Al oír su nombre, Elszabet alzó la mirada, sorprendida, dándose cuenta de que se había distraído otra vez. Todos la estaban mirando.
—¿Puedo señalar ese punto, doctora Lewis?
De nuevo la voz desde el fondo de la mesa. Elszabet advirtió que pertenecía al hombre de San Diego, su colega Leo Kresh, el encargado del Centro Nepente de allí. Un hombre pequeñito, calvo, de movimientos y habla precisos. Lo miró, pero se había distanciado demasiado de la discusión para saber qué decir.
Dan Robinson, a la vista de su silencio, intervino rápidamente.
—Por supuesto, doctor Kresh. Adelante, por favor.
Kresh asintió.
—También se me había ocurrido que las imágenes de otros mundos podrían estar conectadas de alguna forma con el proyecto Starprobe, doctor Robinson, y de hecho he investigado a fondo esa posibilidad. Desgraciadamente, no parece válida. Como usted dijo correctamente, la sonda no tripulada Starprobe fue lanzada en el dos mil cincuenta y siete, justo unos pocos años antes del estallido de la Guerra de la Ceniza. Sin embargo, he conseguido determinar que, aun a las extraordinarias velocidades que la Starprobe podía alcanzar, no podría haber llegado a las inmediaciones de Próxima Centauri, que está a cuatro coma dos años luz de la Tierra, hasta el dos mil noventa y nueve. Así que, como puede verse, no ha habido todavía tiempo suficiente ni siquiera para que la señal de la propia Starprobe, que por supuesto es una onda de radio que viaja a la velocidad de la luz, haya regresado de Próxima, y aún menos para que los hipotéticos habitantes de ese sistema nos hayan enviado una señal propia. Y por supuesto, si los proximanos, si es que hay alguno, hubieran enviado en nuestra dirección un equivalente a la Starprobe, como usted sugiere, no cabe duda de que aún tardará varias décadas en llegar. Así que pienso que tenemos que descartar la hipótesis de que los sueños espaciales tienen un origen extraterrestre, por muy tentadora que sea esa noción.
—Suponga que los proximanos son capaces de enviar una nave que viaja más rápido que la luz.
—Perdóneme, doctor Robinson —dijo Kresh gentilmente—, pero tendría que llamar a eso una multiplicación de hipótesis excesiva. No solamente tendríamos que admitir la existencia de proximanos, sino que también nos pide usted que asumamos la posibilidad de viajar más rápido que la luz, lo cual, bajo las leyes de la física, tal como actualmente las conocemos, es simplemente…
—Un momento —dijo Bill Waldstein—. ¿De qué estamos hablando? ¿Naves espaciales? ¿Viajes ultralumínicos? Elszabet, por el amor de Dios, pon orden en esta reunión. Ya es bastante malo que la situación a la que nos enfrentamos sea fantástica, con miles y miles de personas compartiendo los mismos extraños sueños por toda la Costa Oeste, quizás por todas partes, para que encima empecemos a especular por nuestra cuenta.
—Además —dijo Naresh Patel—, han pasado más de dos meses desde que fueron reportados los primeros sueños. Con lo que el doctor Kresh nos ha dicho sobre el tiempo de llegada de la Starprobe a esa estrella y el tiempo necesario para que la señal de radio vuelva a nosotros, creo que está claro que no hay conexión entre los sueños y cualquier dato que el satélite Starprobe eventualmente nos envíe.
—Estamos recibiendo vistas de al menos siete sistemas solares diferentes en estos sueños, ¿no? —argumentó Dante Corelli—. La Starprobe fue lanzada a un único sistema, según entiendo. Así que incluso dejando al margen los problemas de tiempo que el doctor Kresh ha señalado, ¿cómo podría estar enviando tantos tipos de escenas diferentes? Creo que…
—¡Orden! —gritó Bill Waldstein—. Elszabet, ¿quieres por favor hacer que volvamos a algo más racional? Tenemos aquí gente de San Francisco y San Diego que quieren contarnos qué pasa en sus centros y… ¿Elszabet? ¿Elszabet? ¿Te sucede algo?
Ella se esforzó por entender lo que le decía. Su mente estaba llena de niebla verde. Figuras cristalinas se movían graciosamente adelante y atrás, presentándose, invitándola a eventos sociales incomprensibles: una sinfonía cataclísmica, un esplendor de los cuatro valles, un ajuste sensorial. Todos estarán allí, querida Elszabet. Tu poeta te presentará su última obra, ya sabes. Y hay posibilidad de otra aurora verde, la segunda de este año, y entonces no habrá más por lo menos hasta dentro de quince ciclos tonales, según se dice.
—¿Elszabet? ¿Elszabet?
—Creo que me gustaría ir al esplendor de los cuatro valles —dijo—. Y tal vez a la sinfonía cataclísmica. Pero no al ajuste sensorial, me parece. ¿Estará bien no asistir al ajuste sensorial?
—¿De qué está hablando?
Ella sonrió. Los miró uno a uno. Dan, Bill, Dante, Naresh, Dave Paolucci, Leo Kresh. Una luz verde destellaba en el centro de la gran mesa de pino. Estoy bien, quiso decir. Me he vuelto loca, eso es todo. Pero no tenéis que preocuparos por mí. No es raro que hoy en día la gente se vuelva loca.
—¿No te encuentras bien, Elszabet?
Dan Robinson, junto a ella, la tomaba ligeramente por los hombros.
—No —dijo ella—. No me encuentro bien. No me he encontrado bien en toda la mañana. ¿Quieren ustedes disculparme? Lo siento muchísimo, pero creo que debería acostarme. ¿Quieren disculparme? Gracias. Gracias. Lo siento muchísimo. Por favor, no interrumpan la reunión, pero creo que debería acostarme.
5
—¿Qué te dije? —exclamó Ferguson—. No hay nada. Te adentras en el bosque, caminas hacia el este, y tarde o temprano llegas a la civilización.
—¿Tienes idea de dónde estamos? —preguntó Aleluya.
—Camino de Ukiah.
—Ukiah. ¿Dónde está eso?
—Al este de Mendo, a unas treinta millas de la costa. ¿Lo has olvidado? ¿También te han borrado eso?
—No conozco mucho esta parte de California. ¿Vamos a caminar treinta millas, Ed?
Él la miró.
—Eres una supermujer, ¿no? ¿Qué hay de malo en caminar treinta millas? Un poco menos de treinta, tal vez. Lo haremos en un par de días. ¿No puedes con eso?
—No lo digo por mí, sino por ti. ¿Estás en forma para ese tipo de caminata?
Ferguson se rió y le acarició el brazo.
—No te preocupes por mí, nena. Estoy en una forma fabulosa para un tipo de mi edad. Además, si me canso, siempre podemos parar un par de horas. Nadie nos va a seguir.
—¿Estás seguro?
—Claro que estoy seguro. —Sonrió—. Imagínate. Nada de tratamiento mañana. Nada de revolvernos la cabeza. Pasaremos todo un maldito día recordando lo que nos ha sucedido el día anterior.
—Y también lo que soñamos por la noche.
—Lo que soñamos, sí. —La sonrisa se convirtió en una mueca—. ¿Soñaste algo anoche? ¿Un sueño espacial?
—Eso creo.
—Los tienes casi todas las noches.
—¿Sí?
—Eso es lo que me has venido diciendo todas las mañanas antes del barrido. Lo tengo todo aquí, en mi anillo. Un planeta diferente cada noche, los nueve soles, el mundo verde, ese donde el cielo entero está lleno de estrellas. Anoche fue la gran estrella azul en el cielo y las burbujas brillantes flotando en el aire.
—No lo recuerdo.
—Bueno, unas veces lo recuerdas y otras no.
—¿Y tú? ¿Nunca tienes esos sueños?
—Ni una sola vez —contestó, y sintió la amargura levantarse en su interior—. Todo el mundo los tiene menos yo. No sé…, me gustaría ver esos lugares aunque sólo fuera un vez. Me gustaría saber qué demonios pasa en la mente de todos. Tengo en mi anillo que lo primero que debo preguntarme por la mañana es si he tenido un sueño espacial. Y no los he tenido nunca. Cristo, odio no sentir lo que siente otra gente…
—Entonces deberías intentar ser artificial durante una temporada Así sabrías lo que es ser realmente diferente.