Waldstein se inclinó hacia Elszabet; era un hombre alto y delgado, de unos cuarenta años, que estaba empezando a perder el cabello. La mujer sabía que cuando encogía los hombros de esa manera era un gesto de preocupación, de protección, quizás de protección excesiva. Viniendo de él, no le importaba mucho.
—El piel roja te hirió también, ¿no, Elszabet? —preguntó Waldstein.
Ella se encogió de hombros.
—Me dio con un codo en la boca, más o menos accidentalmente. Nada roto. No voy a presentar cargos.
—Loco bastardo… —Waldstein torció el rostro—. Debe de haberse salido de sus casillas para golpearte. Puedo comprender que atacara a Lansford, pero… ¿a ti, cuando tú eres la que se sienta a su lado noche tras noche a escucharle lloriquear sobre sus martirizados ancestros?
—¿Tengo que recordaros que todas esas personas están locas? —intervino Dante—. Por eso están aquí. No podemos esperar que se comporten racionalmente. Además, Nick Doble Arcoiris no recuerda lo bien que Elszabet se porta con él, lo sabes. Esos hechos le han sido borrados.
—No es excusa —dijo Waldstein agriamente—. Todos tenemos antepasados martirizados. Que le den por el culo a él y a sus ancestros. Creo que ni siquiera es el sioux que dice ser.
Elszabet miró a Waldstein con tristeza. Le gustaba pensar que era genial y agradable, incluso travieso; pero tenía una asombrosa capacidad para indignarse por lo irrelevante. Una vez empezaba, era capaz de seguir con lo mismo por largo rato.
—Es un fraude —decía Waldstein—. Un timador, como el dulce Eddie Ferguson. ¡Nick Doble Arcoiris! Apuesto a que su nombre es Joe Smith. Seguro que ni siquiera está loco. Éste es un hermoso lugar de descanso, ¿no? Con todos esos bosques alrededor, podría ser que…
—Bill.
—Te golpeó, ¿no?
—Está bien. Está bien. Se nos hace tarde, Bill.
Quería frotarse la mandíbula herida, pero temía que eso desatara otro estallido de ira en él. Todo habría sido más simple, pensó, si no hubiera rechazado a Waldstein cuando le hizo aquella repentina —pero no del todo impredecible— proposición, unos cuantos años antes. No lo había dejado continuar. Si lo hubiera hecho, al menos ahora no tendría que soportar su tediosa caballerosidad todo el tiempo. Pero luego pensó que eso tampoco habría vuelto las cosas más fáciles. Ni entonces, ni en ningún otro momento.
Elszabet conectó el pequeño magnetófono colocado delante de ella.
—Vamos a empezar, muchachos, ¿de acuerdo? Reunión mensual del staff. Viernes veintisiete de julio de dos mil ciento tres. Preside Elszabet Lewis. Asisten los doctores Waldstein, Robinson, Patel y la señorita Corelli. Son las once veintiuno. En vez de comenzar con el informe habitual, me gustaría abrir la sesión discutiendo el problema que nos ha ocupado en los últimos seis días. Me refiero a los sueños repetitivos de carácter… digamos fantástico, que nuestros pacientes parecen estar experimentando. Le he pedido al doctor Robinson que prepare un resumen general. ¿Dan?
Robinson dejó escapar una brillante sonrisa, se echó hacia atrás y cruzó las piernas. Era el psiquiatra más antiguo del Centro, un hombre larguirucho con la piel de color café, muy capaz, siempre relajado. Era, en verdad, el hombre de modales sutiles que Bill Waldstein creía ser. Era también posiblemente el miembro más relevante del staff de Elszabet.
Robinson colocó la mano sobre la cápsula mnemónica que tenía delante, la activó y esperó un momento para recibir los datos. Entonces colocó el pequeño artilugio a un lado y comenzó a hablar.
—Muy bien. Hemos empezado a llamarlos los «sueños espaciales». Lo que encontramos, bien sea por informe directo de los pacientes o por lo que descubrimos a través del barrido diario de memorias, es un modelo de vividos sueños visionarios, en un espectro muy amplio. El primero de ellos vino de la mujer sintética Aleluya CXI 133, que en la noche del diecisiete de julio experimentó la visión de un planeta (ella lo identificó como planeta en su consulta conmigo a la mañana siguiente), con un denso cielo verde, pesada atmósfera verde y habitantes de forma alienígena, cristalinos en su textura y extremadamente alargados en su estructura corporal. Entonces, en la noche del diecinueve de julio, el padre James Christie experimentó la visión de un escenario cosmológico más elaborado, un grupo de soles de diversos colores visibles simultáneamente en el cielo, y una figura imponente, de naturaleza aparentemente extraterrestre, visible en primer plano.
»Por su educación clerical, el padre Christie interpretó su sueño como una visión de la divinidad, y consideró al ser alienígena como Dios, obteniendo como resultado una considerable perturbación emocional. Informó de su experiencia a la doctora Lewis a la mañana siguiente… bastante reluctantemente, añadiría yo. He llamado al sueño del padre Christie el sueño de los Nueve Soles, y al de Aleluya el sueño del Mundo Verde.
Robinson hizo una pausa y miró alrededor. La habitación estaba muy tranquila.
—Bien. En la noche del diecinueve de julio, Aleluya tuvo un segundo sueño espacial. Éste envolvía a un sistema de doble estrella, un gran sol rojo y uno azul más pequeño, que parece ser lo que los astrónomos llaman una estrella variable, porque tiene una producción de energía de tipo pulsátil. Este sueño también estaba relacionado con una figura extraterrestre de gran tamaño, un ser con cornamenta que permanecía sobre un monolito de piedra blanca. Llamo a este sueño el sueño de la Doble Estrella. Es posible que Aleluya haya tenido este sueño varias veces; se ha vuelto un poco evasiva con respecto a la materia.
Robinson se detuvo de nuevo.
—El asunto se vuelve interesante en la noche del veinte de julio, cuando Tomás Menéndez experimentó también el sueño de la Doble Estrella.
—¿El mismo sueño? —preguntó Bill Waldstein.
—Coincidía en cada detalle. Tenemos los datos del barrido de memorias de cada uno de ellos. Por supuesto, no hay registros visuales, pero tenemos exactamente las mismas curvas de adrenalina, las mismas fluctuaciones REM, las mismas ondas alfa. Creo que está generalmente aceptado que estas cosas se hallan íntimamente relacionadas con la actividad de los sueños, y me gustaría postular que sueños idénticos generan idénticas curvas de respuesta.
Robinson miró interrogativamente a Waldstein.
—Aceptaría que curvas idénticas significaran sueños idénticos —dijo éste—, si pudiera encontrar sueños idénticos. Pero… ¿quién los tiene? ¿Hay algún registro bibliográfico sobre una cosa así?
—En experiencia visionaria sí —dijo tranquilamente Naresh Patel—. Hay un cierto número de ejemplos de casos donde la misma visión fue recibida por un grupo de…
—No me refiero al Upanishad, o a las Revelaciones. Quiero decir registros documentados por observadores civilizados, trabajo clínico contemporáneo, del siglo veinte o posterior.
Patel suspiró, sonrió y mostró las palmas de sus manos vacías.
—Esperad —dijo Dan Robinson—. Hay más. Tenemos un cuarto sueño, que llamo el sueño de la Esfera de Luz, donde el cielo es un globo de radiación total y no hay signos evidentes de hechos astronómicos a causa del alto nivel de iluminación. Figuras extremadamente complejas se ven recortadas contra este paisaje; parecen ser formas de vida inusitadamente intrincadas, con gran cantidad de miembros y apéndices, tan complicados que nuestros pacientes tienen problemas para describirlos en detalle. Hasta el momento, el sueño de la Esfera de Luz ha sido experimentado por estos pacientes: Nick Doble Arcoiris el veintidós de julio, Tomás Menéndez el veintitrés de julio, April Cranshaw el veinticuatro. El padre Christie experimentó el sueño de la Estrella Doble el veinticuatro de julio. Una vez más, lo interpretó como una manifestación divina: Dios con otro disfraz, el ser cornudo. Con esto, tres de nuestros pacientes han tenido hasta el momento el mismo sueño. El Mundo Verde se manifestó a Philippa Bruce el veinticinco. Anoche alcanzó a Martin Clare. Así pues, también hay tres que sueñan con el Mundo Verde.