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– El Conejo me dejó hacer el primer movimiento. Yo me salté el bosque gótico y llegué hasta ella. La incapacité y volví hacia atrás porque el bosque era un callejón sin salida. Desde allí no hay camino para llegar al Rey.

– ¿Y el Gato de Cheshire? El e-mail decía que iba a hacer un movimiento.

– Es lógico. El Gato de Cheshire cambia de forma. Y es un luchador feroz.

– Con largas garras y dientes afilados.

Ella asintió con la cabeza.

– He intentado ponerme en el lugar del antiguo socio de mi padre. Si es él, busca venganza. Quiere castigar a mi padre. Y a mi madre. ¿Y qué mejor modo de hacerlo que utilizar el juego que papá le robó?

– ¿Que le robó? No es eso lo que tengo entendido que ocurrió.

– Intento meterme en su cabeza, pensar como él. Está furioso. Resentido. Su vida fue un fracaso. Papá, en cambio, tuvo mucho éxito.

– Entonces, no está loco -murmuró Stacy-. Sólo quiere aparentar que lo está.

– No está loco -dijo Leo detrás de ellas-. Es brillante.

– ¡Papá! -exclamó Alicia, y corrió hacia él-. ¿Estás bien?

Leo la tomó en sus brazos y la estrechó con fuerza.

– Estoy bien, tesoro.

Pero no lo estaba, pensó Stacy. Parecía haber envejecido diez años en las últimas diez horas. Las arrugas que rodeaban sus ojos y su boca eran más profundas, y la luz de sus ojos parecía haberse extinguido.

Los detectives le habían apretado las tuercas.

– ¿Cómo ha ido? -preguntó ella quedamente.

– Estoy en casa -su sencilla respuesta hablaba por sí sola.

Alicia le apretó la mano.

– ¿Tienes hambre? -al ver que él negaba con la cabeza, la muchacha frunció los labios-. Voy a hacerte un sándwich. Y queda un poco del gumbo de pollo que dejó la señora Maitlin.

– Un sándwich.

Alicia no le preguntó de qué lo quería. Stacy la observó mientras le preparaba a su padre un sándwich de mantequilla de cacahuete, miel y plátano. También le sirvió un vaso de leche.

Mientras los miraba, Stacy sintió un nudo en la garganta. Era una escena extrañamente dulce, la muchacha ocupándose del padre. A pesar de su jactancia de adolescente, Alicia adoraba a Leo.

La muchacha la miró.

– Papá y yo solíamos desayunar esto todos los sábados por la mañana.

– Mientras veíamos los dibujos animados -él tomó un bocado y se lo tragó con un sorbo de leche.

– Su favorito era el Correcaminos.

– Por el Coyote -dijo él.

– ¿Cuál era el tuyo? -le preguntó Stacy a Alicia.

– No me acuerdo. Puede que el mismo -sus ojos se empañaron-. ¿Alguna noticia de mamá?

– No me han dicho nada -Leo dejó el resto del sándwich en el plato-. Estoy seguro de que la están buscando, Alicia.

El color inundó las mejillas de la muchacha.

– ¡No, no la están buscando! Están perdiendo el tiempo interrogándote a ti.

Stacy estaba de acuerdo. Pero mantuvo la boca cerrada.

– Me han hecho muchas preguntas -murmuró Leo-. Sobre mi relación con Kay. Sobre nuestro acuerdo financiero, sobre mis últimos contratos de licencia. Sobre lo que hice anoche.

– ¿El registro dio algún resultado?

– Claro que no.

– A veces, una cosa en apariencia insignificante puede cobrar importancia. Esas cosas suceden, Leo.

Él se removió, incómodo, y fijó la mirada en un punto por detrás de ella.

Stacy entornó los ojos ligeramente. ¿Había algo que Leo no quería decirle?

Él volvió a mirarla y sacudió muy levemente la cabeza. Como si dijera “aquí no”.

Stacy comprendió. Además, su hija y él necesitaban estar solos.

Y ella tenía que hablar con Malone. Estaba empeñada en convencerle de que tenía razón.

Se disculpó, agarró su bolso y las llaves de su coche y salió. Al montarse en el coche llamó a Malone desde el móvil.

– ¿Dónde estás? -le preguntó.

– En casa -parecía tan cansado como Leo.

– ¿Dónde vives?

– ¿Por qué?

– Tenemos que hablar.

Él se quedó callado un momento.

– Estoy harto de hablar, Killian.

– Alicia me ha contado algo más sobre el juego -una pequeña exageración, pero podría sobrellevarla-. Y no tengo muy buena memoria a corto plazo.

Él le dio apresuradamente su dirección y colgó.

Capítulo 51

Viernes, 18 de marzo de 2005

10:30 p.m.

Stacy llegó en un abrir y cerrar de ojos a la casa del Canal Irlandés. Malone vivía en una casita criolla en pleno proceso de remodelación, y Stacy se preguntó si estaría haciendo las reformas él mismo. Y, si así era, de dónde sacaba el tiempo.

La puerta se abrió justo antes de que llamara. Malone se apoyó contra el cerco, con los brazos cruzados sobre el pecho. La suave y gastada camiseta se tensó sobre sus hombros.

– ¿No vas a invitarme a pasar?

– ¿Tengo que hacerlo?

– Capullo.

El se echó a reír y se apartó.

Stacy entró en la casa y él cerró la puerta a su espalda. Ella vio que había estado comiendo pizza. Una pizza encargada. Delante de la tele. Una cadena deportiva.

El típico tío.

– ¿Una cerveza? -preguntó él.

– Gracias.

Spencer sacó dos, le dio la suya y apagó el televisor. Mirándola de frente, preguntó:

– ¿La chica tenía información?

– Es sólo una idea, en realidad.

Él arqueó una ceja. Stacy sospechaba que ya la había descubierto: sabía que no había ido allí a ofrecerle información, sino a defender su causa. De nuevo.

Mantuvo la farsa, sin embargo, y le explicó lo que Alicia le había contado acerca de que el País de las Maravillas era una espiral en cuyo epicentro se encontraban el Rey y la Reina.

– Cada muerte llevaba al asesino, a través de Alicia, un paso más cerca de ellos.

– ¿Y?

– Que entonces tiene sentido que Danson…

– ¿Ya empiezas con eso otra vez?

– ¿Qué quieres que diga? Soy monotemática.

– Exacto -Spencer esbozó una sonrisa ladeada-. Dispara.

– Alicia está jugando la partida, pero ninguna de esas muertes ha sucedido por casualidad. Los bocetos que encontrasteis en el estudio de Pogo demuestran que todos los asesinatos estaban previstos. El Conejo Blanco está ejecutando un plan cuidadosamente trazado y cuyo objetivo es crear el terror.

– O una cortina de humo.

Ella no le hizo caso.

– Está claro que para controlar el juego de ese modo hace falta alguien que lo conozca muy bien. Un jugador magistral.

Spencer abrió la boca para decir algo; Stacy lo atajó.

– Y también tiene que ser alguien que no dude en involucrar a Alicia en un asesinato.

– ¿Y su padre no lo haría?

– Piénsalo, Spencer. Un padre incriminando a su hija en el asesinato no ya de extraños, sino de su propia madre. Eso lo convertiría en un…

– ¿En un monstruo?

– Sí.

– ¿Y cómo describirías tú a alguien capaz de matar por obtener una ganancia económica, sino como un monstruo? ¿Dónde trazas la línea?

– Escúchame. Danson también es el inventor del juego. Leo y él rompieron. Leo ha conseguido fama y riqueza y Danson…

– Se mató.

– O no. Es un tipo brillante. Idea un plan para castigar a Leo…

– Estás preciosa cuando te pones tan testaruda.

– No intentes distraerme.

– ¿Por qué no? Ha funcionado.

Ella dejó escapar un bufido de frustración.

– ¿Es que siempre tienes que tener razón, Killian? ¿Siempre tienes que llevar la voz cantante?

– No hagas de esto una cuestión personal.

Spencer dejó su botella de cerveza sobre el mostrador de la cocina.

– Está bien, vayamos a los hechos. Leo también inventó el juego. Es quien recibió los primeros mensajes del Conejo Blanco. Conocía personalmente a todas las víctimas. Y es quien más sale ganando con la muerte de Kay.