– ¿Cómo sabes que te está diciendo la verdad? Él tiene los dados.
– ¿Qué sentido tendría mentir?
En una partida normal, con un maestro de juego normal, ninguno.
Pero ¿con un chiflado como aquél?
– Mi amiga Cassie, ¿podía formar parte de esta partida?
– No estoy del todo segura, pero creo que no.
– ¿Hablaste con ella del Conejo Blanco o de esta partida en el Café Noir?
– No.
– Me estás diciendo la verdad, ¿no? Es muy importante.
– No hablé con ella de esto, te lo juro. Hablábamos de los juegos en general, pero no del Conejo Blanco. Eso no se hace, y menos aún con un extraño.
Stacy la creyó.
– ¿Quién sabía que estabas jugando?
– Nadie.
Aquello le resultaba difícil de creer. Así se lo dijo.
– ¡Es cierto! El Conejo Blanco es así. Supongo que papá lo sospechaba. Sabía que jugaba. No es raro que un jugador online juegue distintas partidas al mismo tiempo.
– ¿Sabes qué monstruos quedan por delante?
Alicia tecleó un código para acceder a la partida. Leyó en voz alta.
– El Sombrerero Loco y la Liebre de Marzo. El Rey de Corazones. El Gato de Cheshire. Y el Conejo Blanco.
– ¿Cuándo tienes que mover?
– Pronto.
– ¿No puedes darle largas? ¿Retrasar tu movimiento?
– No más de veinticuatro horas. Si no, quedo automáticamente eliminada.
Y en aquella partida quedar eliminada resultaba fatal.
– Creo saber quién es, Alicia.
– ¿Quién? Papá, no.
– No, no es tu padre. Es Dick Danson.
– ¿El socio de mi padre? Pero si está…
– ¿Muerto? Puede que no -Stacy le habló de su viaje a California y de lo que allí había averiguado-. Aún no tengo pruebas, pero las tendré.
– ¿Pronto?
– Voy a intentarlo. Lo primero que tenemos que hacer es hacer venir a Malone y Sciame. Tenemos que mostrarles lo que me acabas de enseñar.
Una expresión de pánico cruzó su semblante.
– ¿Y si no me creen? ¿Y si creen que…?
– No lo harán -dijo Stacy, apretándole suavemente la mano-. Yo estaré contigo.
– ¿Me lo prometes?
Stacy se lo prometió y después se acercó a la puerta y llamó a Spencer y a Tony. Malone asomó la cabeza por la puerta del dormitorio de al lado.
– Creo que deberíais echarle un vistazo a esto -dijo ella, haciéndole una seña.
Se acercaron al ordenador. Stacy giró el monitor hacia ellos y, mientras observaba el rostro de Spencer, advirtió el momento justo en el que él entendía qué estaba mirando.
Spencer miró a Alicia.
– Creo que tiene algo que explicarnos, señorita Noble.
Stacy se apresuró a informarlos de cuanto Alicia acababa de decirle: cómo se había introducido en el juego, dónde había conocido al Conejo Blanco, cómo se jugaba online. Y que, si tenían razón, Kay estaba todavía viva.
– Alicia no se dio cuenta de que estaba metida en esto hasta que desapareció su madre -concluyó-. Entonces hizo lo que debía y habló.
Spencer le lanzó una mirada qué denotaba claramente que eso le correspondía juzgarlo a él.
– ¿No tienes ni idea de quién puede ser el Conejo Blanco?
– No -ella miró a Stacy como si buscara su confirmación.
Stacy notó que le temblaban los labios.
– Tendremos que confiscarte el ordenador -dijo él-. Podemos seguirle la pista y…
Stacy le interrumpió.
– ¿Podemos hablar en el pasillo? Ahora mismo.
Él asintió con la cabeza, a pesar de que parecía irritado. La siguió al pasillo y la miró de frente, con los brazos en jarras.
– ¿Qué pasa?
– No podéis llevaros el ordenador.
Spencer arqueó inquisitivamente una ceja.
– ¿Y eso por qué?
– Alicia tiene que responder al Conejo Blanco en un plazo de veinticuatro horas o su personaje quedará eliminado. Y, en este juego, quedar eliminado significa el final.
– Mierda -Spencer desvió los ojos y luego volvió a fijarlos en ella-. ¿Alguna sugerencia, Killian?
– Copiad todos sus archivos. Apuesto a que el ordenador tiene una copiadora de CD incorporada, así que no llevará mucho tiempo. Lleváoslos a la central.
– ¿Y dejar abierta la comunicación entre ella y ese cabrón?
– Cerrarla podría ser más peligroso para ella. Además, le haría sospechar que andamos tras él. Entre tanto, puedes conseguir una orden judicial para que su servidor de correo electrónico os entregue el nombre y la dirección del titular de la cuenta de correo del Conejo Blanco.
Spencer se quedó mirándola un momento con los ojos entornados y luego asintió con la cabeza.
Unos instantes después, Tony estaba colgado del teléfono móvil, poniendo en marcha su plan. Alicia se había dejado caer al borde de la cama, con los brazos cruzados sobre la tripa. Stacy estaba sentada a su lado, escuchando a Tony.
– ¿Qué está pasando, Stacy?
Antes de que ella pudiera contestar, Alicia vio a Leo.
– ¡Papá! -gritó.
Corrió hacia su padre y se arrojó en sus brazos.
– ¡Yo no quería que esto pasara! ¡No lo sabía, te lo prometo!
– Nena., ¿qué…?
– Señor Noble -le interrumpió Spencer-, tiene que acompañarnos a comisaría para proseguir con el interrogatorio.
– ¡No! -gritó Alicia. Se giró bruscamente hacia Spencer-. ¡Él no ha hecho nada! ¿Es que no ven que…?
– No pasa nada, tesoro -Leo se apartó de ella-. Sólo van a hacerme unas preguntas. Volveré dentro de una hora.
Capítulo 50
Viernes, 18 de marzo de 2005
8:10 p.m.
Stacy se quedó con Alicia e hizo cuanto pudo por consolarla mientras iban pasando los minutos. Le decía una y otra vez que su padre no había hecho nada malo y que, siendo inocente como era, no tenía nada que temer.
Al cabo de un rato, le pareció que la chica ni siquiera la escuchaba. Era como si se hubiera escapado a un lugar donde Stacy no podía alcanzarla. Si había notado que hacía más de una hora que su padre se había ido, no dijo nada.
Stacy también se quedó callada. Se aseguró de que se comieran la cena que les había dejado la señora Maitlin y luego recogió la cocina. Mientras tanto, repasó de nuevos los hechos, consciente de que pasaba el tiempo.
El e-mail del Conejo Blanco había llegado a las tres de la tarde, lo cual significaba que tenían hasta la misma hora del día siguiente para atraparlo.
¿Por qué perdía Malone el tiempo interrogando a Leo? Danson estaba detrás de todo aquello. Se lo decían las tripas.
Pero necesitaba pruebas.
Miró su reloj, sabiendo que era la enésima vez que lo hacía en el espacio de unos pocos minutos. ¿Por qué no había llamado Billie? Tenía la esperanza de que su amiga hiciera algún hallazgo rápidamente.
La llamó al móvil, dejó un mensaje y luego empezó a pasearse de un lado a otro.
– Ya lo he descubierto -dijo Alicia de pronto.
Stacy se quedó parada y la miró. La muchacha estaba sentada a la mesa de la cocina, con un bolígrafo en las manos, mirando fijamente lo que parecían unos garabatos dibujados en su servilleta de papel.
– ¿Qué has descubierto?
– Lo que está tramando el Conejo Blanco -señaló la servilleta-. El País de las Maravillas es un laberinto con forma de espiral.
Stacy se acercó a ella y vio que los garabatos eran en realidad una suerte de diagrama.
– Continúa -dijo.
– Yo estaba jugando la partida, avanzando por el País de las Maravillas. Cada víctima ha sido un paso que nos acercaba al epicentro del País de las Maravillas. El Rey y la Reina de Corazones -hizo una pausa-. Mis padres. Y yo.
A Stacy la asombró la serenidad de la muchacha.
– Pero ya habéis llegado a la Reina. Si está en el epicentro…