Waldstein parecía sorprendido. No dejaba de menear la cabeza.
—Oh, Dios, Elszabet…
—Así que la respuesta a tu pregunta es: no, no creo que tengamos que retener a Tom de ninguna forma mientras pasen los tumbondé. Después de eso, creo que sería una buena idea que dedicásemos toda nuestra atención a estudiar a Tom, ¿de acuerdo? Y a menos que haya serias objeciones, me gustaría regresar al tema de cómo podemos prepararnos para la posibilidad de que cientos de miles de intrusos puedan…
—¿Puedo decir una cosa más, Elszabet?
—Adelante, Bill.
—Con Starprobe o sin ella, aún no estoy convencido de que ese hombre sea un contacto genuino con planetas extraterrestres. Pero si lo es, y si el Cruce de que hablas es posible de alguna forma, entonces creo que no deberíamos encerrarlo. Creo que deberíamos matarlo inmediatamente.
—¡Bill!
—Quiero decir exactamente eso. ¿No veis el peligro? Suponed que realmente puede hacerlo, que envía las mentes de todos los que alguna vez han tenido un sueño espacial a otros planetas…, dejando atrás ¿qué, carcasas vacías? ¿Borrar de un plumazo a toda la raza humana, despoblar el planeta? ¿No os preocupa en lo más mínimo esa idea? Jesús, no puedo creer que esté aquí discutiendo en serio esta locura.
»Un último comentario: Tom está loco y es peligroso para la salud mental de todo el mundo por su habilidad para transmitir alucinaciones, o está cuerdo y es peligroso para la vida porque es capaz de vaciar el mundo. ¿De acuerdo? ¿De acuerdo? Sea como fuere, supone una amenaza.
—Tengo una propuesta —dijo calmosamente Naresh Patel—. Dediquemos ahora todas nuestras energías a defender el Centro contra los intrusos. Después, examinemos a Tom para intentar determinar la naturaleza y el alcance de sus habilidades; y si entonces parece aconsejable tomar medidas protectoras, podemos considerarlas en su momento.
—Lo apoyo —dijo Dan Robinson.
—¿Bill?
Waldstein hizo un gesto de resignación.
—Como queráis. Espero que salga para Marte dentro de media hora. y que os lleve a todos con él.
3
Ferguson no durmió en toda la noche. Permaneció todo el tiempo despierto, con la cabeza repleta de maravillas. Los sueños espaciales venían por parejas, por tríos. No estaba seguro de poder llamarlos sueños, ya que no dormía, pero veía los otros mundos girando bajo sus soles de muchos colores. Veía extrañas e intrincadas criaturas deambulando, hablando en idiomas que ningún oído humano había oído nunca. Veía brillantes ciudades maravillosas de extraño diseño. Y veía, veía, veía…
Un par de veces sollozó en la oscuridad, tan hermosas eran las cosas que veía.
—¿Estás bien? —le preguntó Tomás Menéndez desde el otro extremo de la habitación.
—Las visiones no cesan.
—¿Ves a Chungirá-el-que-vendrá? ¿Y a Maguali-ga?
—Lo veo todo. Es la cosa más sorprendente que me ha pasado en la vida.
—¡Hijos de puta, estoy intentando dormir! —se quejó Nick Doble Arcoiris en la oscuridad.
—Estoy teniendo visiones…
—Al carajo tus visiones.
—Es el gran momento —dijo Tomás Menéndez—. Pronto se abrirá la puerta. Ahora debes llenar tu corazón de amor, Nick, y dejar que los dioses vengan. Como hace Ed. ¿Ves lo feliz que es ahora?
Los Nueve Soles resplandecían en la mente de Ferguson. Una cosa gigantesca de extraño aspecto, con un ojo brillante sobre la cabeza, se volvió hacia él y le tendió una infinidad de manos y le llamó por su nombre. Entonces la imagen desapareció, y vio un paisaje diferente, un sol blanco en el cielo, y otro amarillo, y seres todavía más extraños que parecían desplazarse en automóviles hechos de agua. Y luego…
Esto no va a parar, pensó Ferguson. ¿No querías tener sueños espaciales, chico? Bueno, pues aquí los tienes.
La alegría lo inundó y las lágrimas anegaron otra vez sus ojos. No había llorado tanto en toda su vida. No podía parar, era como una fuente. Pero aquello era bueno. Las lágrimas lavaban su alma. Le hacían bien. Tom había tocado algo en su interior, lo había abierto, y ahora las lágrimas corrían por él, llevándose toda clase de antiguas impurezas. Deberían verme ahora, pensó. Todos los que me conocían en Los Angeles no podrían creerlo. El pobre Ed se ha vuelto loco. Llora todo el tiempo… y le gusta. Pobre Ed. Pobre loco.
Mira, ésa es la estrella azul, la que es tan caliente que funde el suelo. Y la ciudad flotante. Y la gente brillante y fantasmal. ¡Maravilloso! ¡Maravilloso!
Su almohada estaba empapada por las lágrimas.
Dios, se sentía bien. Llora todo lo que quieras, se dijo. Límpiate. Lo que te esté pasando está bien. Deja que pase. Como Tom había dicho: «Por una vez, deja que todo se vaya, deja que todo se abra. Deja que la gracia venga a ti».
No podía seguir tumbado. Se levantó, caminó por la habitación, se apoyó en la puerta, en el lavabo, en cualquier cosa que pudiera sujetarlo. El mundo oscilaba. Él giraba, giraba. Sería tan fácil dejarse llevar flotando al espacio…
—Es maravilloso, ¿verdad? —Tomás Menéndez se había puesto en pie tras él—. Los dioses se manifiestan. Chungirá-el-que-vendrá llegará a la Tierra, o tal vez nosotros iremos a Chungirá, no lo sé bien. Pero todo cambiará.
—Cierra el maldito pico —gruñó Nick Doble Arcoiris.
Ferguson sonreía.
—Ahora veo el sol rojo y el azul, y un puente de luz entre ellos. ¡Cristo, el sol azul abarca medio cielo!
—Es la visión de Chungirá —dijo Menéndez—. Ven, vamos a salir. Deja que Chungirá entre en tu alma bajo las estrellas.
—Una gran muralla de piedra blanca —murmuró Ferguson—. Es lo que vio Lacy. Y Aleluya. Y ahora yo. La cosa dorada con cuernos…
Menéndez lo sostenía por los hombros y lo guiaba por el corredor hacia la salida. A Ferguson no le importaba. Habría ido a donde Menéndez hubiera querido llevarlo. Sólo veía el gigantesco sol rojo, radiante y pulsátil, y el sol azul a su lado, resonando en su mente como un gong, un arco de luz centelleante surcando los cielos, y al ser maravilloso con cuernos, que le llamaba y le tendía los brazos.
Siguió a Menéndez al exterior del edificio. El aire olía diferente: claro, fresco, nuevo. Unas leves gotitas de humedad le salpicaron las mejillas. La estación de las lluvias había empezado durante la noche; una lluvia dulce, agradable, caía suavemente. Tras todos los meses de sequía, Ferguson casi había olvidado cómo era la lluvia. Pero aquí estaba finalmente. Muy bien, pensó. Me quedaré aquí, bajo la lluvia, limpiándome también por fuera. Le pareció que ya era de día, pero no acusaba el no haber dormido. Su mente estaba alerta, activa, completamente despejada. El ser cornado repetía el mismo movimiento: se volvía, levantaba los brazos, se volvía de nuevo. Y así una y otra vez.
Ferguson veía el edificio del personal, las oficinas y los grandes árboles más allá, pero todo eso le parecía insustancial, casi transparente. Lo que tenía auténtica sustancia y densidad era el brillante bloque de piedra y la gran figura sobre él. Alzó la cara y dejó que la lluvia corriera por su frente. No tenía idea de cuánto tiempo permaneció allí. Un minuto, una hora, ¿quién podía decirlo?