—Mierda, escuchad eso… —dijo Mujer.
—Nicholas, Buffalo —ordenó Charley—, llevadlo a la parte trasera. No le hagáis daño. Entretenedlo un momento. Vamos. Vamos.
—Espera —dijo Tom—. Por favor, espera.
De repente oyeron un zumbido en el cielo.
—¡Cristo! —exclamó Mujer—. ¿Qué es eso? ¿Un helicóptero?
Tom parpadeó y miró a lo alto. Una sombra oscura y brillante descendía sobre ellos gentilmente.
—Hijos de puta —murmuró Charley.
—¿Polis? —preguntó Buffalo.
Charley lo miró.
—¿Quieres quedarte aquí y preguntárselos? Tenemos que quitarnos de en medio como sea. ¡Al bosque, rápido! ¡Corred, corred, idiotas!
Los saqueadores se dispersaron en la oscuridad mientras el helicóptero tomaba tierra junto a la carretera. Tom se quedó de pie, mirándolo fascinado. Oyó a Charley chiflándole desde algún lugar entre la espesura, pero no le hizo caso. El helicóptero era pequeño y bruñido. En los flancos, escrito con brillantes caracteres azules, llevaba las palabras Centro Nepente — Condado de Mendocino.
Dos hombres saltaron a tierra tras abrir una escotilla, y luego una mujer y un tercer hombre les siguieron.
—Está bien, Ed, Aleluya —dijo uno de ellos—. Es hora de volver a casa.
—Por todos los santos del cielo —exclamó el hombre llamado Ed—. ¿Nos habéis estado siguiendo por todo el condado?
—No fue difícil seguir vuestro rastro —dijo la mujer—. Los dos lleváis implantados chips de localización. Supongo que lo habíais olvidado, ¿no?
—Jesús —murmuró Ed—. Si te borran la memoria, ¿cómo puedes ganar?
Se volvió y miró desesperadamente hacia la espesura. Tras dar siete u ocho pasos, tropezó con la muleta y cayó de bruces. Se quedó allí tirado, maldiciendo y golpeando el suelo con los puños. La mujer y uno de los hombres se acercaron a él, le ayudaron a levantarse y empezaron a llevarlo al helicóptero.
Aleluya, al principio, no se movió. Tom había supuesto que intentaría también escapar hacia el bosque, pero se quedó quieta como una estatua. Cuando se movió, no lo hizo para alejarse de la gente que había venido a buscarla, sino hacia ellos, moviéndose con sorprendente velocidad. Estuvo a su altura en un momento. Arrojó a uno de los hombres al otro lado de la carretera con un simple empellón, y agarró a otro por el cuello.
—Está bien. Dejadnos en paz o le arranco la cabeza, ¿me oís? Soltad a Ferguson. ¿Me oyes, Lansford? Apártate de él.
—Claro, Aleluya —dijo el hombre que sujetaba a Ed. Se alejó de él unos pasos, y lo mismo hizo la mujer—. No hay problema. ¿Ves? Nadie retiene al señor Ferguson.
—Bien. Ahora quiero que os metáis en ese helicóptero y volváis a…
—Aleluya… —dijo la mujer.
—No me hables, Dante. Haz solamente lo que digo.
—Por supuesto —dijo la mujer llamada Dante.
Levantó la mano y algo brillante centelleó en ella, y Aleluya emitió un gemidito y cayó al suelo.
—¿Las has matado? —preguntó Tom.
—Es una bala anestesiante. Dormirá durante una hora, el tiempo suficiente para llevarla de vuelta y tranquilizarla. ¿Quién eres tú?
—Mi nombre es Tom. Pobre Tom. Hambriento Tom. ¿Sois del centro donde la gente va a descansar y a que les den alivio?
—Eso es.
—Quiero ir allí. Lo necesito. ¿Llevaréis a Tom con vosotros? ¿Al pobre Tom? ¿Al hambriento Tom? Tom no lastimará a nadie. Tom ha estado con los saqueadores demasiado tiempo. Ésa es su furgoneta. Charley y sus muchachos corrieron al bosque, pero no están muy lejos. Pensaron que érais de la policía. Volverán a por mí cuando os marchéis, si me dejáis aquí. Pero he estado con ellos demasiado tiempo. A veces lastiman a la gente, y eso no me gusta. Tom tiene hambre. Sentiré frío aquí solo. ¿Me llevaréis al Centro, por favor? ¿Por favor?
3
Durante un momento, esa mañana, mientras intentaba prepararse para la reunión con Kresh y Paolucci, Elszabet había considerado seriamente pedir que le aplicaran el tratamiento de barrido de memorias, tan terrible había sido despertarse del sueño del Mundo Verde y descubrir que aún conservaba de él vestigios extraños, como si el sueño no quisiera marcharse.
Por supuesto, el tratamiento no era una opción válida, y ella lo sabía. Ningún miembro del personal había pasado por el barrido de memorias nunca; éste era estrictamente para los pacientes. No se tomaba un barrido de la misma forma que un martini, o un tranquilizante cuando se sentía la necesidad de alivio. Enviar a alguien al barrido implicaba semanas de pruebas y ajuste de curvas electroneurológicas para que no se produjeran lesiones. El barrido tenía que ser un proceso terapéutico, no destructivo. Cuando se limaban los bancos de memoria de un paciente, había que estar seguro de hacerlo sólo con los elementos patológicos, y eso requería toda una serie de elaboradas medidas previas.
Aun así, el despertar había sido tan aterrador que había querido olvidar el sueño tan rápidamente como fuera posible y por todos los medios a su alcance. Quería sacarlo de su mente, tacharlo, olvidarlo para siempre.
Lo que más la asustaba del sueño era lo hermoso que había sido.
Ese mundo frío envuelto en niebla verde era seductor. Esa gente elegante y resplandeciente de ojos múltiples, irresistible. La intrincada danza de su existencia diaria, deliciosa. Esos seres magníficamente civilizados, desenvolviéndose graciosamente, viviendo ajenos a la fealdad, a la desesperación, al abatimiento… Una civilización a millones de años de las pequeñas imperfecciones de la existencia humana, de esas cosas molestas y desagradables como la vejez, la enfermedad, la envidia, la codicia y la guerra. Tras haber entrado en aquel mundo, Elszabet no quería salir de él. Despertar había sido como ser expulsada del Edén.
Por supuesto, sabía que lugares así no existían más que en la tierra de los sueños. Era pura fantasía, un fantasma de la noche. Sin embargo, quería regresar allí. Tener que despertar parecía injusto, una imposición brutal, cruel como una tormenta de nieve en una tarde de verano.
La poderosa impresión del Mundo Verde la había dejado sin fuerzas toda la mañana. En las rondas, al entrevistarse con el padre Christie, Philippa, April, Nick Doble Arcoiris y los demás, apenas había podido prestar atención a sus problemas, quejas y necesidades; su mente volvía una y otra vez a aquel otro sitio, a sus duques y condesas, sus fiestas, sus sinfonías de forma y color. Ya había olvidado los nombres de aquellos entre los que se había movido en su sueño, y los mismos detalles se hacían confusos; sabía que tenían más de dos sexos, y había algo sobre un nuevo palacio de verano, y un poeta y su poema. Saber que empezaba a olvidar la llenaba de desesperación, y por eso se aferraba a los recuerdos que iba perdiendo. Ansiaba regresar a ese bendito mundo.
Nadie le había dicho que los sueños espaciales eran tan maravillosos. ¿Soñaba con más intensidad que los demás, o es que los otros lo olvidaban una o dos horas después de despertarse? ¿O guardaban para sí la riqueza y complejidad de lo que habían visto, como un tesoro interior dulcemente acumulado?
Elszabet había temido los sueños antes de haberlos tenido. Ahora que sabía el riesgo que suponían para su cordura, los temía aún más. ¿Cómo podía dejar que los sueños fueran la respuesta? Se daba cuenta de que un sueño tan fascinante como aquél podía llevarla directamente a la locura. El borde del abismo estaba siempre cerca, peligrosamente cerca. Los sueños eran irreales. Los sueños eran la negación de la realidad. La tierra de los sueños, había dicho el poeta, tan variada, tan hermosa, tan nueva… Realmente no ofrecía ni alegría, ni amor, ni luz, ni ayuda en el dolor.