Entonces la visión desapareció y el mundo real, sólido, visible, retornó. Ferguson miró alrededor, sintiéndose un poco confuso.
Estaba delante del porche de los dormitorios junto a Tomás Menéndez. Llovía débilmente. El cielo era gris, pero ya empezaba a aclarar. Una figura con un impermeable amarillo vino corriendo. Era Teddy Lansford.
—¿Es ya la hora del tratamiento? —preguntó Ferguson.
—Hoy no habrá barrido —repuso Lansford.
—¿Bromeas?
—Hoy no hay. Para nadie. Órdenes de la doctora Lewis.
—¿Por qué? ¿Qué tiene hoy de especial? —quiso saber Ferguson.
Pero ya Lansford se había marchado. Se dio la vuelta y vio a otras figuras salir del dormitorio: April, Aleluya, Philippa y algún otro, se arremolinaban para asegurarse de que realmente estaba lloviendo.
—¡No hay tratamiento hoy! —anunció—. ¡Es fiesta!
—¿Por qué? —preguntó April.
—Lo dice la doctora Lewis —contestó Ferguson, encogiéndose de hombros.
Esto inició una excitada discusión. Ferguson permaneció al margen, sin apenas escuchar. No le importaba. Lo que le había sucedido no podría ser borrado. Si le borraban las visiones, otras nuevas vendrían. Ahora era completamente diferente. Había cambiado para siempre. Tanto mejor si hoy no había tratamiento, porque quería pensar, analizar lo que le había sucedido ayer, cómo Tom lo había cambiado. Ferguson no quería perder el recuerdo de cómo Tom lo había tomado de las manos y lo había abierto a las visiones. Lo importante no era lo que había pasado sino quién era él ahora, alguien distinto del que había sido el día anterior.
Se apoyó contra la pared del porche. El viento lo salpicó de lluvia, pero no se movió. Le gustaba la lluvia. Era la primera de la estación y no estaba demasiado fría.
Dante Corelli surgió de entre la niebla. Parecía que tampoco había dormido en toda la noche. Llegó corriendo hasta el porche y batió palmas.
—¡Oídme todos! Acercaos al comedor a desayunar, y luego reuníos en el gimnasio. ¡El tratamiento ha sido cancelado hoy!
—¿Qué pasa, Dante? —preguntó Aleluya.
—Un pequeño problema sin importancia. Una especie de marcha se dirige hacia nosotros, miles de personas que vienen de San Diego. Es una especie de culto religioso, según he oído. Se supone que hoy van a atravesar Mendocino, pero algunos pueden desviarse, colarse aquí y causar problemas. Así que vamos a levantar murallas de energía alrededor del Centro para mantenerlos fuera. Eso es todo. Nada de lo que preocuparse, no hay motivo de alarma, pero no va a ser un día como los demás.
—¡Es el Senhor! —murmuró Tomás Menéndez, que estaba junto a Ferguson—. ¡Está aquí!
—¿Cómo dices?
—¡Ha venido aquí porque éste es el Séptimo Lugar!
—¿Quién? —preguntó Ferguson.
Pero Menéndez se dio la vuelta y regresó al dormitorio sin contestarle, muy excitado. Bueno, está bien, pensó Ferguson. Como dice Dante, va a ser un día bastante extraño.
—Recordad —dijo Dante, antes de volver al edificio principal—. Desayuno de inmediato y luego al gimnasio.
Ferguson fue a vestirse. El padre Christie le siguió.
—¿Cómo te sientes esta mañana, hijo?
—No he dormido. Toda la noche he estado viendo cosas fantásticas.
—Pero… ¿estás bien?
—Mejor que nunca, padre. Esas visiones, las cosas que he visto… No sé…, no puedo dejar de llorar de felicidad… ¿Ve? Ya empiezo otra vez.
—No te preocupes —dijo el sacerdote. De pronto, también él se echó a llorar—. Éstos son días grandes, los días de la profecía, cuando Él llegará para juzgar nuestras obras. He estado despierto toda la noche, ¿sabes? Leyendo la Biblia. Hacía mucho que no lo hacía. El Apocalipsis de San Juan, una y otra vez. El Cordero nos alimentará y nos guiará. Dios secará todas las lágrimas de nuestros ojos. Pero primero debemos llorar, para que Él pueda hacerlo, ¿no?
—Nunca he sabido llorar, padre. Pero ahora parece que no puedo dejar de hacerlo.
—Sigue. Llora todo lo que quieras. Éste es el día en el que se abrirá el séptimo sello, y los siete ángeles harán sonar las siete trompetas. Créeme, hijo. No eres católico, ¿no?
—¿Yo? No.
—Eso no importa. Te bendeciré igualmente cuando llegue el momento. ¿Cómo podría uno negarle a alguien la bendición hoy?
—¿Qué va a pasar hoy? —Ferguson se sentía muy tranquilo, relajado.
—El Omega y el Alfa —dijo una voz al otro lado del salón—. El fin y el principio.
Ferguson sintió nuevas visiones recorriendo su mente. Mundos brillantes brotaban y surgían en su interior.
—¿Eres tú, Tom?
—Éste es el día en que empezará —dijo Tom, acercándose—. Es el tiempo del Cruce. Siento el poder, la fuerza en mi interior. ¿Querrías ser el primero, Ed?
—¿Yo? ¿En qué?
—En hacer el Cruce.
—¿Adónde?
—Al Doble Reino, creo. Están deseando recibirte. Puedo sentir su deseo. Los dos soles, el rojo y el azul, arden hoy en mi corazón.
Ferguson advirtió que April y Aleluya se les habían acercado.
—Tenemos que desayunar, y luego hay que ir al gimnasio —dijo, de modo ausente.
Los ojos de Tom estaban fijos en los suyos.
—Acepta el Cruce, Ed. Alguien tiene que ser el primero, y tú eres el elegido. Abre el camino para el resto de nosotros. Una vez se realice el primer Cruce, los siguientes serán más y más fáciles. ¿Querrás hacerlo, Ed? ¿Ahora?
—Quieres que yo… vaya… a otra estrella…
—Dejarás este cuerpo, sí, por uno mejor en un lugar mejor que éste. Lo corruptible se volverá incorruptible. Lo mortal inmortal. Y la muerte será tragada por la victoria.
—Espera un segundo. —Ferguson lo estudió intranquilo. Todos le rodeaban. Ahora no se sentía flotando, sino pesado—. No estoy seguro. Espera un poco. No estoy seguro de lo que significa todo esto.
—Nadie te obligará.
—Déjame pensar. Déjame pensar.
Apareció Tomás Menéndez. Su cara estaba radiante.
—¡Éste es el día en que vendrá Chungirá!
—Sí —dijo Tom—. Y Ed va a ser el primero en hacer el Cruce a las estrellas. Sé que lo hará. Irá al Doble Reino.
—Irá a Chungirá —dijo Menéndez—. Y ésa será la señal. Y entonces Chungirá vendrá a nosotros. Sí. Sí, lo sé. —Menéndez parecía hablar en trance—. El Senhor está muy cerca. Puedo sentirlo. Venga, enviemos a Ferguson a Chungirá. Luego yo iré al Senhor, le daré la bienvenida. Yo iré a Maguali-ga; yo seré quien abra la puerta. —Cogió a Ferguson por la muñeca—. ¿Estás dispuesto, Ed? ¿Aceptarás?
Ferguson meneó lentamente la cabeza, intentando comprender. Dejaría este cuerpo. Realizaría el Cruce. Iría a otro planeta. Los primeros estertores de miedo empezaron a despertar en su interior. ¿Qué intentaban decir? ¿Qué querían hacerle? ¿Moriría? Eso era lo que significaba dejar el cuerpo, ¿no? No comprendía nada. Por un momento, todos los antiguos resquemores regresaron. Estaban intentando engañarlo, ¿verdad? Querían utilizarlo. Querían hacerle daño.
—¿Voy a morir?
—Tu vida no hará más que empezar —dijo Tom.
April, Aleluya, el padre Christie, Menéndez, Tom le rodeaban, le sonreían, le daban ánimos, le decían que le amaban, que le envidiaban, que le seguirían muy pronto. Pero tenía que ser el primero. Era el que estaba preparado.
¿Es cierto?, se preguntó. ¿Estoy preparado? ¿Cómo lo saben?
—Alguien tiene que ser el primero —dijo Tom.
—Déjame pensar. Déjame pensar.
—Dejémosle pensar —dijo el padre Christie—. No hay que atosigarle.
Ferguson contuvo la respiración. Las visiones comenzaban a producirse otra vez: el Mundo Verde, sus prados resplandecientes. El mundo de luz. Todos los mundos centelleaban en su mente. Grandes seres caminaban de un lado a otro. Querían enviarle allí. Querían que fuera el primero. Sintió el frío nudo de la sospecha aflojarse, desaparecer.