—Es de Paco Real, de San Diego. —Parecía un poco evasivo—. Paco me manda muchas cosas interesantes.
—¿Música?
—Canciones. Cánticos. Muy hermosos. Muy fuertes. ¿Soñé anoche con los otros mundos?
—No, anoche no.
—¿Y antenoche?
—¿Me lo preguntas, o me lo aseguras?
Él sonrió tristemente.
—Los sueños son tan hermosos… Eso es lo que tengo anotado, que son muy hermosos. Incluso aunque tenga que perderlos, la belleza permanece. ¿Cuándo se me permitirá conservar mis sueños, Elszabet?
—Cuando estés mejor. Estás mejorando, pero no estás del todo bien todavía.
—No. Supongo que no. Por eso no puedo saber cuándo sueño con los otros mundos. ¿Está bien que anote que los sueños son muy hermosos? Sé que no debemos escribir cosas. Pero eso es muy poquito; me habla acerca de los sueños, no de los sueños en sí. —La miró ansiosamente—. ¿O puedo anotar los sueños también?
—No, los sueños no. Todavía no. ¿Te importa si escucho el cubo nuevo?
—No, por supuesto que no. Toma. Toma.
Le colocó los audífonos y los conectó con un toque ligero, tierno, casi amoroso. Ella oyó una profunda voz masculina, tan profunda que parecía el croar de un sapo grande, o quizás un cocodrilo, cantando algo monótono, repetitivo y vagamente africano, un poco barbárico, muy poderoso y perturbador. Oía las palabras que Menéndez había estado murmurando: Maguali-ga, Chungirá. Seguía algo que parecía portugués, y el sonido de tambores y otros instrumentos, así como el ruido de una multitud repitiendo el cántico.
—Pero ¿qué es esto?
—Es como una oración. Hay dioses. Es muy hermoso. —Le quitó los audífonos tan tiernamente como se los había puesto—. Mi esposa no va a venir este fin de semana, ¿no?
—No, Tomás.
—Ay, eso está mal.
—Sí. —Elszabet desconectó la pantalla—. A lo mejor quieres bajar al gimnasio. Hay un grupo de baile ahora. Te gustará.
—Quizá dentro de un rato.
—Muy bien. ¿Sabes por casualidad dónde está Ed Ferguson?
—¿Ferguson? No. Creo que se fue a pasear al bosque.
—¿Solo?
—Con la mujer gorda. O con la artificial. Olvidé los nombres.
—April y Aleluya.
—Con una de ellas. —Menéndez tomó una de las manos de Elszabet cuidadosamente—. Eres una chica muy amable. ¿Vendrás a visitarme mañana?
—Claro.
El extraño cántico discordante todavía repicaba en sus oídos cuando caminaba pasillo arriba para terminar la ronda. Philippa, Aleluya, April. Aleluya no estaba en la habitación. Muy bien, estaría fuera con Ferguson; ésa era una vieja historia. Están hechos el uno para el otro, se dijo, el timador sin escrúpulos y el frío ser artificial. Entonces se reprochó su falta de caridad. Vaya médico que eres, pensando así de tus pacientes. También se supone que eres humana, se dijo, justificándose tan rápidamente como se había reprimido. No se te obliga a amar a todo el mundo en este Centro. Ni siquiera es imperativo que te gusten. Tu obligación consiste en ver que se les aplique el tratamiento que necesitan.
Apretó un poco el paso y empezó a correr hacia su oficina. La mañana era hermosa, clara y cálida. Era esa época del año en que un día radiante sucede a otro, sin cambios y sin interrupción. La estación de las nieblas veraniegas había acabado, y como Nick Doble Arcoiris le había recalcado, todavía faltaba más de un mes para que llegaran las lluvias.
Esta tarde iré a la playa, pensó Elszabet. Tumbada al sol intentaré dar sentido a este asunto.
Le molestaba enormemente que esa extraña situación se estuviera introduciendo en el Centro: los sueños compartidos, enigmáticos no sólo por eso, sino también por su sorprendente contenido, todos aquellos soles y mundos y monstruos alienígenas. Y los sueños alcanzaban al personaclass="underline" Teddy Lansford, Naresh Patel, y ayer mismo Dante Corelli confesaba también, anonadada, haber tenido el sueño de los Nueve Soles. Elszabet sospechaba que otros miembros del staff también experimentaban sueños espaciales, igual que ella, que no había podido admitir que cada dos por tres estaba siendo invadida —y nada menos que estando despierta— por series de imágenes que parecían surgidas del sueño del Mundo Verde. Todo se volvía extraño. ¿Por qué? ¿Por qué?
El Centro, para Elszabet, era el único lugar del mundo donde se sentía en paz, donde la tumultuosa locura exterior quedaba contenida. Por eso había venido aquí, para hacer su labor de entrega y al mismo tiempo escapar de las penas y la aridez del mundo calcinado que existía más allá de las puertas del Centro. Había veces en que casi conseguía olvidarse de lo que pasaba fuera, aunque el pesado influjo del síndrome de Gelbard constantemente se lo recordaba.
Pese a todo, el Centro era un lugar de paz. Y sin embargo, sabía que era una locura esperar que allí podría escapar del mundo real. El mundo real estaba en todas partes. Y ahora lo real se hacia irreal, y la irrealidad se deslizaba bajo la puerta como una niebla.
Bill Waldstein bajaba del edificio central cuando ella se aproximaba a su oficina.
—¿Dónde esta todo el mundo? —preguntó.
—¿Quien? ¿El personal? ¿Los pacientes?
—Cualquiera. El lugar parece horriblemente tranquilo.
Elszabet se encogió de hombros.
—Dante está a cargo de un grupo de baile bastante grande. Supongo que casi todos estarán en el gimnasio. ¿A quién buscas? Tomás y el indio están en su habitación, y Philippa y April en la suya. Ferguson anda por el bosque con Aleluya.
Waldstein parecía ojeroso y decaído.
—¿Es cierto que Dante tuvo un sueño espacial hace dos noches?
—Mejor se lo preguntas a ella —dijo Elszabet.
—Entonces lo tuvo. Lo tuvo —Revolvió el suelo con la sandalia—. ¿Podemos ir a tu oficina, Elszabet?
—Por supuesto. ¿Qué pasa, Bill?
Él no hablo hasta que llegaron a la habitación. Entonces, apoyándose contra la pared de datos, la miró con ojos ojerosos y le preguntó:
—¿Confidencial?
—Absolutamente —confirmó ella.
—¿Recuerdas cuando decía que los sueños espaciales tenían que ser un fraude, que los pacientes los preparaban para confundirnos? Bueno, supongo que no llegué a creer eso del todo, pero ahora desde luego estoy convencido de que no es así.
—¿Por qué?
—Yo también he tenido uno. Estrella Doble Tres, anoche. Completo, el sol naranja en lo alto y el amarillo sobre el horizonte, las sombras dobles. Entonces el amarillo se puso y todo se volvió dorado como el fuego.
Elszabet lo observó. Pensó que iba a echarse a llorar.
—Hay más. Lo he mejorado. Cuando lo tuvo April la semana pasada, no había formas de vida, ¿verdad? Yo las vi. Criaturas azules en forma de esfera, con pequeños tentáculos de pulpo en lo alto. ¿A que es bonito? Deambulaban por una especie de anfiteatro, como Aristóteles y sus discípulos. Bonito. Muy bonito.
—¿Cómo te sientes?
Waldstein se encogió de hombros.
—Con la cabeza sucia. Como si tuviera arenisca dentro del cráneo.
—Bill…
La compasión la inundaba. Éste era el momento de decirle que no estaba solo, que ella había estado sintiendo el sueño del Mundo Verde repicando en su mente, que temía las mismas cosas que él.
No pudo hacerlo. Era una mala jugada volverle la espalda cuando él sentía tanto dolor, pero no podía hacerlo. Dejar que él, que cualquiera, supiera que su mente era también vulnerable a este asunto… No. No, no lo haría. No podía.
Se sintió como una hipócrita. Déjalo. Déjalo. Permaneció fría, calmada: la sensible administradora, escuchando la confesión del confuso miembro del personal.