Capítulo 56
Sábado, 19 de marzo de 2005
8:45 p.m.
Spencer hizo algo mejor que llamar a Stacy: fue a verla. Llamó al timbre.
Stacy contestó a la puerta tras un par de timbrazos. Spencer no estaba seguro, pero tenía la impresión de que había estado llorando.
– ¿No te has enterado? El juego ha acabado. Leo ha muerto.
El levantó una bolsa de comida para llevar.
– Me he pasado por el Subway. ¿Has comido?
– No tengo hambre.
– ¿Te apetece tener compañía?
– ¿Por qué no? -ella dio media vuelta y entró en la casa.
Spencer cerró la puerta a su espalda y la siguió.
Acabaron en la cocina. Él vio una botella de cerveza sobre la mesa. A su lado estaba la Glock.
Stacy se acercó a la nevera, sacó otra cerveza y se la dio.
– Gracias -Spencer quitó el tapón y dio un largo trago mientras veía a Stacy volver a la mesa y agarrar su botella-. Nada de esto es culpa tuya -dijo suavemente.
– ¿No? ¿Estás seguro? -en su voz vibraba una mezcla de dolor y rabia-. Leo ha muerto. Lo más probable es que Kay también esté muerta. Me contrataron para protegerlos. Y, si es así, Alicia… -se le quebró la voz-… ahora es huérfana. He hecho un buen trabajo, ¿no crees?
– Lo has hecho lo mejor que has podido.
– ¿Se supone que eso debe hacer que me sienta mejor? -cerró los puños-. Estaba justo delante de mis narices. Todo el tiempo estuvo…
Spencer se acercó a ella, la hizo levantarse y tomó su cara entre las manos.
– Estuvo todo el tiempo delante de las narices de todos. Tú eres la única que descubrió lo que estaba pasando.
Los ojos de Stacy se llenaron de lágrimas.
– Para lo que ha servido…
Intentaba con todas sus fuerzas dominarse. Concentrarse en su furia. Fingir que no sufría. Que no se sentía impotente.
Spencer le acarició las mejillas con los pulgares.
– Lo siento.
– Déjalo. Deja de mirarme así.
– Lo siento, Killian, no puedo.
Se inclinó y la besó. A ella le temblaron los labios. Spencer sintió el sabor salobre de sus lágrimas.
Ella apoyó las manos abiertas sobre su pecho.
– Déjalo -dijo otra vez-. No hagas que me sienta débil.
– Porque tienes que ser fuerte.
Ella levantó la barbilla.
– Sí.
– Para poder enfrentarte a los malos. Darles una patada en el culo, quizás incluso salvar el mundo.
Stacy se apartó de él.
– Creo que deberías irte.
– ¿Para que te quedes a solas con el señor Glock?
– Sí.
– Como quieras, Stacy. Si cambias de idea, tienes mi número.
Apuró su cerveza, recogió la bolsa de la comida y se fue. Se acercó al coche patrulla de la policía de Nueva Orleans que había aparcado enfrente del dúplex. Se inclinó y saludó a los agentes que había dentro.
– No le quiten ojo a la casa. Yo voy a dormir un par de horas y luego vuelvo.
Capítulo 57
Domingo, 20 de marzo de 2005
2:00 a.m.
Stacy se despertó sobresaltada. Se dio cuenta de que tenía mucho calor. De que estaba sudando. Paseó la mirada por la habitación a oscuras y la fijó en el dial iluminado del despertador.
Mientras cobraba conciencia de la hora que era, crujió la tarima.
No estaba sola.
Se dio la vuelta y echó mano de la pistola.
Pero no estaba allí.
– Hola, Stacy -Clark salió de entre las sombras con su Glock en la mano. Apuntándola-. ¿Sorprendida de verme?
Stacy se sentó apresuradamente, con el corazón atronándole en el pecho.
– Podría decirse así. Creía que alguien tan listo como tú se habría ido ya.
– ¿De veras? ¿Y dónde iba a ir? -exhaló un suspiro exasperado-. Todo iba muy bien hasta que tú metiste las narices en mis asuntos. ¡En mis asuntos!
Ella luchó por mantener la cabeza fría y el miedo a raya. Por respirar pausadamente y dominar los latidos de su corazón. Evaluó su posición. Nadie la oiría gritar. No tenía armas.
Sólo su ingenio.
No podía perderlo.
Él se acercó a la cama y se quedó allí de pie, apuntándole directamente entre los ojos.
Entre los ojos. Allí era donde, según le había dicho Spencer, había disparado a Leo.
– ¿Por qué lo has hecho? -preguntó-. ¿Por qué has arruinado así tu vida?
– ¿Qué vida? -le espetó él, casi escupiendo las palabras-. Estaba de deudas hasta el cuello. Los polis daban vueltas como buitres esperando a apoderarse de mis restos. Y mientras tanto Leo vivía como un rey. Era yo quien se merecía vivir así. ¡El me robó mis ideas! ¡Se negó a darme mi parte!
– Y Kay, ¿ella también te robó?
Él se echó a reír.
– No imaginas la satisfacción que me producía saber que me estaba follando a su mujer delante de sus narices.
Stacy se quedó mirándolo un momento, buscando algún parecido con el joven de la fotografía del anuario de Leo. No encontró ninguno.
– Ex mujer -puntualizó-. Creo que eso debería haber empañado un poco tu satisfacción.
Clark enrojeció. Iba a hacer su movimiento.
Stacy se giró hacia la derecha y echó mano del despertador, dispuesta a estrellárselo contra la cara. Pero no fue lo bastante rápida. Clark la agarró de la mano y apartó el reloj. Lo tiró a un lado; el reloj golpeó la pared y se hizo pedazos.
Un instante después, Clark estaba sobre ella, encañonándole la sien. Acercó la mano libre a su garganta.
– Podría matarte ahora mismo. Es muy fácil. Tengo la mano en tu cuello y la pistola en tu cabeza. Cuántas opciones.
– ¿Qué te detiene? -preguntó Stacy, a pesar de que ya lo sabía.
Clark quería alardear. Quería revivir sus hazañas a través de las reacciones de Stacy ante su relato.
Él no la decepcionó.
– Fue divertido. Verlos retorcerse. Envenenar la mente de Alicia. Alejarla poco a poco de sus padres. La trataban como un bebé. Yo se lo decía constantemente. Le recordaba que era más lista que ellos dos juntos. Que sólo pensaban en sí mismos, en sus necesidades.
Mientras hablaba, Stacy observaba su cara, la luz de sus ojos. Aquel hombre era un maníaco.
Así se lo dijo.
Él se echó a reír.
– Aquel día, cuando Kay y yo os sorprendimos a Leo y a ti -dijo-, nos partimos de risa después. Leo todavía la quería. A su manera retorcida. Pero pensaba en ella como si fuera de su propiedad. Le habría dado un ataque si se hubiera enterado de lo nuestro. Ella me lo dijo. Me lo contó todo.
– ¿Cuándo fue eso exactamente? ¿Antes de matarla? ¿O mientras la matabas?
– Te crees muy lista, pero no sabes una mierda -sonrió-. Tal vez deba enseñarte lo que puede hacer un hombre de verdad. Kay me dijo que yo era mucho mejor que Leo en la cama. Que él nunca la satisfizo como yo -su cuerpo la aplastó contra el suave colchón. Atrapándola. Asfixiándola-. Podría hacer lo mismo por ti.
Stacy luchó por respirar y procuró refrenar el impulso de defenderse. Si forcejeaba, sólo conseguiría obligarlo a actuar. Contó en silencio cada aspiración hasta llegar a diez y luego intentó otra táctica.
– Estabas enfadado -dijo en tono neutro-. Furioso con Leo. Y con Kay. Decidiste usar el mismo juego que Leo te robó para vengarte de él. Para matarlo y salirte con la tuya.
El se echó a reír desdeñosamente.
– Zorra estúpida, yo no soy el Conejo Blanco.
Dadas las circunstancias, su afirmación pilló a Stacy por sorpresa. Clark lo notó y la miró con lascivia.
– El Conejo Blanco es tu querido Leo. Fue él quien montó todo ese asunto del Conejo Blanco para matar a Kay y escurrir el bulto. Porque ella se lleva la mitad de todo. La mitad que debería haber sido mía. El muy cabrón quería más, así que decidió librarse de ella. Kay me dijo que le tenía miedo -continuó-. Me dijo que temía que fuera él quien estaba detrás de esas notas. Que quizá le hiciera daño. Por el dinero.