– Sí.
– Y consiguió enredar a Troy.
– Sí.
Stacy sacudió la cabeza. Aquello le dolía. No quería que fuera cierto. No quería que Alicia fuera esa persona.
Spencer se quedó callado un momento.
– ¿De veras crees que una adolescente de dieciséis años ha podido montar todo ese tinglado?
– Alicia no es una adolescente cualquiera. Es un genio. Una jugadora experimentada. Una estratega brillante.
Soy más listo que ellos dos juntos. ¿Te ha dicho eso él?
– Siempre se esforzaba en decirme lo lista que era. Estaba muy orgullosa de su coeficiente intelectual. Muy pagada de sí misma, en realidad.
Él se pasó la mano por la mandíbula.
– Pero ¿por qué iba a hacerlo, Stacy? ¿Por dinero? Estamos hablando de sus padres, por el amor de Dios.
– El dinero era secundario. Quería ser libre. Sentía que se lo merecía. Ellos intentaban retenerla. La protegían demasiado. Ella misma lo decía. No querían que fuera a la universidad, insistían en que recibiera clases particulares.
– Tú las oíste pelearse, viste que Kay intentaba matarla.
Stacy sacudió la cabeza.
– No, yo las vi forcejear. Oí que Alicia la acusaba a gritos de ser una asesina.
– Lo cual confirmó lo que ya creías.
– Sí -Stacy se pasó una mano por el pelo enredado-. Lo más probable es que Kay estuviera intentando averiguar qué demonios estaba pasando. Intentando calmar a Alicia, hacerla entrar en razón. ¿Por qué no me he dado cuenta hasta ahora?
– Si es que es cierto.
Stacy lo miró a los ojos con determinación.
– Lo es.
– Vas a necesitar pruebas. Algo más que pillarla en una mentira basada en un recuerdo que te asaltó mientras dormías.
Ella se echó a reír, pero su risa sonó crispada. Furiosa.
– No voy a permitir que se salga con la suya.
– ¿Y qué vas a hacer, heroína?
Capítulo 66
Viernes, 15 de abril de 2005
10:30 a.m.
Alicia y su tía se hospedaban en una suite del hotel Milton, en Kiverwalk. Stacy, que se había mantenido en contacto con ellas, le había dicho a la mayor de las dos que pensaba ir a hacerles una visita, de modo que Grace no se extrañó al verla.
Le abrió la puerta con una sonrisa.
– Stacy, qué amable has sido al venir.
– Le he traído un regalo, uno de sus favoritos -levantó un vaso de moccaccino granizado-.Tamaño gigante.
– Eso le gustará -murmuró Grace-. Apenas ha salido de la habitación. Sólo para comer y cuando vienen las camareras a arreglar la habitación -se le llenaron los ojos de lágrimas-. Es horrible. Debe de sentirse tan sola… Y tan traicionada…
Stacy habría descrito las emociones de Alicia más bien como satisfacción y euforia, pero se mordió la lengua. De momento.
– Odio dejarla sola -dijo Grace-, pero estoy intentando embalar todas las cosas de Leo y… -se le cerró la garganta.
Stacy sintió lástima por ella: había perdido a su único hermano. Y estaba a punto de descubrir que quien lo había matado era su propia hija.
– Está teniendo una mañana espantosa -añadió Grace-. No sé qué hacer para animarla.
Stacy le apretó la mano mientras intentaba refrenar la ira que se iba apoderando de ella. Para Alicia, todo era un gran juego. La gente, sus emociones. Sus vidas. Una enorme competición que ganar.
Grace se acercó a la puerta del cuarto de Alicia y llamó.
– Alicia, cariño, Stacy Killian ha venido a verte.
Al cabo de un momento, la muchacha salió de la habitación, Tenía el aspecto de quien había hecho un viaje de ida y vuelta al infierno. Estaba tan demacrada que Stacy experimentó un instante de duda.
¿Se habría equivocado? ¿Sería nuevo el ordenador de Leo? ¿Sería sencillamente que Alicia no lo sabía, que había cometido un error?
No. No se equivocaba. Alicia había orquestado todo aquello, había planeado a sangre fría la muerte de sus padres.
Stacy compuso una sonrisa preocupada.
– ¿Cómo estás?
– Voy tirando.
– Te he traído un moccaccino.
– Gracias.
– Alicia, cariño, voy a ir a ver a los de la mudanza. ¿Te importa quedarte sola una hora o dos?
– Yo me quedaré con ella -dijo Stacy-. No te preocupes por nada.
Grace aguardó la confirmación de Alicia, que asintió con la cabeza. Se marchó y Stacy estuvo charlando un rato con la muchacha, hasta que estuvo segura de que Grace no regresaría inesperadamente.
Entonces se encaró con Alicia.
– Está bien, corta el rollo, ¿vale? Ahora sólo estamos tú y yo.
Los ojos de la muchacha se agrandaron.
– ¿De qué estás hablando, Stacy?
Ella se inclinó hacia delante.
– Lo sé, Alicia. Fuiste tú quien lo planeó todo. La culpable eres tú.
Alicia se dispuso a negarlo, pero Stacy la cortó.
– Eres brillante. Ellos pretendían retenerte. Te trataban como un bebé. Debiste pensar: “¿cómo se atreven?”. A fin de cuentas, eras más lista que ellos. ¿Verdad? ¿O eso también te lo inventaste?
– Sí -dijo ella con suavidad-. Soy más lista de lo que lo eran ellos. Demasiado lista para dejarme engañar por esto.
– ¿Por qué?
– Por tu patético intento de atraparme. Dame tu móvil.
– Mi móvil, ¿para qué? -preguntó Stacy, aunque era consciente de que había utilizado una llamada abierta del móvil para atrapar al hombre que había intentando matar a Jane.
– Porque lo sé todo sobre ti, por eso. Todo lo que has hecho. Yo hago mis deberes.
Stacy le lanzó el teléfono.
Ella lo agarró, lo miró y luego miró a los ojos a Stacy.
– Muy lista. Pero no lo suficiente.
Apretó el botón de fin de llamada y volvió a lanzárselo a Stacy.
– ¿Quién estaba al otro lado de la línea? ¿Spencer Malone y su compañero el gordinflón?
Stacy mantuvo el tipo.
– ¿Cómo lo sabías?
– Ya has usado ese truco antes. Cuando tu compañero intentó matar a tu hermana. Ya te he dicho que hago mis deberes.
– Bueno, ahora sí que estamos sólo tú y yo.
Alicia sonrió.
– Tú me has preguntado, ahora me toca a mí. ¿Qué me delató?
– Mentiste. Sobre el ordenador de tu padre. Leo tenía un portátil Apple.
Ella asintió con la cabeza.
– Lamenté esa mentira en cuanto salió de mis labios. Me preguntaba si te darías cuenta.
– Pues me he dado cuenta.
Alicia se encogió de hombros.
– Menuda cosa. Para lo que va a servirte. ¿No habría sido mejor seguir pensando que me salvaste la vida?
– La verdad es siempre mejor que la mentira.
Alicia se echó a reír. Su expresión se había transformado.
– Se suponía que mamá tenía que morir esa noche en Belle Chere. Igual que tú. Tu amigo Malone lo echó todo a perder.
– Por suerte para mí.
– Intenté librarme de él varias veces, pero era demasiado estúpido para darse por vencido, o demasiado afortunado, quizá.
– ¿Librarte de él? ¿Cómo?
– Llamadas anónimas al Departamento de Policía de Nueva Orleans. Había involucrado a una civil en una investigación oficial.
– Eres una niñata muy lista. Toda cerebro, sin alma ni corazón. Igual que un personaje de Conejo Blanco.
Alicia dio un respingo.
– Necesitaba ser libre. Me lo merecía. Era ridículo cómo intentaban controlarme. Yo debería haberlos controlado a ellos.
– ¿Y eso por qué? Eran adultos y tú su hija.
– Pero no eran mis iguales. Les daba mil vueltas a los dos.
– Así que ideaste un plan y ensamblaste cada pieza con todo cuidado hasta formar un cuadro impecable.
– Gracias -hizo una pequeña reverencia-. ¿Lo ves? Debería haber ido a la universidad hace tres años. Pero él se negaba. Y ella se ponía de su parte. Siempre lo hacía, hasta cuando se divorciaron. Así que me obligaban a soportar a esos estúpidos tutores.