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A media mañana, sin embargo, empezaba a pensar que había conseguido sacudirse el sueño de encima. La distracción de los dos visitantes, Paolucci, de San Francisco, y Leo Kresh, de San Diego, la traía de vuelta a la realidad.

Dave Paolucci había llegado con un fajo de mapas y gráficos que mostraban su última información del ámbito geográfico de los sueños espaciales, y un paquete de cintas que contenían informes hablados que habían grabado sus pacientes en el centro de San Francisco. Elszabet se sentía segura y a gusto en presencia de Paolucci. Era un hombre agradable y vigoroso, de cara redonda y piel aceitunada; sus ojos eran profundos y amistosos. Elszabet había aprendido con él la técnica del barrido de memorias en la central de San Francisco antes de venir a Mendocino. En cierto sentido, Paolucci había sido su mentor. Más tarde, durante el día, Elszabet tenía la intención de contarle su propia experiencia con los sueños de la noche anterior, para que él pudiera ofrecerle un poco de consuelo.

Kresh, el hombre de San Diego, no era un individuo con el que poder sentirse a gusto en modo alguno. Pulcro, fastidioso, algo pedante, parecía mantener un completo control de sus emociones, y probablemente no albergaba muchas simpatías hacia aquellos que no lo hacían así. Era una considerable concesión por su parte haber viajado hasta tan lejos —setecientos u ochocientos kilómetros— para asistir a esta reunión. Quizás había querido simplemente salir del sur de California, rebosante de refugiados de segunda generación de la Guerra de la Ceniza, para gozar unos pocos días del aire limpio y fresco de los pinares de Mendocino. Cuando Elszabet se encontró con él, poco antes de la reunión general, Kresh mostró relativamente poco interés en lo que sucedía en el Centro Nepente; en cambio, quiso hablarle de cierto fenómeno religioso que tenía lugar en las calles habitadas por refugiados alrededor de San Diego.

—¿Conoce usted el tumbondé? —preguntó Kresh.

—Creo que no.

—No me sorprende. Hasta ahora ha venido siendo una cosa puramente local, pero va a convertirse en algo mucho más grande.

—El tumbondé…

—Es un culto espiritista brasileño-africano, con algunas pinceladas caribeñas y mexicanas. Lo dirige un antiguo taxista de San Diego que se llama a sí mismo Senhor Papamacer, y tiene miles de seguidores. Celebran ceremonias rituales, aparentemente bastante primitivas, en las colinas al este de San Diego. Lo esencial del culto tumbondé es apocalíptico: nuestra civilización actual está cercana a su fin, y estamos a punto de ser conducidos a la siguiente fase de nuestra evolución por deidades que llegarán a nuestro mundo desde galaxias remotas.

Elszabet intentó sonreír. Sintió una espiral de niebla verde atravesando su conciencia, y se estremeció.

—Vivimos tiempos extraños…

—Ciertamente. Hay dos aspectos notables del tumbondé que nos son relevantes, doctora Lewis. Uno es que parece haber una remarcable correlación entre los dioses espaciales que el Senhor Papamacer y sus seguidores invocan y adoran, y los inusitados sueños y visiones que han sido informados últimamente por mucha gente, tanto en los centros de tratamiento como en la población en general. Quiero decir que la imaginería parece ser la misma; evidentemente los tumbondé han estado teniendo también los sueños espaciales, y los han usado como base para su… teología. En particular, su dios Maguali-ga, que se dice es el que ha de abrir la puerta que hará posible la entrada de las deidades espaciales a la Tierra, parece idéntico al ser extraterrestre que es visto invariablemente en el que habéis llamado Sueño de los Nueve Soles. Y su figura redentora suprema, el gran dios conocido por Chungirá-el-que-vendrá, parece ser el ente cornado visto por aquellos que tienen el sueño Estrella Doble Uno, el del sol rojo y el sol azul.

Elszabet frunció el ceño. Esos nombres le resultaban vagamente familiares: Maguali-ga, Chungirá-el-que-vendrá… Pero, ¿dónde los había oído? Se sentía tan cansada esa mañana, tan preocupada con la visión que había tenido por la noche…

—Como explicaré más detalladamente en la reunión —continuó Kresh—, es posible que estas manifestaciones tumbondé, que han sido ampliamente difundidas en el condado de San Diego y por toda la zona sur de California, estén incitando la multiplicación de los sueños espaciales mediante la sugestión de masas. Es decir, la gente puede creer que tiene los sueños cuando en realidad lo que está sucediendo es por influencia de la cobertura de los medios de comunicación. Por supuesto, eso no podría ser considerado un factor aquí, donde el tumbondé aún no ha tenido publicidad… Pero eso me lleva al segundo punto, que es bastante urgente.

»Un aspecto significativo de la teología tumbondé es la revelación de que el punto por donde entrará Chungirá-el-que-vendrá es el Polo Norte, identificado en la terminología tumbondé como el Séptimo Lugar. El Senhor Papamacer ha jurado conducir a su gente al Séptimo Lugar a tiempo para la venida de Chungirá-el-que vendrá. Y aunque evidentemente ustedes no han oído todavía la noticia, la emigración ha empezado ya.

»Entre cincuenta mil y cien mil seguidores del tumbondé viajan lentamente hacia el norte en una caravana de coches y autobuses, reclutando nuevos seguidores a medida que avanzan. Tengo entendido que ahora están en algún lugar de los alrededores de Monterrey o Santa Cruz. El doctor Paolucci probablemente lo sabrá mejor que yo.

Maguali-ga, pensó Elszabet. Chungira-el-que-vendrá. Ahora recordaba: el extraño cántico africano que Tomás Menéndez había estado escuchando con sus audífonos. Esos nombres se repetían una y otra vez. Maguali-ga, Chungirá-el-que-vendrá. Menéndez tenía amigos en la comunidad latina de San Diego, amigos que le enviaban cosas. Así que el tumbondé tenía al menos un adepto en el norte de California, pensó. Uno justo aquí, en el Centro.

—Es bastante posible que la caravana tumbondé pase por aquí —continuó Kresh—, a lo largo de la costa de Mendocino. Hay tantos, que bien pudieran extenderse por el territorio del Centro. Creo que sería buena idea pensar en tomar medidas especiales de segundad…

Elszabet asintió.

—Desde luego que deberíamos tomarlas Discutiremos todos estos puntos en la reunión, que por cierto debe de estar a punto de empezar.

Tal como se desarrollaron las cosas, Elszabet no pudo hablar mucho en la reunión. Lo que más temía la asaltó: el Mundo Verde, buscando una vez más alzarse en su conciencia y llevársela. Lo combatió todo lo que pudo, pero cuando fue sobrepasada por él, tuvo que abandonar la sala.

Después de eso no estaba segura de lo que había sucedido; le habían dado un sedante, y cuando volvió en sí había un nuevo problema que tratar. Dan Robinson le trajo la noticia: Ed Ferguson y la mujer sintética Aleluya se habían escapado. Sin embargo, gracias a los trazadores, los fugitivos habían sido localizados en el bosque de pinos, al este del Centro. Dentro de una hora aproximadamente, cuando salieran a algún sitio abierto, Dan mandaría un helicóptero para recogerlos.

—¿Quién va a ir? —quiso saber Elszabet.

—Teddy Lansford, Dante Corelli y uno de los hombres de seguridad. Y supongo que yo también.

—Cuenta conmigo.

Robinson meneó la cabeza.

—El helicóptero solamente tiene seis plazas, Elszabet. Tenemos que dejar sitio para Ferguson y Aleluya.

—Entonces que Dante se quede aquí. Tengo que supervisar la operación.