Jill desapareció entre los dos edificios. Dos contra uno a que no la volveré a ver, se dijo. Bien, qué demonios.
Puso el coche en movimiento. Notaba como las ruedas se adherían al terreno, y oyó el ruido característico de succión al liberarse del barro. Alcanzó un camino de grava. Muy bien, tranquilo. Todo lo que tenía que hacer era continuar de esa forma hasta salir de allí.
Pero no había sitio adonde ir. La carretera de grava terminó en una especie de vertedero, y allí no había sino lo que parecía una especie de jardincillo al otro lado, y más allá el bosque. Un callejón sin salida dondequiera que fuese.
Jaspin miró hacia atrás y vio cientos de coches y furgonetas irrumpiendo locamente en el área entre los dos grupos de edificios, y más y más aparecían por el oeste. Los de atrás parecían no darse cuenta de que no había carretera, y continuaban su camino, abalanzándose hacia lo que iba a convertirse en el mayor cataclismo motorizado de la historia de la humanidad.
No tenía sentido volver al camino de grava y unirse a aquel caos. Jaspin abandonó el coche al borde del jardincillo y continuó andando bajo la lluvia hasta alcanzar un enorme árbol. Bajo sus ramas podía permanecer más o menos seco, y tendría una buena perspectiva de la matanza.
Allá abajo, los coches grandes aplastaban a los pequeños Como dinosaurios, pensó Jaspin, exactamente como una manada de dinosaurios en estampida. Vio en medio de todo el autobús del Senhor y el de la Hueste Interna. Las banderas ondeaban en lo alto del autobús de Papamacer, y alguien había colocado las estatuas de Narbail y Rei Ceupassear en los flancos. Las imágenes de cartón piedra empezaban a desfigurarse por la mojadura.
Jaspin deseó haber estado con Lacy y no con Jill. Al menos, así sabría donde estaba. A Jill probablemente no le habría importado, pero al Senhor sí. El Senhor había descubierto que se veía con otra mujer distinta de su esposa escogida por los dioses, y no le había gustado. El propio Bacalhau se lo había dicho a Jaspin: «Si tocas a la pelirroja, el Senhor se enfadará mucho». Así que Jaspin y Lacy se lo habían tomado con calma los últimos dos días. No era aconsejable hacer enfadar al Senhor. Y ahora Lacy estaba perdida en toda esa locura y…
No. Allí estaba, claramente visible, con el pelo rojo centelleando en medio de una multitud de tal vez mil personas, que habían salido de los coches y corrían caóticamente.
—¡Lacy! ¡Lacy!
Ella le oyó. Vio que buscaba en derredor. Jaspin saltó una y otra vez y agitó enérgicamente las manos hasta que ella consiguió localizarle.
—¿Barry?
—¡Sal de ahí! —gritó.
Ella recorrió el camino de grava hacia él, y Jaspin salió a su encuentro. Estaba empapada, con los rizos aplastados. Jaspin la abrazó, intentando confortarla. Tiritaba, no sabía si de miedo o de frío.
—¿Qué ha pasado? ¿Por qué hemos venido aquí?
—Sólo Dios lo sabe. Pero espero que éste sea el Séptimo Lugar, porque no vamos a ir más lejos, eso seguro. Santo Dios, qué catástrofe se avecina…
—¿Sabes qué es este sitio? Es el Centro Nepente, el lugar donde borran los recuerdos. Vi el cartel cuando atravesábamos la verja. Aquí es donde mi antiguo socio Ed Ferguson está sometido a tratamiento.
—Bueno, ahora se acabó —dijo Jaspin—. Dentro de un rato esto va a ser una auténtica ruina. Mira cómo corren de un lado a otro.
—Tengo que encontrar a Ed.
—¿Estás bromeando?
—Tengo que hacerlo. Probablemente está en esa multitud, atontado. Tengo que encontrarle antes de que le lastimen. Vive en una especie de dormitorio.
—Lacy, es una locura bajar ahí.
—Ed puede estar en problemas.
—Pero… ¿merece la pena arriesgarse por él? Creí que habías dicho que era un gusano.
—Era mi socio, Barry. Gusano o no, tengo que intentar encontrarle. No es que le quiera ni me guste, pero no puedo permanecer cruzada de brazos y dejar que rompan en pedazos este sitio con él dentro.
—Igual que Jill. Está por ahí, buscando a su hermana.
—Voy a entrar. ¿Quieres esperar aquí?
—No —dijo Jaspin—. Iré contigo, qué demonios.
2
Buffalo había estado insistiéndole a Charley toda la mañana que salieran de allí, que la muchedumbre estaba a punto de llegar y pasaría de estampida por este sitio. Pero Charley había dicho que no, que esperaran un poco más, porque Tom estaba por alguna parte y quería llevárselo.
Stidge no podía comprender a ninguno de los dos. Buffalo era simplemente un cagón. Parecía duro, claro, pero dentro no tenía más que mierda de la cabeza a los pies. En el momento en que había problemas, lo único que quería hacer era salir corriendo. Charley no tenía miedo, o al menos eso decía, pero a veces era difícil comprenderle. Como esa fijación que tenía por el loco Tom. Le habían traído todo el camino desde el Valle, a San Francisco, ahora aquí, a Mendo, ¿para qué? Solamente mirar a los ojos a ese tipo me da escalofríos, pensaba Stidge. Y ahora Charley nos hace esperar en el bosque con esta lluvia para encontrarlo y llevárselo de nuevo. No tiene sentido.
—Han levantado murallas de energía, y luego las han retirado —dijo Charley—. Me pregunto por qué hacen una cosa así. Ahora están indefensos.
—Tal vez lo haya hecho Tom —dijo Buffalo—. Encontró el generador y lo desconectó para que todo el mundo pueda entrar.
—¿Por qué iba a querer hacer eso? Debe de haber sido otra persona, o a lo mejor la energía se cortó sola. A Tom le gusta este sitio. No querría que una muchedumbre lo arrasara.
—Está loco —dijo Stidge—. Un loco puede hacer cualquier cosa.
Charley hizo una mueca.
—Crees que Tom está loco, ¿no? Eso demuestra lo poco que sabes.
—Es el propio Tom quien lo dice. Y las visiones que tiene…
—Está como una cabra —declaró Buffalo.
—Escucha, Stidge, esas visiones son reales. Tom ve las estrellas. ¿Tiene sentido para ti? No, apuesto a que no. Pero te digo que no está loco. La única forma que tiene de no asustar a la gente con ese poder suyo es decir que está loco. Pero no puedes comprenderlo, ¿no? No entiendes más que de herir a la gente. A veces desearía no haberte conocido, Stidge.
—Todo lo que sé es que uno de estos días en que Tom me siga molestando voy a rajarlo por la mitad. Todo el verano me has estado machacando: no hagas esto, Stidge, no hagas lo otro, deja a Tom tranquilo, Stidge. Estoy harto de tu Tom, ¿me oyes, Charley?
—Y yo estoy harto de ti. Te lo repito otra vez, Stidge. Si le pasa algo a Tom, estás acabado. Acabado. —Charley se volvió hacia Buffalo—. ¿Sabes qué deberíamos hacer? Echar otro vistazo a esos edificios, encontrar a Tom, recoger todo lo que tenga valor y sea fácil de transportar y salir echando humo de aquí.
—Sí, antes de que entren en manada al bosque y nos destrocen la furgoneta.
—En lugar de a Tom —dijo Stidge—, a quien tendríamos que encontrar es a esa mujer alta que vimos antes. O a la de la carretera, la que iba con el tipo cojo. Eso sí tiene sentido.
—Claro, lo que nos hacía falta ahora. Secuestrar a una mujer. A quien queremos es a Tom. Encontradlo y larguémonos de aquí, ¿está claro, Stidge?
—No sé por qué demonios…
—¿Está claro?
—Sí, ya te he oído.
—Eso espero. Venga, en marcha.
—Id vosotros a por Tom —dijo Stidge—. Tengo otra idea. ¿Veis ese autobús de allí, el que lleva las estatuas de ojos saltones en lo alto? ¿El de las banderas? Creo que voy a echar un vistazo. Apuesto a que es el autobús del tesoro.
—¿De qué tesoro hablas? —preguntó Charley.