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– Gracias por hacer esto -le dijo Stacy a la pelirroja.

– Siempre encantada de ayudar a una colega.

Stacy no la sacó de su error y, al cabo de unos minutos, se hallaba mirando cara a cara a Bobby a través de un panel de Plexiglás irrompible.

Levantó el teléfono.

Él hizo lo mismo.

– Hola, Bobby.

Él soltó un bufido.

– ¿Qué quieres?

– Hablar.

– No me interesa.

Hizo amago de colgar, pero Stacy lo detuvo.

– ¿Y si te dijera que no creo que mataras a Cassie y Beth?

Sus palabras la sorprendieron a ella tanto como parecieron sorprenderlo a él. Bobby regresó a su asiento.

– ¿Es una broma?

– No. Puede que seas un violador, Bobby, pero no creo que seas un asesino.

– ¿Por qué?

“Es sólo una corazonada, cerdo”.

– Déjame hacerte unas preguntas.

– Vale -se arrellanó en la silla.

– ¿Por qué fuiste a ver a Cassie esa noche?

– Quería hablar con ella.

– ¿De qué?

– De volver juntos.

– Ya.

Él levantó un hombro.

– Soy un romántico.

– Entonces, ¿no fuiste allí a matarla?

– No.

– ¿A qué fuiste? ¿A violarla?

– No.

– Ya veo por qué te ha detenido la policía, Bobby. No tienes credibilidad.

– Que te jodan.

– No, gracias -Stacy se levantó-. Que tengas una estancia agradable.

– ¡Espera! Siéntate -le indicó la silla-. La vi salir del Luigi's, cerca del campus. Así que la seguí hasta su casa.

– ¿Sólo porque sí?

– Sí. Como un puto idiota.

– ¿Y?

– Me quedé sentado fuera. Mucho rato.

Stacy podía imaginarse al joven mirando la casa de Cassie, enfureciéndose por momentos. Odiándola. Deseando castigarla. Hacerle pagar por el daño que le había hecho. Por su ego. Por rechazarlo.

– ¿Y?

– Decidí hacerle entender a la fuerza.

A la fuerza. Mala palabra en boca de un violador

– ¿Qué pasó?

– Abrió la puerta. Me dejó pasar. Hablamos.

– De nuevo te falta credibilidad -él no contestó; Stacy insistió-. Ella no te habría dejado pasar voluntariamente, Bobby.

– ¿No?

– No. Así que entraste a empujones. Estabas enfadado. Querías vengarte de ella por haberte rechazado. Por haberte humillado -se inclinó ligeramente hacia delante-. ¿Qué te detuvo?

– Alguien llamó a la puerta.

Stacy sintió un cosquilleo de emoción.

– ¿Quién?

– No lo sé. Era un tío. No le había visto nunca.

– ¿Podrías identificarlo si vieras una fotografía?

– Tal vez -al ver la mirada incrédula de Stacy, se puso a la defensiva-. Estaba enfadado. Celoso. Pensé que Cassie se lo estaba follando. Me marché.

– ¿Lo llamó ella por su nombre? Piensa, Bobby. Es importante. La diferencia entre una condena por violación y una condena por asesinato es el resto de tu vida.

– No.

– ¿Estás seguro?

– ¡Sí, maldita sea!

– ¿Le has dicho esto a la policía?

– Sí -se encogió de hombros-. Pensaron que estaba mintiendo.

Así que no iban a molestarse en comprobarlo. Ya tenían a su hombre.

– ¿Era alto? ¿Bajo? ¿De estatura media?

– Entre mediano y alto.

– ¿Moreno o…?

– Llevaba un gorro.

– ¿Un gorro?

– Sí, un gorro negro, de punto, como los que lleva ese cantante de hip-hop, Eminem.

– ¿Llevaba algo en las manos?

Bobby contrajo la cara como si pensara.

– No.

– ¿Viste a César?

– ¿El chucho de Cassie? -asintió con la cabeza-. El muy mamón intentó mearse en mis zapatos.

César estaba suelto cuando Bobby estuvo allí. Cassie lo había encerrado después de que se marchara.

– ¿Tienes idea de qué clase de coche conducía ese tipo?

El sacudió la cabeza y ella maldijo para sus adentros. Genial.

– ¿Por qué me atacaste en la biblioteca?

– Porque estabas allí -dijo él con sencillez-. Y porque estaba cabreado contigo. Quería asustarte.

– Espero no haberte desilusionado mucho.

Bobby se miró las manos, las juntó y levantó después de la cara hacia ella. Sus ojos ardían lentamente, llenos de rabia.

– Será mejor para ti que no salga de aquí.

– Eso no me preocupa demasiado.

– Te crees muy lista, ¿eh? Muy dura -se inclinó hacia ella-. Si hubiera querido hacerte daño, te lo habría hecho. Si hubiera querido follarte, lo habría hecho, imbécil.

Stacy se levantó. Se puso con calma el asa del bolso sobre el hombro. Sabía que, cuanto más pareciera afectarla aquella sarta de inmundicias, más se crecería él.

Llegó a la puerta y miró hacia atrás.

– Si lo hubieras intentado, Bobby, te habría clavado el bolígrafo en un ojo. O te lo habría metido por el culo.

Salió de la prisión de Parish. El sol se derramó sobre ella. Aspiró profundamente, como si necesitara limpiarse de dentro afuera.

Bobby Gautreaux era una alimaña.

Pero ¿había matado a Cassie?

Podía haberlo hecho. Pero era muy posible que estuviera diciendo la verdad. Stacy cruzó el aparcamiento, abrió su todo terreno y montó. Hacía una semana que no visitaba su apartamento y suponía que era hora de ir a echarle un vistazo.

Lo primero que advirtió al llegar fue que el buzón estaba lleno a rebosar. Lo segundo, que las llamadas a su número fijo no habían sido desviadas a su móvil.

El piloto del contestador parpadeaba. Pulsó el botón de encendido y escuchó varias llamadas interrumpidas y algunos mensajes de su hermana y de su consejero académico.

– Stacy, soy el profesor McDougal. Estoy preocupado por ti. Llámame, por favor.

El profesor McDougal. Estupendo. Genial.

Se quedó mirando el contestador, a pesar de que sabía que, aunque se quedara mirándolo hasta Navidad, ello no alteraría el hecho de que la había cagado. ¿Cuándo era la última vez que había asistido a clase? El lunes tenía que entregar un trabajo. Apenas lo había empezado. ¿Cuál era, se preguntó, el último día para anular la matrícula sin penalización académica? Estaba segura de que ya se le había pasado el plazo.

Agotada de pronto, se frotó los ojos. Se acercó al sofá y se dejó caer en él. Recostó la cabeza contra el respaldo y cerró los párpados. No iba a aprobar su primer semestre en la universidad, y, si no aprobaba, no sería bienvenida al año siguiente. Incluso en el caso de que sus profesores estuvieran dispuestos a dejar que intentara ponerse al día, no tenía tiempo para dedicarse a estudiar. Encontrar al Conejo Blanco era prioritario. Proteger a Alicia, salvar a Kay. Vivir para ver el siguiente semestre.

O quizá lo cierto fuera que no tenía espíritu de estudiante.

Zumbó su móvil. A pesar de que una parte de ella quería hacer oídos sordos a la llamada, agarró el teléfono.

– Aquí Killian.

– Aquí Billie Bellini, súper espía.

Stacy se incorporó, espabilada al instante, y todos sus pensamientos acerca de la universidad se esfumaron de pronto.

– ¿Qué has descubierto?

– No hay ninguna persona desaparecida, pero creo que te interesará saber que el doctor Carlson consagraba su tiempo y sus capacidades profesionales a ayudar a los necesitados. Una vez por semana, atendía a las personas que le enviaban los asilos y albergues del pueblo.

Stacy comprendió dónde quería ir a parar Billie: la desaparición de un indigente no solía notificarse a las autoridades. No había ningún jefe que diera la voz de alarma, ni familia, ni amigos que buscaran a esas personas.

El dentista podía haber elegido a alguien con una complexión parecida a la de Danson y haber cambiado sus registros dentales. Después, Danson se habría encargado del resto.

Danson lo planea todo cuidadosamente. Deja una nota de suicidio. Carga su coche con propano. Se ofrece a llevar en coche al pobre diablo. O le incapacita. El cuerpo calcinado es identificado gracias a la dentadura.