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– ¿Te ha dicho algo Battard acerca de tu descubrimiento?

– Va a echar un vistazo al archivo de pacientes de Carlson y a sus cuentas bancarias. Volverá a abrir el caso oficialmente si encuentra algún indicio sospechoso -Billie parecía orgullosa de sí misma-. Se ha puesto en contacto con Malone, de la policía de Nueva Orleans, y ha prometido mantenernos informadas. Si Charles Richard Danson está vivo, lo atraparemos.

A Stacy le chocó aquel nombre. Frunció el ceño.

– ¿Cómo lo has llamado?

– Charles Richard Danson. Era su nombre completo, aunque todo el mundo lo llamaba Dick.

Charles Richard Danson.

Stacy se quedó paralizada mientras recordaba una conversación que había tenido con el tutor de Alicia acerca de su nombre. El había bromeado acerca de los nombres tan poco atractivos que le habían dado sus padres.

Clark Randolph Dunbar. Iniciales: C.R.D.

– Mierda -dijo Stacy-. Sé quién es.

– ¿Qué?

– Tengo que dejarte.

– No te atrevas a colgar hasta que me lo digas…

– Danson ha cometido un error fatal. El mismo que comete mucha gente que intenta esfumarse o inventarse una nueva identidad. Eligió un nombre con las mismas iniciales que el anterior. Es una debilidad humana. Un deseo de aferrarse al mismo pasado del que intentan escapar.

– ¿Y quién es? -preguntó Billie en voz baja, admirada.

– Clark Dunbar -dijo Stacy-. El tutor de Alicia.

Capítulo 54

Sábado, 19 de marzo de 2005

9:30 a.m.

Stacy cerró su móvil y se acercó a la puerta. Salió apresuradamente, cerró con llave y corrió a su coche, que había aparcado en la calle. Al verlo se detuvo y lanzó una maldición. La habían encajonado. El coche de delante y el de atrás se habían embutido en espacios demasiado pequeños, dejándole unos seis centímetros para maniobrar.

No era suficiente.

La casa de Leo estaba a poco menos de un kilómetro de allí. Podía llegar a pie en seis o siete minutos… y sin abollar ningún parachoques.

Echó a andar a toda prisa. Marcó a Malone. Él contestó enseguida.

– Malone.

– Investiga los antecedentes de Clark Dunbar, el tutor de Alicia -dijo ella.

– Hola, Killian. Estás un poco mandona esta mañana, ¿no?

– Hazlo.

Él adoptó un tono profesional.

– Ya hemos comprobado el NCIC. No tiene antecedentes.

– Da un paso más allá.

– ¿Qué está pasando?

– Clark Dunbar es el Conejo Blanco -un coche pasó a toda velocidad con las ventanillas bajadas, vomitando hip-hop-. No puedo contártelo ahora, pero confía en mí.

– ¿Dónde estás?

– Voy a casa de Leo. A pie -se detuvo ante un paso de cebra, miró en ambos sentidos y cruzó corriendo, ganándose un bocinado-. No preguntes. Avísame en cuanto sepas algo.

Colgó antes de que él contestara y marcó el número de móvil de Leo.

– Leo, soy Stacy. Creo que Clark es el Conejo Blanco. Si lo ves, mantente alejado de él. Llámame en cuanto recibas mensaje.

Luego llamó a la mansión. Contestó la señora Maitlin.

– Valerie, ¿han sabido algo de Clark?

– ¿Stacy? ¿Se encuentra bien? Parece…

– Estoy bien. ¿Han sabido algo de Clark?

– Está aquí.

A Stacy se le encogió el corazón.

– ¿Está ahí? Creía que se había ido de viaje el fin de semana.

– Sí. A mí también me sorprendió verlo. Dijo que había habido una confusión en su reserva o algo así. Espere un segundo.

Stacy oyó al fondo una voz de hombre y luego la respuesta de la asistenta. Un instante después, la señora Maitlin volvió a ponerse.

– Lo siento. ¿Qué me…?

Stacy la cortó.

– ¿Ése era Clark?

– No, era Troy.

– Valerie, esto es muy importante. ¿Dónde está Clark ahora mismo?

– Fuera. Con Alicia.

Dios, no. Cambió el semáforo y Stacy atajó hasta Esplanade atravesando a toda prisa el cruce entre City Park Avenue y Wisner Boulevard. A su izquierda quedaba City Park, con sus pistas de tenis y su campo de golf, sus estanques y el Museo de Arte de Nueva Orleans.

– ¿Y el policía? -preguntó-. ¿Sigue ahí?

– Sí, está fuera, en la puerta.

– Bien. Quiero que vaya a buscar a Alicia -dijo intentando modular la voz-. Dígale que la llaman por teléfono. No mencione mi nombre delante de Clark. ¿Me ha entendido?

– Sí, por supuesto.

– Cuando Alicia esté dentro, vaya a buscar al policía. Dígale que se quede junto a Alicia hasta que llegue yo.

– ¿Qué está pasando? -la señora Maitlin parecía angustiada-. ¿Cree que debo llamar…?

– Vaya a buscar a Alicia. Ahora mismo, Valerie.

Stacy oyó que dejaba el teléfono e iba en busca de la muchacha. Contó los segundos con el corazón atronándole los oídos mientras rezaba porque Dunbar no presintiera que andaba tras él y le hiciera daño a Alicia.

Justo cuando empezaba a sudar, Alicia se puso al teléfono.

– Stacy, ¿qué…?

– Es Clark, Alicia. El Conejo Blanco. La señora Maitlin ha ido a buscar al policía de la puerta, y yo estoy a dos manzanas de allí.

– ¿Clark? Eso no puede…

– Lo es -Alicia parecía aterrorizada-. No te muevas de ahí, ¿entendido? Hasta que entre el policía, finge que sigues hablando por teléfono.

Alicia dijo que sí. Stacy volvió a guardarse el teléfono y echó a correr. Todo tenía sentido. Clark tenía abiertas las puertas de la casa. Tenía acceso a todos los que habitaban en ella, conocía sus horarios y sus costumbres. Como tutor de Alicia, tenía también acceso a sus pensamientos y sus emociones. A su ordenador. Como amante de Kay, conocía los pensamientos más íntimos de aquella mujer.

La noche de su desaparición, Kay le había dejado entrar en la casa de invitados. Por eso no había indicio alguno de que hubieran forzado la entrada.

Hasta el dormitorio, cuando la había atacado. Hasta el momento en que ella se había dado cuenta de que no era quien decía ser.

Los había manipulado a todos. Con suma habilidad.

Pero eso era precisamente lo que hacía un maestro de juego.

Spencer y Tony llegaron a casa de los Noble un instante después que ella. Stacy los esperó ante la verja.

– Clark está aquí -dijo sin saludarlos. Les habló de su llamada a la mansión.

– Buen trabajo -dijo Tony.

– Gracias -miró a Spencer-. ¿Has averiguado algo sobre Dunbar?

– Clark Dunbar no existe. Es un farsante. No está registrado en el Departamento de Vehículos a Motor. ¿Cuánto te apuestas a que los Noble no se molestaron siquiera en comprobar sus referencias?

A Stacy nunca dejaba de asombrarla lo confiada que era la gente. Incluso personas con tanto que perder como los Noble.

– ¿Cómo lo has sabido?

– Por Billie. Se enteró de que el verdadero nombre de Danson no era Dick. Era Charles Richard Danson. ¿Adivináis por qué letra empieza el segundo nombre de Clark?

– Por R.

– Bingo. Billie también ha descubierto que el dentista asesinado que identificó a Danson por su dentadura ofrecía sus servicios a los pobres y los desfavorecidos.

– Los pobres y los desfavorecidos -repitió Spencer-. La clase de gente que puede desaparecer sin que nadie dé la voz de alarma.

– Este chico se merece un premio.

– Así que fingió su propia muerte, se hizo la cirugía estética para cambiar de apariencia y…

– Y vino a Nueva Orleans para vengarse de su antiguo socio y su ex novia.

Llegaron a la puerta, que, como siempre, les abrió la señora Maitlin. Alicia estaba a su lado, aferrándose a su brazo.

– Se ha ido -sollozó la señora Maitlin-. Cuando llamé a Alicia, se acercó a su coche, se montó y se fue. Me di cuenta de lo que había pasado y fui a buscar al agente Nolan, pero Clark ya se había ido.