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—Espera hasta que veas el resto. La Esfera de Luz. Los Nueve Soles. El Mundo Verde. Especialmente el Mundo Verde.

—¿Aún más hermoso que Estrella Doble Uno?

—Tan hermoso que asusta.

—¿Asusta?

—Sí. El sueño que estaba teniendo cuando llamaste a la puerta… Estaba molesta contigo, sí, por interrumpirlo. De la misma manera en que Coleridge debió molestarse cuando soñaba a Kublai Khan y el tipo de Porlock vino a molestarlo. ¿Conoces la historia? Pero en cierto modo, me alegra que me sacaras de allí.

»Estos sueños son como drogas. Ahora, la mitad del tiempo no sé si vivo aquí y sueño lo que veo allí, o si es al revés. ¿Me comprendes, Dan? Me asusta estar tan metida en ellos. Hay veces en que, cuando despierto de uno de esos sueños, pienso que estoy perdiendo la cordura, la poca cordura que me queda. —Tiritó y cruzó los brazos sobre el pecho—. Hace frío aquí, ¿no? El verano parece que termina… ¿Sabes otra cosa, Dan? Los sueños están comenzando a superponerse. Esta noche he visto a figuras sacadas de los Nueve Soles y del Gigante Azul asistiendo a una fiesta en el Mundo Verde, como si todos los sueños estuvieran uniéndose en un gran show. Eso es nuevo. Y me asusta.

—Todo esto es muy extraño, Elszabet.

—Ojalá tuviera la más mínima idea de lo que está pasando… ¿Una epidemia de sueños idénticos, que envuelve a cientos de miles de personas? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Emisiones de una nave alienígena? ¿Un psicótico itinerante que esparce aleatoriamente locas visiones? Tal vez todos nos estamos volviendo psicóticos. La última convulsión de la sociedad occidental industrializada: nos volvemos todos locos y desaparecemos en nuestros sueños.

—Elszabet…

—No sé. No sé nada.

—Es tarde. Deberíamos intentar dormir un poco. Por la mañana intentaremos comprobar todo esto, ¿de acuerdo?

Robinson se levantó y se dirigió a la puerta. Elszabet sintió un repentino escalofrío de temor, aunque no supo por qué. Con una voz que era poco más que un susurro, de pronto, sin que ella misma lo esperara, se dirigió al hombre.

—No te vayas, Dan, por favor. ¿Querrías quedarte conmigo?

2

La mujer, Elszabet, no había dormido bien la noche pasada. Tom podía verlo claramente. Se hallaba intranquila, el puño de su corazón aún más cerrado que de ordinario. Tenía ojeras, y sus mejillas estaban pálidas y hundidas. Lástima, pensó. No le gustaba ver a nadie infeliz, especialmente a Elszabet. Era tan amable, tan buena, tan sabia. ¿Por qué tenía que estar tan preocupada?

—¿Sabes? —le dijo—, me recuerdas a mi madre. Acabo de darme cuenta.

—¿Querías a tu madre, Tom?

—Siempre preguntas cosas así, ¿no?

—Bueno, si dices que te la recuerdo, quiero saber cómo te sentías con respecto a ella. Así sabré cómo te sientes respecto a mí. Eso es todo.

—Oh. Lo que siento es muy bueno. Me escuchas, me prestas atención, te agrado… La verdad es que no me acuerdo mucho de mi madre. Su pelo era rubio, me parece, como el tuyo, tal vez. Lo que quiero decir es que eres el tipo de persona que me hubiera gustado que fuera mi madre. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Ella sonrió, y la sonrisa aflojó un poco la tirantez en su interior. Tom pensó que debería sonreír más a menudo.

—¿Dónde creciste, Tom?

—En un montón de sitios. En Nevada, creo. Y en Utah.

—¿Quieres decir en Deseret?

—En Deseret, sí, así es como lo llaman ahora. Y en Wyoming, aunque claro, no se puede vivir mucho en Wyoming a causa de la ceniza que trae el viento de Nevada, ¿verdad? Y en algunos otros sitios. ¿Por qué?

—Por curiosidad. No me parecía que fueras de California.

—No. No. Aunque he estado en California antes. Hace tres años, creo. En San Diego. Estuve allí cinco o seis meses. Me gusta San Diego, es bonito y cálido. Aunque hay toda clase de gente rara. Muchos de ellos ni siquiera hablan inglés. Son forasteros. Africanos, sudamericanos. Conocí a algunos allí.

—¿Qué te llevó a San Diego?

—Viajaba. Me atrapó el viento caliente un día. ¿Sabes lo que es el viento caliente? La radiación. Eso fue cuando vivía en Nevada. Puedo sentirlo, ¿sabes?, puedo sentir cuando el viento trae radiación. Hace que mi cabeza tintinee por dentro, justo aquí, en el lado izquierdo Y lo sentí venir. Pero… ¿adonde se puede ir? Ese desagradable viento del este recoge la radiación en Kansas y la sopla y la sopla y la sopla lo menos hasta Nevada. No hay sitio donde esconderse. No os llega hasta aquí, ¿no? Esto está muy al oeste.

»Pero recibí una dosis, y estuve enfermo durante una temporada; se me cayó el pelo, ¿sabes? Así que pensé que descansaría en San Diego hasta que me encontrara mejor. Entonces me marché. Me cansé de los extranjeros. Nunca me quedo mucho en el mismo sitio. Nunca se sabe cuándo va a lastimarte alguien.

—Nadie va a lastimarte aquí, Tom.

—Oh, tú no me lastimarás, pero eso no quiere decir que otro no lo haga. Ni siquiera aquí. Pobre Tom, siempre vagabundeando. Y el vagabundeo no parará hasta que lleguen los Últimos Días y hagamos el Cruce. Pero los Últimos Días ya están casi aquí, lo sabes.

Ella se inclinó, tensa, hacia delante. Eso le sucedía cuando trataba ese tema. Era la tercera o cuarta vez que hablaba con ella esta semana, en este mismo sitio, en la oficina con la gran pantalla verde en la pared, y cada vez que mencionaba el Cruce, o los otros mundos, o algo parecido, había visto claramente el cambio en ella.

—¿Quieres contarme más cosas sobre el Cruce, Tom?

—¿Qué quieres saber?

—Todo lo que quieras contarme.

—Hay tanto que no sé por dónde empezar.

—¿Vamos a ir todos a las estrellas? ¿Es eso? ¿Saltar al espacio y empezar nuevas vidas en otros mundos?

—Eso es, sí.

Ella tenía delante una maquinita, algo para grabar sus palabras. Tom vio una luz brillando. Bueno, estaba bien. Confiaba en ella. Nunca había confiado en mucha gente, pero en ella sí. Ella no haría nada que pudiera lastimarlo.

—Quiero decir, no vamos a ir en nuestros cuerpos de ahora. Vamos a dejarlos aquí, y solamente nuestras esencias irán a los nuevos mundos.

—¿Y nos darán otros cuerpos allí? Si vamos al Mundo Verde, por ejemplo, ¿conseguiremos cuerpos cristalinos, con la piel resplandeciente y las hileras de ojos?

Tom la miró.

—¿Conoces el Mundo Verde?

—Los conozco todos, Tom.

—¿Y sabes que son reales?

—No, eso no. Solo sé que los he visto en mi mente, como mucha otra gente. He caminado por el Mundo Verde con el pueblo de cristal. En mi mente. Y también he visto los otros mundos, la gente de los Nueve Soles con el gran ojo único, y los de la Esfera de Luz con los apéndices móviles…

—Esfera de Luz, sí, ése es un buen nombre. Esa luz es la Gran Nubestrella. Los que viven allí son la Gente Ojo. Todos esos sitios son reales, ¿sabes?

—¿Cuánto tiempo hace que sabes cosas sobre ellos?

—Desde que puedo recordarlo.

—¿Y qué edad dirías que tienes?

Él se encogió de hombros.

—Treinta y cinco, creo. Tal vez treinta y tres. Por ahí.

—¿Naciste justo antes de la Guerra de la Ceniza?

—No, justo después de que estallara.

—¿Tu madre estaba en la zona de radiación?

—En el borde. Estoy bastante seguro de que vivíamos en el este de Nevada. O tal vez cruzando Deseret, en Utah. Sé que ella recibió un poco de radiación cuando estaba embarazada de mí. Después estuvo muy enferma, y murió cuando yo era un niño. Fue un tiempo horroroso.

—Lo siento.

—Sí.

Ella decía la verdad. Tom podía sentirlo. Qué bonita es, pensó, qué amable. Espero que tenga un buen Cruce.