—Cuatro —dijo Elszabet—. Acabo de constatar que Nick Doble Arcoiris lo tuvo anoche.
—Ésta no es la lista completa. Hay una epidemia de sueños espaciales; nos informan de ellos por todo el Centro. Todos los tienen, excepto Ed Ferguson, me parece. Creo que es el único paciente que no ha dicho una palabra sobre ellos a ningún terapeuta.
—¿Ése no es el tipo convicto por vender parcelas en otros planetas? —preguntó Dante Corelli.
—Planetas de otras estrellas, nada menos —dijo Bill Waldstein.
—Es irónico que sea él precisamente el único que no visita otros mundos cuando está dormido —dijo Dante.
—A no ser que esté ocultando sus sueños —sugirió Dan Robinson—. Con él, eso es siempre una posibilidad. Se resiste a la terapia de un modo salvaje.
—Creo que debe de tener un registro de algún tipo —comentó Waldstein—. El tratamiento no parece operar limpiamente en su caso. Hay siempre una continuidad que no debería existir.
—Por favor —dijo Elszabet—, nos estamos saliendo del tema. Dan, ¿dices que hay otros sueños espaciales en tu lista?
—Un par de ellos. Hasta el momento los informes son fragmentarios, y por ahora preferiría no tenerlos en cuenta. Pero creo que hemos alcanzado el punto básico.
—De acuerdo —coincidió Elszabet—. Tenemos un misterio aquí. Un fenómeno. ¿Cómo tratamos con él?
—Obviamente se están contando los sueños unos a otros —dijo Bill Waldstein.
—¿Eso crees? —preguntó Dan Robinson, alarmado.
—Obviamente es eso. Están intentando jugárnosla. Nos ven como sus enemigos. Así que se ponen de acuerdo y se cuentan lo que sueñan para liarnos.
—Todos pasan por el tratamiento de barrido de memorias —dijo Naresh Patel—. Entonces los sueños desaparecen. ¿Acaso se reúnen al amanecer antes de bajar a la terapia para ponerse de acuerdo?
—Aleluya no parece perder siempre sus sueños con el barrido —dijo Dan Robinson.
Patel asintió.
—Sabemos que eso es un problema, la retención de los sueños de la mujer sintética. Pero, ¿y los otros? Sospechamos que Ferguson tiene oculta una fuente de datos en alguna parte, pero es el único que no informa sobre sueños de ningún tipo. Seguramente el padre Christie no estará metido en ningún tipo de engaño, y…
—Naresh tiene razón respecto al padre —dijo Elszabet—. Sus sueños son reales. Pondría la mano en el fuego por él.
—¿Telepatía? —dijo Dante.
—Nunca hubo ni la menor sombra de evidencia —dijo Bill Waldstein.
—Quizá la tengamos ahora —intervino Dan Robinson—. Hay algún tipo de… comunión entre ellos. Quizá incluso fuera un fenómeno provocado por el barrido, un efecto secundario del proceso.
—Mierda, Dan… ¿Qué clase de loca especulación es ésa? —preguntó Waldstein.
—Especulación pura y simple. Estamos suponiendo y nada más, ¿no?—replicó Robinson suavemente—. ¿Quién sabe qué demonios pasa aquí?Pero si combinamos toda clase de ideas…
—No estoy convencido de que eso funcione. Necesitamos una verificación fiable para eliminar la posibilidad de una confabulación por parte de los pacientes. Sólo después de eso puedes hablarnos de sueños coincidentes, ¿de acuerdo?
—Absolutamente. No voy a discutir eso.
—Necesitamos más datos —dijo Patel—. Tenemos que averiguar todo lo que podamos sobre este tema, ¿no lo cree así, doctor Waldstein?
Waldstein asintió, no del todo seguro.
—Si realmente está sucediendo, necesitamos explicarlo. Si es un fraude, tenemos que controlarlo. Más datos. Sí.
—Bien —dijo Elszabet—. Estamos llegando a un punto de acuerdo. ¿Alguien quiere decir algo más sobre el asunto?
Aparentemente, nadie quería. Recorrió dos veces con la mirada la mesa, y sólo el silencio le respondió.
La reunión se trasladó a asuntos más mundanos del Centro. Pero después, cuando todos empezaban a marcharse, Naresh Patel permaneció en su asiento. El experto neurolinguista, pequeño y delicado, ordinariamente sereno hasta la impasibilidad, parecía extrañamente perturbado.
Elszabet se volvió hacia él y le dijo:
—¿Quieres hablar conmigo, Naresh?
—Sí, por favor. Será sólo un momento.
—Adelante. —Elszabet se frotó la mandíbula. Definitivamente, iba a salirle una moradura donde Arcoiris la había golpeado.
Patel empezó a hablar en el tono de voz más suave posible.
—Se trata de algo que no he querido decir en la reunión general, aunque quizás habría sido de ayuda. Es… algo que no estoy preparado para compartir todavía con todos mis colegas, y especialmente con el doctor Waldstein, en su estado actual. Con su permiso, me gustaría compartirlo solamente con usted.
Ella nunca le había visto tan perturbado antes. Gentilmente, le animó a seguir.
—Puedes contar con mi discreción, Naresh.
El hombrecito sonrió tímidamente.
—Muy bien Es solamente esto, doctora Lewis: yo también he tenido lo que el doctor Robinson llama el sueño del Mundo Verde. Hace dos noches. El cielo como una pesada cortina verde, seres cristalinos de extrema gracia y belleza… —La miró lastimosamente—. No formo parte de la conspiración en la que el doctor Waldstein insiste. No estoy de acuerdo con los pacientes para alterar el equilibrio del Centro. Por favor, créame, doctora Lewis. Créame. Pero le digo que he tenido el sueño del Mundo Verde. De verdad. He tenido el sueño del Mundo Verde.
2
—No es gran cosa —dijo Jaspin—. No esperes mucho, porque no es gran cosa.
—De acuerdo —le dijo la muchacha rubia—. No hay que esperar demasiado en tiempos como éstos, ¿verdad?
Su nombre era Jill. Jaspin no conseguía recordar su apellido, pero era uno de esos insípidos apellidos norteamericanos, Clark, Walters, Hancock o algo parecido, y ahora no encontraba la forma de hacérselo decir de nuevo. La chica se había quedado con él después de la ceremonia tumbondé, sosteniéndole la cabeza contra el pecho mientras él se entregaba a la histeria, ayudándole a bajar la colina cuando él estuvo a punto de desvanecerse con el calor. Y en este momento estaban los dos en la entrada de su apartamento, en University Heights; aparentemente iban a pasar la noche juntos, o al menos toda la tarde.
Qué diablos, había pasado mucho tiempo desde la última vez. Pero una parte de él deseaba habérsela quitado de encima, la parte que todavía resonaba con los tambores de los tumbondé, la parte que todavía veía la titánica forma de Chungirá-el-que-vendrá, absoluta e incuestionablemente real sobre su trono de alabastro, en el planeta de alguna estrella lejana. Tener esta chica alrededor era solamente una distracción, una especie de divertimento, cuando había cosas como aquéllas recorriéndole el alma. Sin embargo, no había hecho demasiado por librarse de ella después de la ceremonia. Qué diablos.
Colocó el pulgar sobre la placa y la puerta le preguntó quién era.
—Soy tu amo y señor. Abre de una puñetera vez, ¡rápido!
Ella se rió.
—Tiene usted un estilo muy peculiar, doctor Jaspin.
—Barry, por favor. Barry. ¿De acuerdo? Ni siquiera tengo el doctorado, por muy difícil que te resulte aceptarlo.
Tras haber verificado su registro vocal y haberlo encontrado aceptable, la puerta se abrió. Él hizo una reverencia.