—Es una larga historia —dijo.
Y empezó a hablarles de las cosas maravillosas que iban a pasar. Empezó a hablarles del Cruce.
2
—Las últimas estimaciones de las autoridades del condado calculan el número en trescientos mil. La mujer con la que hablé me dijo que la cifra podía variar en cincuenta mil más o menos, pero que no había esperanza de conseguir controlarlos, porque avanzan abarcando gran cantidad de terreno, y es difícil saber cuántos marchan en cada vehículo. Creo que todos ustedes comprenden que incluso aunque sean cien mil menos de lo que se estima, tenemos en las manos un grave problema.
—¿Qué te hace pensar que van a pasar por aquí? —preguntó Dante Corelli.
Elszabet inspiró fuertemente. Se sentía aturdida. Las visiones aparecían ahora con frecuencia alarmante. Hacía sólo una hora que los Nueve Soles habían aparecido al completo en su cerebro, esta vez ricamente detallados y en orden secuencial, no sólo la gran forma ciclópea contra el paisaje rocoso sino un completo y elaborado rito que envolvía seres de distintos tipos planetarios, casi como un ballet. Y al mirar las caras de su staff alrededor de la mesa de conferencias, supo que lo mismo les debía de estar pasando a ellos. Dante, Patel, Waldstein, incluso Dan Robinson, que había tenido tantos problemas para experimentar los sueños, todo el mundo era completamente receptivo ahora, todos estaban siendo bombardeados por las vividas imágenes de los extraños mundos.
—Tienen que pasar razonablemente cerca —dijo—. Donde ahora se encuentran, no tienen muchas opciones para dirigirse al norte. No se puede dirigir a miles de coches, camiones y autobuses por un bosque. Empezarán a evitar las montañas, lo que les llevará a acercarse a la costa. Ya es demasiado tarde para que se dirijan tierra adentro y suban por el camino de Ukiah, porque no hay carreteras decentes que una multitud tan grande pueda usar para cruzar las montañas desde donde están ahora. Así que no pueden evitar tomar la dirección de Mendocino, y de la manera en que avanzan, es muy probable que se metan en nuestras tierras. Quizás algunos, o puede que la horda completa. Lo que quiero hacer es levantar una muralla de energía a lo largo de la cara oeste de nuestra propiedad, para que cuando lleguen tengan que encaminarse hacia el océano.
—¿Tenemos equipo para eso? —preguntó Bill Waldstein.
—Acabo de hablar con Lew Arcidiacono. Dice que probablemente sí, o al menos el suficiente para protegernos en la dirección de Mendocino. Lo que tendríamos que hacer es ir moviendo el equipo de un lado a otro a lo largo de todo nuestro perímetro occidental hasta que esa gente del tumbondé haya pasado de largo.
—Para hacer eso necesitaremos a todo el personal —dijo Dan Robinson.
—Más que al personal. Lew dice que necesitaremos docenas de personas, algunas para vigilar, otras para cargar el equipo y hacer funcionar los generadores. Eso va a requerir a todo el mundo.
—¿También a los pacientes? —preguntó Dante Corelli.
Elszabet asintió.
—Puede que tengamos que usar a algunos.
—No me gusta.
—Los más estables. Pongamos por caso a Tomás Menéndez, Philippa, Martin Clare, el padre Christie y tal vez a Aleluya.
—¿Aleluya es estable? —preguntó Waldstein.
—Cuando tiene un buen día sí. Piensa en lo fuerte que es. Podría llevar un generador en cada mano. Podríamos inyectar una dosis de veinte miligramos de tranquilizante a los pacientes.
—Además —dijo Naresh Patel—, si todo el staff tiene que permanecer en primera línea, sería buena idea que los pacientes estuvieran allí para que podamos vigilarlos mientras dure la emergencia.
—Buen argumento —dijo Robinson—. No podemos dejarlos solos mientras levantamos la muralla de energía.
—¿Estás segura de que esos feroces salvajes van a pasar por aquí, Elszabet? —preguntó Waldstein.
—No son necesariamente salvajes ni feroces. Pero hay un montón de ellos, están en el condado y vienen en esta dirección, Bill. ¿Te gustaría confiar en que van a ser tan amables como para rodearnos sin quebrar ni una hoja de hierba? A mí no. Prefiero arriesgarme a malgastar esfuerzos en protegernos que cruzarnos de brazos y descubrir que estamos justo en mitad de su camino.
—De acuerdo —dijo Dante Corelli.
—Creo que no tenemos otra opción —comentó Dan.
—Parece que eres el único que tiene serias dudas, Bill…
—No es eso. Me pregunto si todo esto es realmente necesario. Pero tienes razón en que hay un riesgo real, y que será mejor que tomemos las precauciones que podamos. Sin embargo, me gustaría saber algo más. Mientras estamos atareados repeliendo esa potencial invasión, ¿qué vamos a hacer con ese Tom tuyo?
—¿Tom?
—Ya sabes, tu amigo el psicótico, el de la mirada fiera que nos ha estado llenando la cabeza con sus locuras. ¿Crees que es seguro dejarlo suelto?
—¿Qué quieres decir, Bill?
—Que no podemos funcionar efectivamente si tenemos alucinaciones cada noventa minutos. Ésa ha sido mi experiencia de los últimos dos o tres días, y creo que todo el mundo puede informar sobre lo mismo. Salimos de los Nueve Soles para entrar en el Mundo Verde, y de ahí a los planetas de Estrella Doble. Tenemos un telépata poderoso y peligroso en nuestra cercanía, que está jugando con nuestras mentes. Estamos completamente a su merced. Y si ahora hay realmente una crisis auténtica marchando hacia nosotros…
—Tom no es un psicótico —dijo Robinson—. Y no son alucinaciones.
—Ya sé. Son noticiarios de otros planetas, ¿no? Venga ya, Dan…
—¿Cómo puedes dudarlo, a estas alturas?
—¿Hablas en serio?
—Bill, viste el material que nos envió Leo Kresh, todas esas fotos de la sonda Starprobe. Ahora tenemos pruebas incuestionables de que al menos el Mundo Verde existe. Seguro que tras haber visto el material no intentarás discutir el hecho de que lo que hemos venido llamando el sueño del Mundo Verde es una vista detallada y exacta de uno de los planetas de la estrella Próxima Centauri. Y Tom, lejos de ser psicótico, dispone de algún medio telepático para recoger las imágenes de distantes sistemas solares y relanzarlas a otras mentes en una amplia gama geográfica.
—Eso es una mierda.
—Bill, ¿cómo puedes…? —dijo Elszabet.
Waldstein se volvió fieramente hacia ella, con la cara roja.
—¿Cómo sabemos que esas imágenes vienen de Próxima Centuari? ¿Cómo sabemos que Tom no tiene forma de juguetear con los receptores del Cal Tech de la misma manera en que juguetea con nuestras mentes? Te concedo que sea un telépata con habilidades asombrosas, pero no que capte planetas situados a docenas de años luz de distancia. Todo este asunto es una fantasía suya de arriba abajo, y la está transmitiendo a millones de personas. Yo mismo me siento invadido. Creo que es una amenaza, Elszabet.
—Pues yo no. Creo que sus visiones son genuinas y que la Starprobe lo confirma. Está sintonizado con el cosmos, y está abriéndonos el universo de la manera más sorprendente.
—¡Elszabet!
—No, no me mires así, Bill. No estoy loca. He pasado horas hablando con él. ¿Y tú? Es un hombre santo y agradable, con el poder más fantástico que ningún ser humano haya tenido jamás. Y si lo que me ha dicho es verdad, sus poderes están alcanzando el punto en que será posible que seres humanos viajen instantáneamente a los mundos que hemos estado viendo en nuestras… visiones. Tom dice que vamos a ir a…
—¡Por el amor de Dios, Elszabet!
—Déjame terminar. Dice que el tiempo está al llegar. El Tiempo del Cruce, así es como lo llama, cuando nuestras mentes salten por el espacio hacia otros mundos. Todos abandonaremos la Tierra. La Tierra está acabada. El universo nos llama. ¿Suena a locura, Bill? Por supuesto que sí. Pero… ¿y si es verdad? Ya tenemos la evidencia de las fotos de la Starprobe. No creo que Tom sea un loco, Bill. Es un individuo perturbado en algunos aspectos, sí, ha sido sacudido por esa enorme carga que lleva en su interior, está bastante descentrado, pero… no está loco. Puede que sea capaz de abrirnos todo el universo. Eso es lo que creo, Bill.