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—De acuerdo. Es un mutante telepático, entonces.

—De cualquier forma, es un fenómeno. Bien… Ahora, refiriéndonos al contenido del material que genera, quizás se trate de una fantasía de su invención, que por virtud de sus habilidades extrasensoriales puede transmitir a cualquier mente susceptible que tenga a su alcance. O por otro lado, quizás es sensitivo a recibir mensajes lanzados telepáticamente por civilizaciones reales de las estrellas.

—Quieres creer en eso, ¿verdad, Elszabet?

—¿Creer en qué?

—En que lo que Tom transmite es real.

—Tal vez sí. ¿Eso te preocupa, Dan?

—Un poco —dijo él, tras estudiarla por un momento.

—¿Crees que me estoy volviendo loca?

—No he dicho eso. Lo que creo es que tienes una poderosa necesidad de descubrir que el Mundo Verde y el planeta de los Nueve Soles y el resto son sitios reales.

—¿Y por eso estoy siendo arrastrada a la psicosis de Tom?

—Y por eso te estás permitiendo aceptar un poco más de lo permisible unas fantasías escapistas.

—Bueno, de todas formas siento lo mismo. Si tú te preocupas por mí, ya somos dos. Pero es un concepto terriblemente atractivo, ¿no, Dan? Todos esos mundos maravillosos poniéndose en contacto con nosotros…

—Peligroso. Seductor.

—Seductor, sí. Pero a veces es necesario dejarse seducir. Tenemos tanta mierda entre las manos, Dan, toda esta pobre civilización nuestra, las ruinas del mundo de antes de la guerra… Todos esos países que solían formar los Estados Unidos, y la anarquía que hay fuera de California, e incluso en su interior, y el sentido que todo el mundo tiene de que las cosas van a ir de mal en peor, a tornarse más y más feas, cada vez más jodidas, que el progreso ha terminado definitivamente y que vamos a caer en la barbarie… No parece extraño que si en mis sueños visito un maravilloso mundo verde, donde todo es hermoso, civilizado y elegante, quiera descubrir si existe de verdad o no, ¿eh? ¿Y si pronto vamos a poder ir a ese mundo verde, y vivir allí? Es una fantasía tan increíble, Dan… Seguramente necesitamos fantasías de este tipo que nos sostengan.

—¿Ir allí? —dijo Robinson, sorprendido—. ¿Qué quieres decir?

—Ah, no te lo había contado. Es lo que dice Tom; lo oirás cuando te deje la cinta. Es un concepto apocalíptico: los Últimos Días están al llegar, y vamos a dejar nuestros cuerpos…, son sus palabras, dejar nuestros cuerpos…, y nos trasladaremos a los mundos de los sueños espaciales y viviremos allí por siempre jamás, amén.

—¿Eso es lo que está predicando? —se asombró Robinson.

—Sí. Lo llama el Tiempo del Cruce.

—Lo contrario de lo que dicen los brasileños del vudú. Según ellos, los dioses van a venir a nosotros. ¿No nos lo contó así Leo Kresh? Mientras que Tom…

El teléfono de Elszabet emitió un breve blip.

—Discúlpame —dijo.

Y miró a la pared de datos para ver quién llamaba. El doctor Kresh, de San Diego. Ambos intercambiaron miradas de sorpresa.

—Hablando del diablo… —murmuró Elszabet, y pulsó el interruptor.

La cara de Kresh apareció en la pantalla. Había regresado al sur a fines de la semana pasada, y parecía que había habido algunos cambios desde su visita al Centro Nepente; estaba extrañamente intranquilo, alborotado, excitado.

—Doctora Lewis, me alegra encontrarla. Ha habido un desarrollo sorprendente…

—El doctor Robinson está aquí conmigo.

—Bien, querrá oír esto.

—¿Qué sucede, doctor Kresh?

—Es una cosa de lo más sorprendente. Especialmente después de las ideas que el doctor Robinson propuso cuando estuve ahí. Me refiero a la relación con el Proyecto Starprobe. ¿Sabían ustedes que hay una estación en Pasadena que ha estado sintonizada todos estos años para recibir señales de la Starprobe? Está controlada por la gente del Cal Tech, y no sé cómo han conseguido mantenerla por si se daba el caso de…

—¿Ha habido una señal? —dijo Robinson.

—Empezó a recibirse anoche. Como sabe, doctor Robinson, la hipótesis Starprobe se me había ocurrido independientemente, y en el curso de mi investigación supe de la instalación de Cal Tech y establecí contacto con ella. Así que cuando la señal empezó a llegar, pues… Verán, es una transmisión de 1390 megaciclos por segundo; nos llega de Próxima Centauri por medio de una serie de relés previamente establecidos a intervalos de…

—Por el amor de Dios —estalló Robinson—, ¿va a decirnos de una vez de qué se trata o no?

—Lo siento. Compréndanme, ésta ha sido una experiencia muy confusa para mí…, para todos. —Kresh parecía cortado. Contuvo la respiración—. Pondré las imágenes en la pantalla. Sabrán ustedes que la Starprobe estaba programada para entrar en el sistema de Próxima Centauri, buscar planetas que pudieran ser habitables, ingresar en la órbita de los que encontrara y posarse en la atmósfera de cualquiera que mostrara claros indicios de formas de vida. Las nueve horas de transmisión que han llegado hasta el momento cubren de hecho un período de unos dos meses. Esto es Próxima Centauri, vista a una distancia de 0,5 unidades astronómicas.

Kresh desapareció de la pantalla. En su lugar surgió la imagen de una estrella roja pequeña y pálida. Otras dos estrellas, mucho más brillantes, eran visibles en una esquina de la pantalla.

—La enana roja es Próxima —dijo Kresh—. Las otras son sus compañeras, Alfa Centauri A y B, que son similares en su espectro a nuestro sol. La gente del Cal Tech me dijo que las tres estrellas parecen tener sistemas planetarios. Sin embargo, la Starprobe encontró más interesantes los planetas de Próxima, y así…

En la pantalla apareció una bola informe de color verde.

—Dios mío —murmuró Robinson.

—Éste es el segundo planeta del sistema de Próxima Centauri, situado a 0,87 UA de la estrella. Próxima Centauri, me han dicho, está sujeta a fluctuaciones que podrían ser peligrosas para las formas de vida cercanas. Pero la Starprobe detectó signos de vida en Próxima Dos y se autoprogramó para un acercamiento planetario.

En la pantalla aparecieron nieblas densas, impenetrables. Verdes.

Verdes.

—Oh, Dios mío —repitió Robinson.

Elszabet estaba sentada, tensa, con los puños apretados, mordiéndose el labio inferior.

Otra toma. Bajo el manto de nubes.

Kresh volvió a hablar:

—Verán que aunque Próxima Centauri es una estrella roja, el manto de nubes es tan denso que desde la superficie del planeta parece verde. La capa de nubes, según me dijeron los de Cal Tech, crea una especie de efecto invernadero que mantiene la temperatura del planeta dentro de un rango que se adecúa al metabolismo de los seres vivientes, a pesar de la baja energía de la estrella Próxima Centauri.

Otra toma. Una órbita baja, virtualmente por debajo de las nubes. Las cámaras de alta resolución comenzaron su trabajo. Un cambio de foco. Entonces, nuevas imágenes, fantásticamente detalladas. Un hermoso paisaje, colinas verdes, brillantes lagos verdes. Más abajo, edificios, misteriosas estructuras de perturbador diseño alienígena: ángulos insospechados, retorcidas arquitecturas. Otro incremento en la capacidad de la cámara. Unas figuras se movían por un prado: eran altas y estilizadas, de frágil aspecto, con cuerpos cristalinos brillantes como espejos, grupos de ojos facetados en cada uno de los cuatro lados de sus cabezas en forma de diamante.

—Dios mío —repetía Robinson una y otra vez.