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—Mala suerte. El Tiempo del Cruce está ya casi aquí. Mal momento para que te maten: te pierdes todo el esplendor, la redención…

—El baño no te ha cambiado lo más mínimo, ya veo —comentó Charley, sonriendo—. El mundo verde y el planeta Lolymoly y todo lo demás. Eso está bien. Nosotros también soñamos con las visiones. Lolymoly y todo. Mujer, Buffalo y yo. Stidge dice que él no. ¿Verdad, Stidge? Nunca has tenido una visión, ¿no, bastardo amargado?

—¿Por qué no me dejas en paz, Charley? —dijo Stidge—. Si no hubiera sido por mí, habrías muerto junto con Tamal y Choke.

—Eso es cierto. Stidge nos salvó, ¿sabes, Tom? Es muy rápido con el cuchillo. Teníamos a esos tres vigilantes encima y Stidge se las arregló para deslizarse por detrás y… —Se encogió de hombros—. Han sido dos semanas muy duras, Tom. Te hemos echado de menos.

—Apuesto a que sí.

—No. En serio. Eras nuestra suerte, Tom. Mientras estabas con nosotros, todo salía bien. Todas esas locuras tuyas, tus visiones, tus mundos, eran como un encantamiento. Nos metíamos en líos y salíamos ilesos. Desde que te marchaste con aquel helicóptero, ha sido una ruina. Frieron a tiros a Tamal y a Choke. Ni siquiera se molestaron en preguntar. Por eso hemos vuelto, Tom.

—¿Por qué?

—Por ti. Nos vamos al sur, a México posiblemente, a pasar el invierno. Las lluvias llegarán de un momento a otro. Nos internaremos en el desierto, rodearemos San Diego y llegaremos hasta Baja. Ven con nosotros, ¿vale? Ahora tenemos sitio de sobra en la furgoneta.

—El Cruce ya está casi aquí, Charley. Ahora no tiene sentido ir a México o a ningún otro sitio. Dentro de un par de semanas todos estaremos en el cielo.

Pudo oír la risita de Stidge. Mujer murmuraba.

—¿Y qué? Demonios, puedes hacer el Cruce desde Baja, ¿no? Y estaremos bastante más calentitos mientras tanto.

—Voy a quedarme aquí, Charley.

—¿En el maldito Centro?

—Sí. Hay gente a la que quiero ayudar. Quiero guiarles cuando llegue el Tiempo del Cruce. Pero te diré lo que puedes hacer. Si te quedas, te ayudaré también. Fuiste bueno conmigo. Quiero que seas de los primeros en cruzar. Quédate aquí, en el bosque, en la furgoneta, y vendré a por ti cuando empiece, ¿de acuerdo? Te lo prometo. Déjame que ayude a Ferguson, y a April, y a la doctora Elszabet y a los otros, y entonces volveré a ayudarte. Sólo falta una semana, Charley. Puede que incluso menos.

—Si le quieres —intervino Mujer—, déjanos que le metamos en la furgoneta y larguémonos, ¿me oyes, Charley?

Charley negó con la cabeza.

—No. No quiero eso. Ven con nosotros, Tom.

—Ya te lo he dicho. Tengo cosas que hacer.

—¿Sabes lo que va a pasarte si te quedas aquí? Vas a ser aplastado por ese ejército de lunáticos que viene en esta dirección. Estarán aquí dentro de un par de días, todos ellos, y cuando lleguen, harán trizas este lugar.

—No entiendo de qué me hablas, Charley.

—¿No te lo ha dicho nadie? Lo oímos hace un par de días. Alrededor de millón y medio de fanáticos van camino del Polo Norte, según dicen. Van a encontrarse con Dios, o algo parecido. Empezaron en San Diego, y han ido recolectando gente a lo largo de toda la costa. Vienen derecho hacia aquí como una plaga de langosta, arrasando todo lo que hay a la vista. Ésa es la razón de que nos vayamos. Éste no es un buen sitio para ti, Tom. Ven con nosotros. Nos marcharemos por la mañana.

—No importará lo que suceda aquí cuando empiece el Cruce.

—Escucha, es una especie de rebelión ambulante, una auténtica vorágine. Un tipo como tú no querrá mezclarse en una cosa así…

—No importará. Mira, tengo que regresar. Quiero lavarme, cenar y charlar con unas cuantas personas. Ven al Centro conmigo, ¿vale? Te tratarán bien. Son muy amables. La doctora Elszabet te recibirá igual que a mí. Así todos estaremos juntos cuando empiece el Cruce. ¿Qué dices, Charley?

—No, no hay nada que hacer. Nos marchamos. Ese sitio no será recomendable cuando llegue la marcha. Ven con nosotros a darnos otra vez buena suerte, Tom…

—El lugar de la buena suerte está aquí.

—Tom…

—Tengo que irme.

—Piénsalo. Acamparemos aquí por esta noche. Estaremos aquí por la mañana, si vuelves. Puedes ir al sur con nosotros.

—Si lo quieres, déjanos que lo agarremos —repitió Mujer.

—Cierra el pico. ¿Hasta mañana, Tom?

—Ven al Centro mañana. O esta noche. Se come bien.

Se dio la vuelta y se internó en las sombras.

Ahora estaba mucho más oscuro. Definitivamente iba a llover, aunque posiblemente no hasta la mañana. ¿Iban a correr detrás de él para atraparle? No, pensó. Charley no era así. Charley tenía una especie de código de honor. Tom sintió lástima por los saqueadores. «Ven con nosotros, sé nuestra buena suerte». Sí. Pero no podía. Su sitio estaba aquí.

Tal vez por la mañana volvería a intentar convencerles para que se quedasen. Esperaba que no intentaran atraparlo entonces. Apartarle de sus nuevos amigos, antes de que pudiera ayudarles, ahora que el Cruce estaba tan cerca… Eso no estaría bien. Tendría que pensar en el asunto.

El regreso al complejo principal del Centro le llevó veinte minutos. Entró en su cabaña, se dio una ducha y se sentó durante un rato en el suelo con las piernas cruzadas, junto a la cama, meditando. Luego se dirigió al comedor. Ed Ferguson, el padre Christie, la maravillosa y artificial Aleluya, la gorda April estaban allí, sentados alrededor de una de las mesas.

Ferguson todavía resplandecía por efecto de la visión. Tom se alegró al pensar que solamente con tender las manos había permitido a ese hombre el goce de una de las maravillas. Se acercó al grupo.

—Nos ha dicho que le has dado un sueño espacial —dijo Aleluya.

—Le mostré cómo abrirse a una visión, sí. ¿Puedo sentarme con vosotros?

—Aquí —invitó el padre Christie—. Siéntate aquí, a mi lado. Eres una persona notable, Tom, ¿lo sabías?

—Quería ayudarle.

—¿Cómo lo hiciste? —preguntó Aleluya.

—Hablé con él un rato. Le mostré el poder que hay en su interior. Eso fue todo.

—Es sorprendente. Ahora parece otro.

—Se parece a sí mismo. Ése es su auténtico yo, que ha estado siempre con él. Todos estamos convirtiéndonos en nosotros mismos. Pronto estaremos completos.

Éste es el momento, pensó. Habíales del Cruce. Cuéntales ahora.

—¿Sabes? Me das miedo —dijo April con su vocecita tímida.

Estaba sentada al otro extremo de la mesa, apartándose de él como si temiera contagiarse de alguna rara enfermedad. Temblaba y tenía la cara roja. Tom esperaba que no fuera a desmayarse de nuevo.

—¿De veras? —preguntó.

—Tienes las visiones en tu interior, ¿no? Como un poder agazapado. Puedo sentirlo cuando estoy cerca de ti. Los otros mundos bullen. Me da miedo. Los otros mundos, ya sabes, son maravillosos. Pero me da miedo. Desearía que nada de esto estuviera sucediendo.

—No, hija —dijo el padre Christie—. Lo que está sucediendo es la inminencia del advenimiento de nuestro Señor sobre la Tierra. No hay nada que temer. Éste es el momento que hemos estado esperando desde hace más de dos mil años.

Tom miró a Ferguson, que sonreía, muy remoto, sumido en su felicidad.

—No tengas miedo —le dijo a April—. El padre Christie tiene razón. Lo que está a punto de pasar es algo maravilloso.

—No comprendo.

—Sí —intervino Aleluya—. ¿De qué hablas?

Tom los miró uno a uno. De acuerdo, pensó. Éste es el momento. Por fin el Tiempo ha llegado. Que empiece.