancia. Si no tiene importancia, ¿por qué se esfuerzan tanto por aferrarse a él?

Spencer asintió con la cabeza, recordando lo que Leo Noble le había dicho acerca de que el dinero no significaba gran cosa para él.

– Creo que Coppola piensa que Leo es quien maneja los hilos. ¿Te ha dado esa impresión?

– Sí. ¿Crees que eso ha influido en sus respuestas?

– Puede ser. A fin de cuentas, es abogado.

Los policías no solían tener en gran estima a los abogados. Salvo a los fiscales, como Quentin, el hermano de Spencer.

El ascensor llegó al piso bajo; las puertas se abrieron y salieron.

– Tú estás casado, Gordinflón, dame tu opinión.

– Dispara.

– Estoy hecho un lío con todo ese rollo de que todavía se quieren y se respetan. Ese blablablá de que “se lo debo todo a ella, así que le doy la mitad”. Supongamos que tu parienta se divorcia de ti. ¿Cómo te sentirías?

Llegaron al coche. Spencer, lo abrió y se montaron. Tony se abrochó el cinturón y miró a Spencer.

– Llevo casado treinta y dos años y yo tampoco me lo explico. Nosotros nos queremos y nos respetamos, tenemos nuestros más y nuestros menos, pero seguimos juntos. Es el hecho de habernos comprometido el uno con el otro lo que nos mantiene juntos, lo que hace que nos esforcemos por salir adelante. Si ella me pidiera el divorcio, me cabrearía muchísimo.

– Y si, después de divorciarse de ti, se quedara con la mitad de todo lo que tuvieras…, lo pasado y lo futuro, ¿cómo te sentaría eso? ¿Podríais seguir siendo amigos?

– Imposible, colega.

– ¿Por qué no?

– Después de acostarte con una mujer, no puedes ser su amigo.

– Eres un Neandertal.

– ¿Cuántas amigas de ésas tienes tú?

Spencer frunció las cejas, pensativo. Exactamente… ninguna.

Miró a Tony y luego se apartó de la acera.

– Todos los que los conocen nos vienen con la misma cantinela. Sus amigos. Sus empleados. Hasta su hija.

– Y crees que es una farsa.

No era una pregunta. En lugar de contestar, Spencer formuló otra pregunta.

– ¿Quién sale ganando con la muerte de Kay Noble?

– Leo Noble.

– Exacto. Avisa para que un par de agentes uniformados se reúnan con nosotros en casa de Leo. Es hora de que comience la función.

Capítulo 48

Viernes, 18 de marzo de 2005

4:45 p.m.

El avión de Stacy aterrizó puntualmente en Nueva Orleans. Mientras se dirigía hacia la puerta de salida, Stacy repasó los acontecimientos del día. Tras averiguar que el dentista que había identificado los restos de Dick Danson había sido asesinado, había dado media vuelta y regresado al hotel. Billie se había registrado de nuevo y había vuelto a instalarse en su habitación antes siquiera de que la limpiaran. Desde allí, habían llamado al jefe Battard para informarle de que Billie iba a quedarse y preguntarle si Stacy podía reunirse con él enseguida a fin de explicarle los motivos de su cambio de planes. Y solicitar su ayuda.

De camino, Stacy había informado a Billie de lo que quería que hiciera: buscar los casos de personas desaparecidas en la zona de Carmel en la época del suicidio de Danson y, en caso de que hubiera alguno, descubrir si la persona en cuestión había sido paciente del doctor Mark Carlson. También quería que accediera a los historiales del dentista para cotejarlos con los que se habían utilizado para la identificación del cuerpo de Danson.

El jefe Battard le facilitaría las cosas. Resultaba casi imposible acceder a los historiales médicos sin una autorización oficial.

Se habían reunido con Battard en su despacho de la comisaría. Stacy le había explicado su teoría y le había pedido ayuda. Battard no se había echado a reír, lo cual decía mucho en su favor.

Y había aceptado ayudarlas.

Stacy sospechaba que la perspectiva de pasar unos cuantos días más con la bella Billie había influido en su buen talante.

Stacy salió del avión. En una cosa tenía razón, estaba segura de ello.

Dick Danson estaba vivo. Era el Conejo Blanco.

Y era un asesino.

En cuanto hubo salido de la terminal, encendió el teléfono. Tenía tres mensajes en el contestador. A juzgar por el número, eran los tres de Leo.

Había hablado con él a primera hora de la mañana. Le había dicho que su viaje había sido un fiasco y que volvía a casa. Pero desde esa llamada habían sucedido muchas cosas. Más, por lo visto, de las que ella creía.

Mientras se dirigía al aparcamiento, leyó los mensajes. La primera llamada era, en efecto, de Leo. Estaba disgustado. Le temblaba la voz.

Kay… ha desaparecido. Está… El Conejo Blanco… Puede que esté muerta. Llámame en cuanto aterrices.