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– Eso dices tú.

– Considéralo desde este punto de vista, Killian: entre los bocetos que encontramos en casa de Pogo, había dibujos de todos los personajes, menos del Rey de Corazones. ¿Qué crees que significa eso?

Que Spencer era mejor policía de lo que ella creía. Stacy decidió desafiar a la lógica, de todos modos.

– Puede que sencillamente Pogo no hubiera empezado aún ese dibujo.

– Eso son chorradas y tú lo sabes. El hecho de que no hubiera boceto significa que la muerte del Rey de Corazones no estaba prevista. Porque el Rey de Corazones es el asesino.

Todo tenía sentido. Perfecto sentido. Pero ¿por qué ella no se lo tragaba?

– Leo estaba en la lista de correo de la Galería 124 -añadió él-. Le incluyeron en la época de la exposición de Pogo.

Con razón habían ido estrechando el cerco en torno a Leo, incluso antes de la desaparición de Kay.

– ¿Qué me dices de Cassie? ¿Cuál es el vínculo con ella?

– No lo hay -contestó Spencer llanamente-. Esta mañana detuvimos a Bobby Gautreaux. Le hemos acusado de las tres violaciones de la universidad. Y pensamos acusarle muy pronto de los asesinatos de Cassie Finch y Beth Wagner.

Ella contuvo el aliento.

– ¿Con qué pruebas?

– De ADN. Dejó un cabello en el lugar de los hechos. Le hicimos análisis y los resultados encajan. Cotejé las pruebas con la sangre que tu agresor dejó en la biblioteca…

– Y encajan -concluyó ella.

– Sí. Con la sangre de la biblioteca y con el semen de las violaciones.

Spencer bebió un sorbo de cerveza.

– Además, dejó una huella dactilar en casa de Finch y Wagner. Amenazó a Cassie y la acosaba. Encontramos cabellos de Finch en su ropa. Y a ti te advirtió que no metieras la nariz en la investigación.

Stacy apenas podía creer lo que estaba oyendo. Bobby Gautreaux era quien la había atacado. Era un violador en serie. Y había dejado pruebas materiales que lo relacionaban con el lugar de los asesinatos. Aquello parecía un caso sólido.

Se sintió contenta. Y aliviada.

Su objetivo había sido asegurarse de que el asesinato de Cassie no quedara impune.

Pero aquello no acababa de cuadrarle. ¿Por qué?

– ¿Qué ha dicho él? -preguntó.

– Que es inocente. Que estuvo allí aquella noche, pero que no la mató. Que te susurró al oído. Tenías razón. Te advirtió que te mantuvieras alejada de la investigación. Porque había estado en casa de Cassie. Pero asegura que no fue él quien las mató.

Lo mismo que decían todos.

– ¿Por qué fue a casa de Cassie esa noche?

– Quería hablar con ella. De su relación.

– No tenían ninguna relación. Hacía un año que habían roto.

– Claro que sí. Está mintiendo. Eso es lo que hacen las alimañas como Bobby Gautreaux. ¿Qué querías que dijera, que fue allí a cargársela?

– ¿Crees que fue con intención de matarla?

– Me gusta la idea. Si hay premeditación, la fiscalía podrá acusarlo de asesinato en primer grado.

– ¿Habéis encontrado el arma?

El frunció ligeramente el ceño.

– No.

Stacy bebió un largo sorbo de su cerveza, que empezaba a calentarse.

– ¿Por qué no me lo has dicho antes?

– He estado un poco liado.

– Esto no me hace cambiar de idea respecto a la inocencia de Leo…

– Puede que esto sí -Spencer dio un paso hacia ella-. ¿Recuerdas que acusé a Leo de crear una densa cortina de humo para matar a su mujer y escurrir el bulto? ¿Que, después de conocerte, te contrató para que lo ayudaras?

– ¿Cómo iba a olvidarlo?

Spencer dio otro paso adelante.

– Está escribiendo un guión, Stacy. Sobre un inventor de juegos que recibe tarjetas amenazadoras con dibujos sobre las muertes de los personajes de su más célebre creación.

Ella sintió como si le hubiera dado un puñetazo.

– Tú estás en la historia, Stacy -agregó suavemente Spencer, poniéndose a su lado-. La ex policía con el alma herida que huye de su pasado.

Leo la había manipulado desde el principio.

El pasado se estaba repitiendo.

Stacy se apartó de él, se acercó a la ventana y se quedó mirando la oscuridad. ¿Qué ocurría? A lo peor tenía en la frente un letrero que decía: “Blanco fácil, Estúpida, crédula e ingenua”.

– Y, al final -continuó él-, ella no puede resistirse a los encantos del inventor y cae rendida en sus brazos…

– Basta, Spencer -se giró para mirarlo-. Cierra la boca.

Le sostuvo la mirada mientras luchaba por distanciarse de lo que él acababa de decirle y por ensamblar todas las piezas del puzzle, incluida aquélla.

Por separarse de la sensación de humillación que amenazaba con estrangularla.

– Lo habéis descubierto en el registro de hoy.

No era una pregunta, pero Spencer contestó de todos modos.

– Sí. Estaba guardado en un cajón de su mesa, bajo llave.

– ¿Le habéis interrogado al respecto?

– Sí. Asegura que acababa de empezarlo. Que se había dado cuenta de su “potencial narrativo”.

Eso era lo que significaba la expresión compungida de Leo de esa noche. La razón por la que había evitado mirarla a los ojos y se había removido como si se sintiera incómodo.

– Potencial narrativo -repitió, y percibió el filo amargo de su propia voz-. Está muriendo gente.

– Para ser un hombre tan brillante -dijo Spencer con suavidad-, es bastante estúpido.

– Dejar una prueba tan incriminatoria no parece propio de un súper genio, ¿no?

– Quería decir que es estúpido por hacer de enfadar a una mujer tan lista y tan hermosa -dijo él.

Ella profirió un gemido de dolor.

– Ahora mismo no me siento ninguna de esas dos cosas. Prueba con idiota y crédula.

Pasaron unos instantes. Spencer soltó una maldición y luego tomó su cara entre las manos.

– Fuerte. Inteligente. Decidida.

Mientras lo miraba fijamente, algo dentro de ella se transformó. O se abrió. Sin pararse a pensar en lo que hacía, lo besó. Al cabo de un momento, rompió el contacto.

– Creía que no querías ligar conmigo por si te daba una patada en el culo.

– Eres tú la que intenta ligar conmigo. Lo de la patada en el culo queda descartado.

Stacy sonrió.

– Eso puedo soportarlo.

Capítulo 52

Sábado, 19 de marzo de 2005

7:15 a.m.

Stacy se despertó temprano. Gimió, se desperezó y se sobresaltó al darse cuenta de dónde estaba. Y de lo que había hecho.

Mierda. Mierda. Joder. Joder.

¿Qué le pasaba?

Abrió los ojos un poco. Spencer estaba tumbado a su lado, durmiendo. Había apartado a puntapiés la manta y Stacy vio que estaba desnudo. Gloriosa, fabulosamente desnudo.

Cerró los ojos con fuerza. Él no había exagerado acerca de sus habilidades en la cama. Aquel hombre era tan ardiente que podía derretirse mantequilla sobre su espalda.

¿Qué habría pensado de ella?

No. No le importaba lo que pensara. Lo de esa noche había sido un tremendo error, un error estúpido. Otro que añadir a su cada vez más larga lista de meteduras de pata.

En otro tiempo, había sido una mujer muy lista. Muy capaz.

Apenas podía recordar qué se sentía siéndolo.

Se deslizó cuidadosamente hacia el borde de la cama para no despertarlo. Pensó en levantarse, recoger sus cosas y marcharse antes de que se despertara.

Así tendría tiempo para preparar su discurso del "olvidemos que esto ha pasado".

Se desplazó hacia el borde de la cama. El ángulo en que estaba tumbada le facilitaba una escapada de cabeza. Apoyó las manos en el suelo; deslizó el torso por el filo de la cama.

Cuando se disponía a hacer el descenso final, él la agarró del tobillo.