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—Él y varios miles más. —Bronn se sentó.

—¿Cómo murió? —exigió saber Tyrion, que cada vez se sentía peor.

—En la batalla. Tu hermana mandó a los Kettleblack que llevaran de vuelta al rey a la Fortaleza Roja, según tengo entendido. Cuando los capas doradas lo vieron irse, la mitad de ellos decidió que se iba con él. Mano de Hierro se les atravesó en el camino e intentó ordenarles que regresaran a la muralla. Dicen que Bywater estaba a punto de hacerlos volver cuando alguien le atravesó el cuello con una flecha. Entonces ya no les dio tanto miedo, así que lo tiraron del caballo y lo mataron.

«Otra deuda que anotar en la lista de Cersei.»

—Mi sobrino —dijo—. Joffrey. ¿Estuvo en peligro?

—No más que algunos y menos que la mayoría.

—¿Ha sufrido algún daño? ¿Lo han herido? ¿Se despeinó, se torció un dedo del pie, se rompió una uña?

—Por lo que tengo entendido, no.

—Ya se lo había dicho a Cersei. ¿Quién está al mando ahora de los capas doradas?

—Tu señor padre los ha puesto bajo las órdenes de uno de sus hombres de occidente, un caballero llamado Addam Marbrand.

En cualquier otro caso, los capas doradas hubieran protestado por tener como jefe a un desconocido, pero Ser Addam Marbrand era una elección hábil. Al igual que Jaime, era el tipo de hombre al que los demás seguían de buena gana.

«He perdido la Guardia de la Ciudad.»

—Mandé a Pod en busca de Shagga, pero no ha tenido suerte.

—Los Grajos de Piedra están todavía en el Bosque Real. Al parecer, Shagga le ha cogido cariño a ese sitio. Timett volvió a casa con sus Hombres Quemados, con todo el botín que recogieron en el campamento de Stannis tras la batalla. Chella regresó una mañana a la Puerta del Río con una docena de Orejas Negras, pero los capas rojas de tu padre los espantaron y los desembarqueños les tiraron boñigas y se burlaron.

«Ingratos. Los Orejas Negras murieron por ellos.» Mientras Tyrion yacía allí, narcotizado y soñando, sus parientes le habían arrancado las uñas, una por una.

—Quiero que vayas a ver a mi hermana. Su adorado hijito salió de la batalla sin un arañazo, así que Cersei no tiene ya necesidad de rehenes. Juró que liberaría a Alayaya una vez que…

—Lo hizo. Hace ocho o nueve días, tras los azotes.

—¿Los azotes? —Tyrion se incorporó un poco más, sin hacer caso del súbito pinchazo de dolor que le atravesó el hombro.

—La ataron a un poste en el centro del patio y la flagelaron, después la echaron del castillo, desnuda y ensangrentada.

«Estaba aprendiendo a leer», pensó Tyrion, de manera absurda. La cicatriz que le cruzaba la cara se le tensó y por un momento sintió como si la cabeza le fuera a estallar de ira. Alayaya era una puta, sí, pero jamás había conocido a una chica más dulce, valiente e inocente. Tyrion no la había tocado nunca, ella no había sido más que una cortina para ocultar a Shae. Había cometido un descuido imperdonable; no se había parado a pensar cuánto podría costarle a ella desempeñar aquel papel.

—Le prometí a mi hermana que daría a Tommen el mismo trato que ella le diera a Alayaya —recordó en voz alta; se sintió como si estuviera a punto de vomitar—. ¿Cómo puedo flagelar a un chico de ocho años? —«Pero si no lo hago, Cersei ganará.»

—Ya no tienes a Tommen —dijo Bronn con brusquedad—. En cuanto supo que Mano de Hierro había muerto, la reina mandó a los Kettleblack en su busca, y en Rosby nadie tuvo huevos para decirles que no.

Otro golpe; pero también era un alivio, tenía que reconocerlo. Estaba muy encariñado con Tommen.

—Se suponía que los Kettleblack eran nuestros —le recordó a Bronn con una nota de irritación en la voz.

—Lo fueron, mientras les pude dar dos monedas tuyas por cada una que les daba la reina, pero ha subido las tarifas. Osney y Osfryd fueron armados caballeros después de la batalla, lo mismo que yo. Dios sabe por qué; nadie los vio en combate.

«Mis mercenarios me traicionan, a mis amigos los azotan y deshonran, y yo estoy aquí, pudriéndome —pensó Tyrion—. Y yo que creía que había ganado la mierda de la batalla. ¿A esto es a lo que sabe la victoria?»

—¿Es verdad que Stannis huyó porque lo perseguía el fantasma de Renly?

—Desde las torres del cabrestante —dijo Bronn esbozando una sonrisa— lo único que vimos fueron banderas en el fango y hombres que tiraban sus lanzas para huir, pero hay cientos de ellos en fondas y burdeles que te dirán que vieron a Lord Renly matar a éste o a aquél. La mayor parte de las fuerzas de Stannis habían sido de Renly, y se dieron media vuelta al verlo glorioso en su armadura verde.

Después de toda su planificación, después del ataque y el puente de naves, después de que le rajaran la cara en dos, a Tyrion lo había eclipsado un muerto.

«Si es verdad que Renly está muerto.» Otra cosa que tendría que investigar.

—¿Cómo escapó Stannis?

—Sus lysenos mantuvieron las galeras en la bahía, al otro lado de tu cadena. Cuando la batalla comenzó a volverse en contra, se aproximaron a la costa de la bahía y recogieron a todos los que pudieron. Al final, los hombres se mataban entre sí para subir a bordo.

—¿Y qué hay de Robb Stark, qué ha estado haciendo?

—Hay varios de sus lobos abriéndose paso a fuego limpio hacia el Valle Oscuro. Tu padre ha enviado a Lord Tarly para someterlos. Estuve a punto de unirme a él. Se dice que es buen soldado, y manirroto con el botín.

La idea de perder a Bronn fue la gota que colmó el vaso.

—No. Tu lugar está aquí. Tú eres el capitán de la guardia de la Mano.

—Tú no eres la Mano —le recordó Bronn con brusquedad—. Es tu padre, y él ya tiene su guardia de mierda.

—¿Qué pasó con todos los hombres que contrataste para mí?

—Algunos cayeron en las torres del cabrestante. Este tío tuyo, Ser Kevan, nos pagó a los sobrevivientes y nos despidió.

—¡Qué amable por su parte! —dijo Tyrion, cáustico—. ¿Significa eso que has perdido el gusto por el oro?

—Ni en sueños.

—Bien —dijo Tyrion—, porque da la casualidad de que todavía te necesito. ¿Qué sabes sobre Ser Mandon Moore?

—Sé que se ahogó bien ahogado —dijo Bronn, echándose a reír.

—Tengo una gran deuda con él, pero ¿cómo pagársela? —Se tocó la cara, palpándose la cicatriz—. A decir verdad, no sabía casi nada de ese hombre.

—Tenía ojos de pescado y vestía una capa blanca. ¿Qué más hay que saber?

—Para empezar, todo —dijo Tyrion. Quería pruebas de que Cersei había pagado a Ser Mandon, pero no se atrevía a decirlo en voz alta. En la Fortaleza Roja lo mejor que se podía hacer era mantener la boca cerrada. Había ratas por los muros, pajarillos que hablaban demasiado y también arañas—. Ayúdame a levantarme —dijo al tiempo que se debatía con la ropa de cama—. Es hora de que visite a mi padre, y hace tiempo que debería haberme dejado ver.

—Una vista preciosa —se burló Bronn.

—¿Qué importa media nariz en una cara como la mía? Por cierto, hablando de belleza, ¿ya está Margaery Tyrell en Desembarco del Rey?

—No. Pero está a punto de llegar y la ciudad ya ha enloquecido de amor por ella. Los Tyrell han estado trayendo comida de Altojardín y regalándola en su nombre. Cientos de carromatos a diario. Hay miles de hombres de Tyrell por todas partes, con rositas doradas bordadas en los jubones, y ninguno tiene que pagar lo que bebe. Esposas, viudas o putas, las mujeres entregan su virtud a cualquier adolescente lampiño con una rosa dorada en la tetilla.

«A mí me escupen y a los Tyrell les pagan las copas.» Tyrion se deslizó de la cama al suelo. Cuando intentó ponerse en pie sintió como si las piernas se le volvieran de algodón, la habitación comenzó a dar vueltas y tuvo que agarrarse al brazo de Bronn para no caerse.