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—¿Y las visiones? ¿Se remontan a tu infancia?

—Como te he dicho, desde que puedo recordar. Al principio creí que todo el mundo las veía, y luego descubrí que no las veía nadie, y pensé que estaba loco. —Sonrió—. Supongo que estoy loco, ¿no? Si vives toda la vida con ese tipo de cosas en la cabeza, seguro que acabas loco. Pero ahora todo el mundo las ve. Desde hace un par de años la gente a mi alrededor dice que tiene los sueños, y ven el Mundo Verde y los demás. Por ejemplo, el hombre negro de San Diego, el extranjero, un sudamericano que conducía un taxi. Me alojé en su casa una temporada, en la ciudad llamada Chula Vista. Me alquiló una habitación. Empezó a ver las visiones. Quiero decir que las soñaba. Se lo contó a todos sus amigos. Me pareció que estaba loco, y me marché de allí.

»Y luego esa otra gente, los saqueadores con los que viajaba. Algunos las veían. Y aquí tú me dices que las ves también. Todo el mundo está empezando a verlas. Y yo las veo mejor, más claras, más intensas. Con muchísimos más detalles. El poder ha estado aumentando dentro de mí casi día a día. Puedo sentirlo cambiar. Por eso sé que el Tiempo del Cruce está acercándose. La gente del espacio me escogió, quién sabe por qué, y fui elegido como su heraldo, el primero en saber cosas de ellos, ¿me entiendes? Pero ahora todo el mundo los conoce. Y entonces empezaremos a ir a las estrellas uno a uno. Todo forma parte del plan Kusereen. Del Designio.

—¿Kusereen?

—Ellos gobiernan el Sagrado Imperio. Son la gran raza, han estado encargados de él un millón de años; todo el mundo los reverencia, incluso los Zygeron, que son extremadamente grandes, en especial los del Quinto Zygeron. Creo que los del Quinto Zygeron serán la próxima gran raza. Lo fueron los Theluvara antes que los Kusereen, hace tres billones de años. En el Libro de los Soles se dice que los Theluvara pueden todavía existir, en algún extremo del universo, pero nadie ha oído nada de ellos desde hace mucho tiempo, y…

—Espera un momento. Me he perdido. Los Kusereen, los Zygeron, los Theluvara…

—Lleva tiempo aprenderlo todo. Estuve completamente confundido lo menos durante diez años. Hay millones de razas, prácticamente cada sol tiene planetas, y los planetas están habitados, incluso aquellos en los que nadie pensaría que puede existir vida porque su sol es demasiado caliente o demasiado frío. Pero hay vida igualmente. En todas partes. Como en Luüliimeli, donde viven los Thikkumuuru, un planeta de la gran estrella azul Ellullimiilu, que es como un horno, donde el suelo se funde. Pero a los Thikkumuuru eso no les importa, porque no tienen carne, son como espíritus, ¿sabes?

—El Gigante Azul —dijo Elszabet, casi para sí misma—. Sí.

—Y los Kusereen. Estábamos hablando de su plan: todo el tiempo quieren nuevas razas, quieren que la vida se mueva de mundo en mundo para que nada se haga viejo, nada se vuelva rancio, y haya siempre cambio y renacimiento. Por eso siguen manteniendo contacto con las razas jóvenes. Como nosotros, que sólo tenemos un millón de años, y eso para ellos no es tiempo ninguno. Pero ahora quieren que vayamos con ellos y vivamos con ellos e intercambiemos ideas, y saben que tiene que ser pronto, porque hemos tenido grandes problemas aquí, pues siempre estamos a punto de matarnos o aniquilarnos, y ésta es la última oportunidad. Así que van a hacer el Cruce y…

—¿Hay guerras entre esas razas? ¿Se pelean por la supremacía?

—Oh, no. No tienen guerras. Ellos están por encima de eso. Las razas que querían hacer la guerra se destruyeron solas hace millones, billones de años. Eso les pasa siempre a las razas guerreras. Las que sobreviven comprenden lo estúpida que es la guerra. De cualquier manera, es imposible guerrear en las estrellas, porque la única forma de llegar de estrella en estrella es haciendo el Cruce, y no se puede cruzar a menos que el mundo que va a hospedarte quiera recibirte y te abra el camino. Así que ¿cómo podría haber una invasión? Una vez, durante la Supremacía Vestish, en el Séptimo Potentastio…

—Espera. Vas demasiado rápido otra vez. ¿Sabes lo que me gustaría hacer? Una lista de todos los mundos, sus nombres, la forma física de la gente que vive en cada planeta. Los meteremos en la computadora. Y después quiero que me cuentes las historias de esos mundos, lo que sepas, las dinastías de razas reinantes y todo eso; tú limítate a hablar y ya lo organizaremos más tarde. ¿Harás eso por mí?

—Sí. Claro que sí. Es importante que todo el mundo conozca estas cosas, para que no se asusten cuando hagan el Cruce. Es importante que sepan del Designio, y cuáles son los Mundos Centro.

Tom se sintió tan contento que pensó que incluso iba a tener una visión allí mismo. Esta mujer. Esta maravillosa mujer. No había conocido nunca a nadie como ella.

—Donde creo que empieza es con los Theluvara, cuando gobernaban el Imperio…

Ella le cogió la mano.

—No, ahora no, Tom. Lo siento muchísimo, pero no tenemos tiempo esta mañana. Tengo que salir y atender a la gente que cuido, a los enfermos. Vamos a suponer que te dejo un día para que pienses, ¿de acuerdo? Y que nos reunimos aquí mañana, y todas las mañanas a la misma hora, hasta que me cuentes todo. ¿De acuerdo?

—Claro. Como quieras, Elszabet.

Llamaron a la puerta. En la pequeña pantalla encima de la puerta Tom vio la imagen de la persona que estaba fuera, una mujer gorda y de rostro dulce, vestida con un jersey rosa pálido. Tom ya la había visto antes.

—Entra, April —dijo Elszabet, y pulsó algo que abrió automáticamente la puerta—. Tom, ésta es April Cranshaw. Es una de las personas que cuido aquí. Pensé que os gustaría conoceros. Da un paseo con ella, creo que os caeréis bien mutuamente.

Tom se volvió hacia la mujer gorda. Parecía muy joven, casi como una niña grande, aunque de hecho debía de ser casi tan mayor como él y era simplemente su carne, como la de un bebé, la que suavizaba las líneas de su cara. Y estaba abierta, más abierta que nadie que hubiera conocido nunca. Lo mismo que Ed Ferguson estaba absolutamente cerrado, esta April estaba abierta. Tom tuvo la sensación de que cuanto necesitaba hacer era tocarla con la punta de los dedos y cada una de las visiones que había tenido se introduciría en ella, tan receptiva era.

Ella parecía saberlo también; lo miraba de forma tímida, temerosa. Mira, quiso decirle Tom, no voy a lastimarte. No soy Stidge. No soy Mujer. No te haré nada malo.

—¿Alguna pega por tu parte, April? —preguntó Elszabet—. ¿Irás con Tom a dar un paseo?

—Si usted quiere… —dijo April, con una suave voz temblona.

—¿Pasa algo malo, April? —Elszabet frunció el ceño.

—¿Puedo decirlo delante de…?

—Adelante. Dímelo.

—Creo que estoy un poco trastornada esta mañana. Sé que quiere que vaya a dar un paseo con él, pero me siento trastornada.

—¿Acerca de qué?

—No lo sé. —Miró en la dirección de Tom—. Por los sueños espaciales. Las visiones. A veces son tan fuertes que ni siquiera sé dónde estoy, doctora Lewis. Si estoy en uno de esos mundos, quiero decir. Y al venir a su oficina…, yo…

—Adelante, April.

—Yo…, se me hace… tan… difícil… pensar…

—¿April? ¿April?

—Va a desmayarse —dijo Tom.

Y se apresuró a recogerla justo a tiempo. Pesaba mucho. Debe de pesar dos o tres veces lo que yo, pensó Tom. Elszabet le ayudó a sostenerla. Juntos la colocaron en el suelo, donde permaneció jadeando. Elszabet se volvió hacia Tom con una sonrisa nerviosa.

—¿Quieres ir a decirle al doctor Robinson que venga, Tom? ¿Sabes quién es? El hombre alto de piel oscura. Dile que venga corriendo, ¿quieres, Tom?