Walwyn prosiguió:
– Permitidme presentaros a mi esposa, Hettie. Nos casamos hace más de un año, pero confieso que todavía tengo pendiente difundir la noticia entre la familia. -Hizo una inclinación de cabeza a Gyles, sonriendo afablemente, y miró luego a la multitud que poblaba el salón de baile-. Parece que esta noche me brindará la ocasión perfecta.
– Estoy tan complacida de que hayan podido unirse a nosotros… -Francesca sonrió a Hettie y se estrecharon la mano-. Viven ustedes en Greenwich, según tengo entendido.
– Sí. -Enderezándose tras su reverencia, Hettie lanzó una mirada a Walwyn. Tenía una voz dulce y suave-. Walwyn es conservador del nuevo museo local.
Walwyn ofreció su mano a Gyles.
– Tema marítimo, ya sabéis…
Gyles tomó la mano de Walwyn y se la estrechó.
– ¿Ah, sí?
Se habían equivocado… en un cierto número de puntos. Gyles dedicó unos minutos a charlar con Walwyn; los suficientes para convencerse, más allá de toda duda razonable. Walwyn era totalmente ajeno a los atentados contra Francesca. Los años de vida dura habían despojado a Walwyn de la menor capacidad para el fingimiento: el hombre era transparente como el cristal. Y estaba perdidamente enamorado de su esposa. Gyles reconoció los síntomas. Donde ni su familia ni la sociedad habían tenido el poder de reformar a Walwyn, el amor, bajo el aspecto de la dulce Hettie, había triunfado.
El sentimiento de culpa (¿o fue la camaradería?) impulsó a Gyles a llamar a Osbert. Le presentó a Walwyn y a su esposa y le encargó que les diera un paseo y les presentara a su madre y otros miembros del clan.
Osbert estuvo encantado de ser de utilidad. Mientras colocaba con gesto protector la mano de su esposa en el pliegue de su brazo, Walwyn captó la mirada de Gyles, y su sentimiento de gratitud era evidente.
Viéndoles bajar por las escaleras, Gyles sacudió para sus adentros la cabeza. Qué idiotas habían sido al no mencionar su búsqueda a sus mujeres. Una simple pregunta a Francesca, Henni o incluso a Honoria habría producido sus resultados hacía una semana.
– ¿Gyles?
Se giró, sonrió y saludó a otro Rawlings.
A su lado, Francesca sonreía y enamoraba, asombrada en su fuero interno. Intrigada. Se había embarcado en sus planes de reunificar a la familia Rawlings por cierto sentido del deber, por la sensación de que, en tanto que condesa de Gyles, era lo que le correspondía hacer. Ahora que había tenido éxito, era a todas luces evidente que la noche estaba generando algo considerablemente más profundo y potente que la conversación sociable.
El sentimiento de familia, redescubierto para algunos, nuevo para otros, incluida ella, estaba surgiendo en forma de una marea tangible que barría la estancia. Una marea en la que sus huéspedes se zambullían y a la que contribuían con un entusiasmo que era una recompensa en sí mismo.
– Venid. Bajemos.
Los últimos de la larga hilera habían desfilado por fin. Francesca miró a Gyles, guapo a rabiar a su lado. Con una sonrisa, posó la mano en su manga; descendieron juntos para unirse a los invitados: su familia.
Algunos les vieron y se giraron; otros imitaron a éstos. Ella vio sus sonrisas, les vio levantar las manos.
Hubo de reprimir las lágrimas cuando un aplauso espontáneo recorrió la habitación.
Sonrió, graciosamente jubilosa, para todos ellos; luego miró a Gyles, y vio en sus ojos un orgullo manifiesto.
Llegaron a la pista del salón de baile y él alzó la mano de ella y le rozó los dedos con sus labios.
– Son vuestros. -Le sostuvo la mirada-. Como lo soy yo.
Se les acercaron otros y hubieron de darse la vuelta. Más tarde, con una mirada compartida y una inclinación de cabeza, Gyles se separó de su lado. Pero su triunfo aún duró; fue creciendo a medida que la velada avanzaba, como ella, lady Elizabeth y Henni habían deseado, con un aire ligero y festivo.
Gyles se estuvo moviendo entre la multitud, charlando desenfadadamente y recibiendo incontables cumplidos a cuenta de su exquisita esposa. Finalmente, encontró a Horace, y luego a Henni, y les avisó de la presencia de Walwyn y de su descargo.
Diablo torció el gesto.
– De forma que ahora la cuestión es: si no Walwyn, ¿quién, entonces?
– Precisamente. -Gyles miro a su alrededor-. Por más que me esfuerce, no consigo convencerme de que ninguno de los aquí presentes esta noche pueda desearnos daño alguno ni a Francesca ni a mí.
– ¿Ninguna mirada aviesa, ningún gesto de reproche?
– Ni una ni media. Todos parecen alegrarse sinceramente de vernos.
Diablo asintió.
– He estado escuchando y observando, y estoy de acuerdo: no he captado la más mínima muestra de descontento, ni mucho menos de animadversión.
– Eso es lo que echo en falta. No hay ni el menor tufillo de malevolencia.
Diablo iba a asentir, pero se echó a reír y dio a Gyles una palmada en el hombro.
– Lo nuestro es empecinamiento. Aquí nos tienes, fastidiados porque no tenemos a mano a un dragón al que derrotar.
Gyles sonrió.
– Cierto. -Miró a Diablo-. Sospecho que, al menos por esta noche, haríamos mejor en olvidarnos del problema y disfrutar.
Diablo había encontrado a Honoria. Los estaba observando, entre la multitud.
– Y si no lo hacemos, sólo conseguiremos que nos sometan a un interrogatorio severo.
– Eso además. Nos reunimos mañana y vemos en qué punto estamos.
Se separaron, Diablo para cruzar la habitación y reunirse con Honoria, y Gyles para dar vueltas hasta encontrarse al lado de Francesca. Estaba de pie junto a ella, consciente de su orgullo y de algo más primario, cuando Charles, que había llegado a última hora, se acercó a presentarles sus respetos.
– He venido solo. -Sonrió a Francesca-. Esto no va con Franni, como sabéis, pero yo no podía perderme la ocasión.
– Estoy muy contenta de que haya venido. -Francesca le apretó la mano-. ¿Está bien Ester?
– Se ha quedado con Franni, desde luego.
– ¿Y Franni?
A Charles se le ensombrecieron los ojos.
– Está… Bueno, es difícil decirlo. Su comportamiento es errático…, problemático. -Forzó una sonrisa-. Pero en términos generales, sí, está bien.
Una dama abordó a Francesca; con una última sonrisa para Charles, hubo de dejarles.
Charles se puso al lado de Gyles.
– Ha venido una cantidad considerable de gente. Debéis estar satisfecho.
– Desde luego; Francesca ha obrado maravillas.
– Siempre supe que lo haría.
– Recuerdo, en efecto, que estaba usted muy seguro de sus capacidades. Por eso, y por su sabio consejo en agosto pasado, cuenta con mi gratitud imperecedera.
– Oh, bueno. -Charles observó a Francesca-. Tengo la impresión de que se hizo la elección acertada, de todas todas.
Gyles casi pudo escuchar al destino carcajeándose.
Charles se volvió hacia él.
– Espero que comprendáis que no pueda quedarme mucho rato. Regresamos a Hampshire pasado mañana, así que mañana será un día muy atareado.
Gyles sintió una punzada de alivio. Le tendió la mano.
– Le deseo ahora que usted, Ester y Franni tengan un buen viaje, por si acaso no les veo antes de irse. Pero ya que está aquí, aproveche para conocer a algunos de los demás.
– Lo haré. -Charles le soltó la mano, se despidió de Francesca y se perdió entre la multitud.
Gyles observó como se alejaba. Charles le gustaba, le había gustado desde un principio, pero se alegraba de saber que Franni abandonaría Londres en breve, de que, en cuestión de días, se encontraría de nuevo oculta en lo más profundo de Hampshire. Entendía ahora el deseo de Charles de llevar una vida tranquila, apartado de las miradas del mundo elegante. Protegido de ese mundo, de los murmullos, de ser señalado con el dedo.
La sociedad no era piadosa para con las personas como Franni. Gyles comprendía la postura de Charles y lo respetaba por eso.