Claro que eso significaría confesarle que la credencial era falsa, que la búsqueda no había sido ordenada por la Conservaduría General, sino idea suya, e, inevitablemente, hablar del resto. El resto era la colección de personas famosas, el miedo a las alturas, los papeles ennegrecidos, las telas de araña, los estantes monótonos de los vivos, el caos de los muertos, el moho, el polvo, el desánimo, y por fin, la ficha que por alguna razón llegó agarrada a las otras, Para que no se olviden de ella, y el nombre, El nombre de la niña que aquí llevo, recordó, y sólo porque remolinos de agua seguían cayendo del cielo, no sacó el retrato del bolsillo para mirarlo. Si alguna vez se decidiese a contar a alguien cómo es la Conservaduría General por dentro, sería a la señora del entresuelo derecha. Es un asunto que el tiempo resolverá, decidió don José. En ese preciso instante el tiempo le trajo el autobús que le llevaría hasta cerca de su casa, con mucha gente mojada dentro, hombres y mujeres de edades y figuras varias, unos jóvenes, otros viejos, unos más acá, otros más allá. La Conservaduría General del Registro Civil los conocía a todos, sabía cómo se llamaban, dónde habían nacido y de quién, les contaba y les descontaba los días uno a uno, aquella mujer, por ejemplo, de ojos cerrados, aquella que lleva la cabeza apoyada en el vidrio de la ventana, debe de tener qué, treinta y cinco, treinta y seis años, fue suficiente para que don José diese alas a la imaginación, y si es ésta la mujer que busco, imposible no se puede decir que sea, la vida está llena de personas desconocidas, pero hay que resignarse, no podemos ir por ahí preguntándole a toda la gente, Cómo se llama, y después sacar la ficha del bolsillo para ver si aquella persona es la que queremos. Dos paradas más tarde salió, después se detuvo en la acera esperando que el autobús siguiese su viaje, seguramente quería cruzar la calle, y, como no llevaba paraguas, don José pudo verle la cara de frente a pesar de las gotillas que se agarraban a los cristales, hubo un momento en que, acaso impaciente porque el autobús tardaba en arrancar, ella levantó la cabeza y las miradas se encontraron. Así se quedaron hasta que el autobús se puso en marcha, continuaron así mientras pudieron verse, don José estirando y volviendo el cuello, la mujer siguiendo desde la calle el movimiento, ella, por ventura, preguntándose, Quién será éste, él respondiéndose, Es ella.
Entre la parada donde don José debía apearse y la Conservaduría General, atención muy loable de los servicios de transportes para con las personas que necesitaban arreglar sus papeles en el Registro Civil, la distancia no era grande. A pesar de eso, don José entró en casa mojado de arriba abajo. Se quitó rápidamente la gabardina, se mudó de pantalones, calcetines y zapatos, se frotó con una toalla el pelo que le chorreaba, y mientras hacía todo esto proseguía en su diálogo interior, Es ella, No es ella, Podía ser, Podía ser, pero no era, Y si era, Lo sabrás cuando encuentres a la de la ficha, Si fuera ella, le diré que ya nos conocíamos, que nos vimos en el autobús, No se acordará, Si no tardo mucho en encontrarla, seguro que se acuerda, Pero tú no quieres encontrarla en poco tiempo, quizá ni en mucho, si realmente lo quisieses habrías buscado el nombre en la guía telefónica, por ahí es por donde se empieza, No se me ocurrió, La guía está ahí dentro, No me apetece entrar ahora en la Conservaduría, Tienes miedo de lo oscuro, No tengo ningún miedo, conozco aquella oscuridad como la palma de mi mano, Di mejor que ni la palma de tu mano conoces, Si es eso lo que piensas, déjame en mi ignorancia, también los pájaros cantan y no saben por qué, Estás lírico, Estoy triste, Con la vida que llevas, es natural, Imagínate que la mujer del autobús fuera de verdad la de la ficha, imagínate que no la vuelvo a encontrar que aquélla era la única ocasión, que el destino estaba allí y lo dejé marchar, Sólo tienes una manera de salvar la situación, Cuál, Hacer lo que te dijo la inquilina del entresuelo derecha, la vieja, Más tiento con la lengua, por favor, Es vieja, Es una señora de edad, Déjate de hipocresías, edad tenemos todos, la cuestión está en saber cuánta, si es poca, se es joven, si es mucha, se es viejo, lo demás es cháchara, Acabemos con esto, Pues acabemos, Voy a mirar la guía, Es lo que te estoy diciendo desde hace media hora. En pijama y zapatilla, envuelto en una manta, don José entró en la Conservaduría. La insólita indumentaria le provocaba un cierto malestar, como si le perdiera el respecto a los venerables archivos, aquella eterna luz amarilla que, como un sol moribundo, flotaba sobre el escritorio del conservador. La guía está allí, en una esquina de la mesa, no estaba permitido consultarla sin permiso, incluso tratándose de una llamada oficial, y ahora don José, como ya hiciera antes, podría sentarse en el sillón, es verdad que lo hizo una sola vez, en un momento sin par que le pareció de triunfo y de gloria, pero ahora no se atrevía, tal vez por lo impropio de la vestimenta, por el temor absurdo de que alguien lo sorprendiese con aquella pinta, y quién podría ser, si nunca un ser vivo, a no ser él, por aquí anduvo fuera de las horas de servicio.