—No comprendo.
Ella señaló a Tom.
—El Cruce. Tom nos sacará de aquí. Nos enviará al Mundo Verde.
Robinson la miró sorprendido.
—Este lugar está acabado —continuó Elszabet—. El Centro, California, los Estados Unidos, el mundo entero. Lo hemos destruido. Todo se ha vuelto loco. ¿Cuánto crees que tardarán en volver a soltar la ceniza? ¿O las bombas, esta vez? Pero eso solamente sucederá aquí, en la Tierra. Fuera todo será distinto.
—¿Hablas en serio?
—Absolutamente, Dan.
—Increíble. ¿Crees que puedes ir a otro mundo así como así?
—Ferguson lo hizo. Y April. Y Nick.
—Esto es una auténtica locura.
—Puedes ver la sonrisa en sus caras. Es de pura felicidad. Sé que han ido a los mundos de las estrellas, Dan.
Robinson se volvió hacia Tom y lo estudió sorprendido. Tom sonreía, asintiendo.
—¿De verdad crees eso, Elszabet? ¿Él chasquea los dedos y ahí vas?
—Sí.
—Incluso aunque sea verdad, ¿cómo puedes dejarlo todo, abandonar tus responsabilidades y escaparte al Mundo Verde? ¿Podrías hacerlo?
—¿Qué responsabilidades? El Centro ha sido arrasado, Dan. Y si nos quedamos aquí, nos van a matar en la revuelta de todas formas. Tú mismo lo acabas de decir, ¿recuerdas?
Él la miraba; parecía incrédulo.
—Lo he pensado mucho —dijo ella—. Incluso aunque pudiéramos salir de aquí, no quiero quedarme aquí. Se acabó, hice lo mejor que pude, Dan. Lo intenté, lo intenté honestamente. Pero todo está destruido. Ahora quiero marcharme y empezar de nuevo en otro lugar. ¿No tiene sentido? Tom nos enviará al Mundo Verde.
—¿Nos enviará?
—A nosotros, sí. A ti y a mí. Iremos juntos. Mira, pon tus manos en las suyas. Hazlo, Dan. Vamos. Pon tus manos en las suyas.
Robinson dio un paso atrás y escondió las manos a la espalda como si ella hubiera intentado verterle aceite hirviendo. Sus ojos brillaban.
—¡Por el amor de Dios, Elszabet!
—No. Por nuestro propio bien.
—Olvida todo este absurdo. Mira, tal vez podamos escapar a través del bosque. Ven conmigo…
—Ven tú conmigo, Dan.
Otra vez le tendió la mano. Robinson retrocedió, temblando. Su piel había adquirido un tono casi amarillento.
—No nos queda tiempo, Elszabet. Vamos. Los tres, por el camino de los rododendros…
—Si eso es lo que quieres hacer, Dan, será mejor que te marches.
—No sin ti.
—No seas absurdo. Ve.
—No puedo dejar que mueras aquí.
—No moriré. Pero tú lo harás si no te marchas. Te deseo suerte, Dan. Tal vez nos volvamos a encontrar algún día, en el Mundo Verde.
—¡Elszabet!
—Crees que estoy completamente loca, ¿verdad?
Él meneó la cabeza y le tendió la mano como si intentara arrastrarla hasta el bosque por la fuerza, pero no llegó a tocarla. Se detuvo a mitad de camino, como temiendo que el contacto directo con ella pudiera enviarlos a los dos a las estrellas. Por un momento, permaneció en silencio. Abrió la boca y no emitió ninguna palabra, sólo un mudo jadeo. La miró por última vez y entonces se dio la vuelta y corrió hacia los dos edificios demolidos, perdiéndose de vista.
—Muy bien, entonces —dijo Tom—. ¿Estás preparada para ir ahora, Elszabet?
—Sí —dijo—. No. No…
—Pero… estabas lista hace un momento.
Retrocedió. El rugido en sus oídos había vuelto, esta vez incluso más fuerte. Escrutó en la oscuridad barrida por la lluvia, intentando localizar a Dan Robinson, pero él se había marchado.
—Déjame pensar —pidió. Tom empezó a decir algo, pero ella le detuvo con un gesto de urgencia—. Déjame pensar, Tom.
«¿De verdad crees eso?», había dicho Dan. ¿Él chasquea los dedos y ahí vas?
No lo sé, pensó Elszabet. ¿De verdad lo creo?
«¿Puedes dejarlo todo, abandonar tus responsabilidades, escaparte al Mundo Verde?», había dicho Dan luego.
No estoy segura, pensó. ¿Puedo hacerlo? ¿Puedo?
Tom la miraba sin decir nada, dejándola pensar. Elszabet seguía perdida en sus dudas.
¿Lo creo? Sí, pensó. Sí, porque no hay otra alternativa. Lo creo porque tengo que creerlo.
¿Y puedo sacudirme mis responsabilidades y marcharme? Sí, mis responsabilidades aquí han terminado. El Centro ha sido destruido. Mis pacientes se han marchado. No me queda nada que hacer.
Escrutó en la distancia una vez más, en busca de Dan Robinson. Habría sido tan maravilloso si él la hubiera acompañado, si los dos hubieran comenzado juntos sus nuevas vidas en el Mundo Verde, aprendiendo a vivir de nuevo, aprendiendo a amar… Habría salido bien, pensó. ¿No? Pero él había corrido hacia el bosque. Muy bien. Si eso es lo que necesita hacer, que lo haga. No comprende. Su Tiempo no ha llegado. Todavía.
—Creo que ya estás lista —dijo Tom.
Elszabet asintió.
—Vayamos los dos juntos al Mundo Verde, Tom. Tú y yo. ¿No sería bonito? Nos convertiremos en cristalinos y nos encaminaremos juntos al Palacio de Verano, y nos reiremos y hablaremos de este día, de la lluvia, del barro, de toda esta locura. ¿Sí? ¿Sí? ¿Qué dices? Cuando me envíes, envíate tú también. ¿Lo harás?
Tom guardó silencio largo rato.
—Ojalá pudiera —dijo por fin, suave, tiernamente—. Sabes que lo que más me gustaría hacer es ir al Mundo Verde contigo, Elszabet. Ojalá pudiera. Ojalá.
—Entonces hazlo, Tom.
—No puedo. Tengo que quedarme aquí. Pero al menos te ayudaré. Dame las manos.
Una vez más Tom tendió las suyas. Ella temblaba de arriba abajo, pero esta vez no retrocedió. Estaba lista. Sabía que lo estaba.
—Adiós, Elszabet. Y…, oye, gracias por escucharme, ¿sabes? —Su voz era muy gentil, y había en ella un dejo cercano a la pena—. Eso significó mucho para mí, cuando fui a tu oficina y me escuchaste. Nadie lo había hecho antes, excepto Charley algunas veces, aunque con él era diferente. Charley no es como tú.
Qué triste, pensó ella. Yo puedo ir y Tom, que hace todo esto por mí, tiene que quedarse.
—Ven conmigo.
—No puedo. Tienes que ir sin mí, ¿de acuerdo?
—Sí. De acuerdo.
—Ahora.
Él le agarró las manos. Elszabet contuvo la respiración y esperó. Un sentido de felicidad y gracia la invadía. Se sentía maravillosamente calmada y segura. Lo había hecho aquí lo mejor que había sabido, pero ahora era realmente el momento de marcharse. Una nueva vida empezaría para ella en un mundo nuevo. Le pareció que nunca antes había sentido tanta certeza.
Sintió un repentino momento de tensión, una tensión que jamás había experimentado, una especie de suspensión del alma; y entonces vino una descarga de liberación. Lo último que vio fue la cara de Tom llena de amor desesperado hacia ella. Entonces el color verde creció a su alrededor como una fuente de luz enjoyada, y se sintió enviada, iniciando el maravilloso viaje.
9
Parecía un campo de batalla. La lluvia caía cada vez con más fuerza, y los jardines, el césped y las praderas se habían convertido en un mar de suciedad; todos los edificios se hallaban arrasados o ardían, o ambas cosas. Algunas personas deambulaban como ciegos, tambaleándose bajo la tormenta, y otros varios se acurrucaban bajo los coches y autobuses, disparándose mutuamente. Tom miró por última vez a la mujer sonriente que yacía a sus pies, y se marchó. La voz de Elszabet pidiéndole que le acompañara todavía resonaba en sus oídos, y la suya propia contestando que no podía, que no podía, que no podía.
¿Cómo podría marcharse ahora, cuando el Cruce estaba apenas empezando?