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April se apretujó contra él, presionando sus caderas contra las suyas.

—Sí —dijo Ferguson suavemente.

Un trato era un trato. Le había dicho lo que él quería saber, y ahora tenía que cumplir su parte. Deslizó de nuevo la mano bajo el jersey.

5

—Edita la lista de los sueños —dijo Elszabet, y la pantalla de datos que cubría la pared de su oficina se encendió como un indicador de cotizaciones de bolsa.

1. Mundo Verde: Seis informes. Un sol verde, atmósfera pesada y verde, habitantes cristalinos de forma humanoide.

2. Nueve Soles: Tres informes. Nueve soles simultáneos en el cielo, de diversos colores, gran figura extraterrestre visible frecuentemente.

3. Estrella Doble 1: Siete informes. Un sol grande y rojo, otro azul y variable, un ser extraterrestre cornado asociado a una losa de piedra blanca.

4. Estrella Doble 2: Dos informes. Una estrella amarilla, otra blanca, las dos bastante mayores que nuestro sol. Entre ambas estrellas hay una corriente de materia, que fluye formando un velo alrededor de todo el sistema y emite una intensa aura roja en el cielo del planeta.

5. Esfera de Luz: Seis informes. Planeta situado en una concentración de estrellas tan intensa que una constante luz brillante lo baña desde todas partes. Habitado por complejas criaturas coloniales en forma de medusa que se encuentran en la atmósfera.

6. Gigante Azul: Dos informes. Enorme estrella azul que emite un fuerte flujo de energía. Paisaje planetario fundido, burbujeante. Habitantes etéreos, no divisados claramente.

—Entrada de datos —dijo Elszabet, y empezó a introducir los informes recopilados esa mañana:

April Cranshaw, Gigante Azul.

Tomás Menéndez, Mundo verde.

Padre Christie, Estrella Doble Dos…

Pobre padre Christie. De todos, era el que peor se tomaba el asunto de los sueños, pues interpretaba siempre cada uno como un mensaje personal que Dios le enviaba. Todavía odiaba desprenderse de ellos. Cada mañana, Elszabet tenía que repetir el mismo esfuerzo con él, y a veces había que barrer dos veces sus recuerdos para tranquilizarlo. Tal vez, si no lo sometieran al tratamiento, los sueños liberarían una parte de su poder trascendental y ayudarían a calmarlo, pensó Elszabet.

Por otra parte, si no le estuvieran barriendo la memoria, tendría que enfrentarse a la idea de que Dios se le había presentado en media docena de extrañas formas alienígenas en las últimas semanas, y posiblemente ahora estaría en estado de esquizofrenia aguda, sin recuperación posible, si tuviera acceso a más de un sueño cada vez. Era mejor que pensara que cada uno de ellos había sido el primero.

Elszabet continuó con la entrada de datos:

Philippa Bruce, Esfera de Luz.

Aleluya CXI 133, Nueve Soles…

Sintió que algo similar a un dolor de cabeza comenzaba a invadirla, como una sombra de dolor: un pequeño e insistente golpeteo alrededor de las sienes. Extraño. Ella nunca sufría dolores de cabeza. Casi nunca. ¿El período, tal vez? No. ¿Efectos secundarios del golpe que Nick Doble Arcoiris le había propinado? Pero de eso hacía ya una semana. ¿Tensión general y estrés, entonces? ¿Todo este trabajo sobre los extraños sueños?

Lo que fuera, iba haciéndose peor. Una presión en los ojos, desconocida, desagradable. Pulsó el nodulo neutralizador de su muñeca y se propició una dosis de ondas alfa. Era la primera vez que lo hacía desde hacía años.

La presión remitió un poco. Continuó con el trabajo.

Teddy Lansford, Nueve Soles…

Llamaron a la puerta. Elszabet frunció el ceño y miró la pantalla: vio a Dan Robinson en el exterior, recostándose amigablemente contra el marco de la puerta.

—¿Puedes concederme un minuto? —preguntó él—. Tengo algo nuevo para ti.

Le dejó entrar. Para pasar por el quicio, Robinson tuvo que agacharse. Era un hombre alto, con aspecto de jugador de baloncesto, todo brazos y piernas. Prácticamente llenaba toda la habitación. La oficina de Elszabet no era más que un pequeño y vacío cubículo funcional con una ventanita, un tosco entarimado gris en el suelo y un globo de luz naranja que reverberaba desde arriba. No había siquiera una mesa o una terminal de ordenador, solamente un par de sillas encaradas a la pared de datos que ocupaba desde el suelo hasta el techo. A ella le gustaba así.

Robinson miró a la pared. La entrada de Teddy Lansford todavía era visible. Sacudió la cabeza.

—Es su cuarto sueño, ¿no?

—El tercero.

—El tercero. Aun así, ¿por qué tiene él esos sueños, y el resto de nosotros no? No cuadra que solamente un miembro del staff los tenga.

—Tal vez Teddy es el único que reconoce tenerlos —dijo ella, sin ampliar detalles.

El sueño del Mundo Verde de Naresh Patel era todavía una confidencia entre ellos, y así permanecería mientras Patel lo quisiera.

—¿Sospechas que otros miembros del staff los están ocultando? —preguntó Robinson. Sus ojos, de repente, se ensancharon, destacándose muy blancos en su rostro color de chocolate—. ¿Yo, por ejemplo?

—¿Lo haces?

—¿Hablas en serio?

—¿Lo haces, sí o no? —preguntó ella, un poco con demasiada insistencia.

Se preguntó por qué se comportaba así con él. Obviamente, él se estaba haciendo la misma pregunta.

—Vamos, Elszabet…

El dolor de cabeza había vuelto. Sentía otra vez la presión, más fuerte que antes: una pesada pulsación en las sienes. Meneó la cabeza intentando despejarse.

—Lo siento. No tenía intención de insinuar que tú…

—Sabes que me muero de ganas por probar uno de esos sueños. Pero hasta el momento parece que Lansford es el único afortunado…

—Hasta el momento, sí.

Excepto Naresh Patel, pensó. Y eso sólo había ocurrido una vez.

—¿A qué crees que se debe? —preguntó Robinson.

—Ni idea —Elszabet dudó y, a ciegas, añadió—: ¿Podría ser que los sueños, o su carencia, sean producto de desequilibrio emocional? Después de todo, los pacientes están desequilibrados psíquicamente, o de otra forma no estarían aquí. Eso podría abrirlos a cualquier tipo de trastorno al que la gente del staff no sería vulnerable. A esos sueños, por ejemplo.

—¿Y Teddy Lansford está desequilibrado?

—Bueno, Ted es homosexual…

—¿Y con eso qué?

Ella se frotó la frente levemente. Algo había empezado a martillear allí. Le resultaba embarazoso aplicarse otra dosis de ondas alfa delante de Dan Robinson.

—Supongo que nada. Una hipótesis tonta —dijo. Y Naresh Patel no es particularmente desequilibrado psíquicamente, reconoció Elszabet. Ni tampoco gay—. En realidad, Lansford es bastante equilibrado, ¿no crees?

—Yo diría que sí.

—Tal vez cuando tengamos más datos, podamos hacer mejores conjeturas. Ahora mismo no sé qué pensar. ¿No dijiste que había algo nuevo de lo que querías hablarme? —añadió bruscamente.

Él la miró.

—¿Te encuentras bien, Elszabet?

—Claro. Bueno, no del todo. Principio de dolor de cabeza. —Principio de algo más, se dijo. Golpeaba realmente fuerte—. ¿Por qué? ¿Se nota mucho?

—Pareces un poco irascible, eso es todo. Impaciente. Sarcástica. Mordaz. Eso no es habitual en ti.